domingo, 31 de enero de 2010
La primera novela de Christian Reynoso: febrero lujuria
Escribe: Jorge Flórez-Áybar
Antes de comentar la novela: Febrero Lujuria, debo referirme brevemente sobre su autor. Christian Reynoso nació en Puno, el año 1978. Se inició como periodista en el diario Los Andes de Puno. Ingresa a los predios de la literatura con su libro de relatos: Los testimonios del manto sagrado. Ha viajado por Europa y América Latina, viajes que han marcado su vida y eso se percibe a lo largo de su novela.
Febrero Lujuria es la primera novela del escritor Christian Reynoso Torres. Lujuria es un sustantivo que oficia de adjetivo, pero este núcleo semántico es un término que alcanza diversos niveles al final de la novela porque su significación va más allá de sus fronteras hasta alcanzar la concupiscencia, por lo tanto, sobre la base de estos elementos está estructurada la materia narrativa, si concordamos que, connotativamente, es sinónimo de fiesta.
La novela está dividida en 35 capítulos y un epílogo donde se superponen diversos planos narrativos, simultáneamente, con el fin de ingresar al tema. No es una novela costumbrista, pero la observación aguda del narrador y por los cuadros de vida expuestos resalta esa costumbre que viene desde atrás y posiblemente, en el futuro, sea la misma, con algunas variantes. Ideológicamente todas las manifestaciones, tanto culturales como sociales o religiosas apuntan a señalar las contradicciones de éstas. Y el mérito del novelista Reynoso Torres es haber descrito la sociedad de su tiempo. Más allá de una simple relación convencional.
Ahora bien, nos preguntamos: ¿Hay alguna propuesta ideo-estética en la novela de Reynoso? Algunos creerán que no existe tal relación, pese a que la fiesta se halla planteada desde esa perspectiva. Pero si deseamos desentrañar el contexto espacio/tiempo de su escritura y publicación de la novela tendríamos que remontarnos a inicios del presente siglo, que posiblemente en ese lapso tomó cuerpo la idea de novelar la fiesta de la Candelaria, pues los elementos de la historia ficcional nos permiten reconocer personajes y escenarios del espacio novelesco con sus correspondientes figuras y lugares de la realidad histórica. Algunos aparecen con nombre propio. Y para que la narración sea creíble funda una ciudad, Lago Grande. Una ciudad ficticia que es descrita latamente por el novelista Reynoso. Describirá parques, plazas, calles, bailes, trajes, comidas, bebidas, centros nocturnos, etc. En suma es todo un cuadro de costumbres que pertenecen a un pueblo. Resalta calles y plazas donde se bebe y baila, donde se seduce y fornica; y por ellas transitan los protagonistas. Es la concepción intuitiva que el autor/narrador tiene de la sociedad de su tiempo.
Algo más, Candelaria Lujuria no es la novela que muchos hubieran deseado que fuera. Pues en la novela desfilan personajes atrapados por sus vicios y virtudes, donde la moral, en todas sus líneas, se halla maquillada por la hipocresía. No hay un personaje que vertebre todos los acontecimientos. No hay un héroe. Pudo ser el poeta Núñez, pero él se halla recluido en su bohemia. De este modo, todos los acontecimientos están unidos causalmente por la fiesta. O sea, la protagonista de la novela es la fiesta de la Virgen de la Candelaria que es capaz de convocar a una multitud proveniente no solo del país, sino del extranjero.
Con referencia a los elementos del plano temático nos encontramos con personajes ficticios y personajes reales. El novelista retrata bien a los personajes inmersos en la fiesta, pero Reynoso entrevera lo vivido con lo ficticio, lo real con lo imaginario, posiblemente porque existe en el novelista una evidente cercanía afectiva con algunos personajes. Y como consecuencia, hay personajes escasamente desarrollados: Padilla, Quintanilla, Núñez, Loza, Ardiles, etc. Son personajes acartonados, casi inertes, planos. Se salva el poeta Núñez, bohemio e iconoclasta, con una personalidad fuerte y virtudes humanas valiosas. Pero estos personajes planos no son sino esporádicos. Los usa con un solo propósito: Otorgarle cierta categoría y verosimilitud a la institución donde generalmente se reúnen para beber y hablar sobre diversos temas: Sociales, políticos, culturales, literarios.
A nivel de los personajes, un solo personaje recorre toda la obra: La fiesta. Ésta aglutina el resto de acontecimientos: Robos, fornicaciones, alcoholismo, prostitución, violaciones.
Precisamente, la novela está basada sobre la alternancia de episodios. Se inicia con un recital de poesía en la voz del poeta Núñez. Núñez no solo abre la novela sino que la cierra, respondiendo a una exigencia de la estructura circular de la novela: Ciudad Neón-fiesta-entierra-casa-Ciudad Neón (la Ciudad Neón solo será recordada en la parte final de la novela por los versos de un tal poeta Núñez). Y creo que en el novelista Reynoso hay una intención que orilla a lo largo de la trama, la proyección de una imagen final del poeta Núñez. Aunque en el fondo, siempre se le recordará en los laberintos de la bohemia: Las faldas, el cigarro y el buen vino. Reynoso describe al poeta del siguiente modo:
“Flaco y alto, de cabello blanco y bigotito asolapado, era el poeta Núñez. Con la facha de bohemio empedernido llevaba a rastras una ligera renguera y muchos años de vida al cantar de los versos. El ajedrez, el cachito, el pisco y el infaltable cigarrillo en la mano eran los complementos para una vida sosegada de poesía y escritura periodística. Enamorador y galante a cien kilómetros por hora, hacía de sus cantares la antesala perfecta a la exquisita comunión de la carne. Sabía que sus labios, golosos, degustarían las planicies epidérmicas de sus cortejadas”. (p.14)
Al poeta Núñez se le recordará por la polémica sostenida con el padre José Esquivel, aparentemente responsable de la pérdida de un cuadro llamado “La ternura del creyente” de un pintor que firmaba con el seudónimo de Sivamel:
“El cuadro, según se veía en la fotografía, mostraba en primer plano a la Virgen de la Candelaria: parada y con la mirada en alto. Lucía vestido blanco, cinturón de oro, un fino velo que se deslizaba desde la corona hasta la largura de la capa roja con bordados de oro, que abrigaba las espaldas de la virgen. Su mano izquierda sostenía al niño Jesús y con la derecha agarraba una vela dorada. Del mismo brazo le colgaba una pequeña canasta”. (p.40)
Además, en este cuadro se mostraba la imagen de la Virgen de la Candelaria con Satanás a sus pies. Estos rasgos y referentes ubican temporal y espacialmente la situación en que se produjo el hecho. Así mismo, el poeta Núñez era un personaje formado a la antigua, asistía religiosamente a los compromisos que la sociedad le exigía. Así, tuvo que ir a la misa que se ofrecía en honor a la Virgen de la Candelaria y al mismo tiempo debía asistir a los funerales de un amigo que acababa de fallecer. En ese trajín, a veces iba con los pasos cansinos por calles solitarias de la noche. Para justificar esta exigencia solía decir: Solo los poetas y los perros caminan después de la medianoche.
En oposición al poeta se hallaba el cura Esquivel, un personaje siniestro que descendía a los bajos fondos para escudriñar el lado miserable de la sociedad, donde él y las prostitutas terminaban revolcándose en su propia miseria. Allí hiede la moral.- Allí las palabras carecen de valor; el cura, en su homilía, manifestó: “No pensemos que la fe a la virgen se expresa solamente con música, danza y licor, porque bien sabemos, son pocos los que danzan con verdadera devoción. El resto lo hace por diversión, paganismo y lujuria. ¡Y no agachen la cabeza! Porque bien saben a qué me refiero: ¡Desenfreno! ¡Alcohol! ¡Soberbia! ¡Fornicación! …” (p.55)
El mensaje de la novela es inequívoco: La hipocresía destruye todo equilibrio social, donde los valores son pisoteados en calles, plazas, hogares, templos. Los bajos fondos juegan un rol importante en la sociedad, es una especie de válvula de escape. Es un lugar donde la vida poco importa. En buen romance, significa que los diversos lances de la novela son realidades que a veces asfixia. Por eso la actitud de don Augusto es comprensible, es el antípoda del desenfreno social. Él, voluntariamente, fija su conducta. Y su desprecio por la fiesta marca un hecho, el de ser un iconoclasta. Su aislamiento, poco comprendido, lo encamina hacia la lectura: “Sabía que los siguientes días serían los peores de la festividad. Sabía que cada vez que llegaba febrero su vida se convertía en un infierno, porque la historia se repetía cada año”. (p.75)
Incluso, la posición del novelista, desde el punto de vista del narrador es cercana a la de un ateo. No hay fervor religioso, sino una práctica religiosa que obedece más a la tradición desarrollada por un pueblo que es eminentemente laico.
A nivel del plano social, los temas son abordados a partir de las costumbres. Y una de las lacras que se va institucionalizando es la violencia sexual: El cura, el delincuente, el turista o cualquier hijo de vecino es potencialmente un obseso sexual donde la mujer es simplemente un objeto que se puede tomar o dejar:
“A los diez minutos tocaron su puerta.
-Ya era hora –dijo el padre Esquivel-. Estoy impaciente.
Y la secretaria, sin responder nada, entró y ahí mismo empezó a desnudarse. Sabía que cuando el padre hacía esa seña era porque quería acostarse con ella. Y sabía también que a fin de mes su cheque tendría algunos números de más”. (p.265)
Después, la francesa, Katherine follará con Lizandro. Y el argentino, Guillermo, hará lo mismo con Paola Candelaria en una isla del lago. Como vemos, Guillermo y Katherine no pertenecen social ni geográficamente al pueblo de Lago Grande, pero se acoplan y se imponen social y sexualmente ante sus parejas ocasionales. O sea, podemos percibir que tanto los jóvenes como los adultos aman a las mujeres arrastrados más por sus instintos bajos o con intenciones bastardas.
La descripción es obra de la atenta observación del autor. Y se hace interesante por la cantidad de acontecimientos, pues el narrador va describiendo en forma detallada el ambiente urbano de la ciudad de Lago Grande. Su praxis de escritor agudo lo llevó hacia esas fronteras que otros no quieren llegar –por eso callan lo que los ojos ven y se guardan celosamente en la memoria colectiva-, pero sibilinamente se percibe el fin de una estructura y valores tradicionales caducos y el comienzo de una nueva generación en una sociedad que se derrumba. Así, los personajes Montalván (conocido también como Loco, Medallita, el Santo o Manovirgen), Lezano, Santana y Paloma se hallan en el fondo mismo de la delincuencia. Tienen cortes en distintas partes de sus cuerpos como una especie de currículum de sus vidas delictivas. El Loco Montalván es un personaje ficticio con caracteres de distintas personalidades del mundo delincuencial. Él y su banda se hallan al borde de la criminalidad: Encarnan el engaño, el robo y la drogadicción. El Loco Montalván, líder del grupo, aparentemente, es de una recia personalidad, pero fracasa ante el sexo de Cinthia. Sin embargo, el Loco Montalván asume su situación de delincuente, valoriza la criminalidad como una forma de vida en una sociedad que discrimina y margina. Así mismo, noto cierto humor negro cuando el narrador nos presenta a la banda de Montalván como avezados truhanes, pero al final solo roban una máquina fotográfica. Percibo que sus personajes son de medio pelo (en el sentido de que son personajes que quieren aparentar más de lo que en realidad son). Según ellos, el objeto robado a un francés es muy valioso. Se halla oculto en casa de Santana, pero al final de la novela, no se sabe el destino de esta cámara. Quizá, el narrador, haciendo uso de las técnicas narrativas, dejó al albedrío del lector, considerando que hay desenlaces abiertos y cerrados.
Y, en el plano lingüístico, en muchos pasajes, encontramos la oposición entre denotación y connotación. Rescatamos esta observación sobre la base de la siguiente transcripción:
El Loco Montalván… “salió a la calle acompañado de Santana, Paloma y Lezano. Cuatro sombras. Cuatro gatos. Cuatro cuchillos…” (p.170)
Entendemos por denotación al contenido lógico del lenguaje. Y la connotación a las significaciones que se puedan hallar en el discurso, más allá de la simple denotación. La lógica (lo razonable) muere cuando invade los predios de las figuras literarias. Sombras, gatos y cuchillos, connotativamente, pueden referirse a cuatro personas, ágiles, dispuestos a matar.
Técnicamente el narrador utiliza la linealidad cronológica, pero combina con racontos, monólogos internos y vasos comunicantes. Sobre estos, prefiere los monólogos internos: Hay monólogos del poeta Núñez, de don Augusto, del Achachi, etc. Los racontos y los monólogos cumplen distintas funciones en la novela, estos expresan el sentir de una parte de la comunidad y aquellos sirven para reconstruir algunas escenas a través de sus recuerdos.
Incluso encontramos que hay intrigas bien montadas, creando un suspenso constante y permanente. Una especie de dato escondido:
“Era una escena pecaminosa. Retrocedió asustado, dio media vuelta y empezó a correr como caballo en ardoroso galope. Tuvo que cogerse el sombrero para que no se le cayera y no supo cuántas calles corrió y corrió, una tras otra, hasta llegar a una avenida próxima al puente Salcedo y subirse a un taxi”. (p264)
En esta escena no sabemos por qué el padre Esquivel huyó del lugar. Al día siguiente por la noche cuando dormía:
“Dos horas antes, el padre Esquivel despertó sobresaltado. Encontró el cubrecama y algunas frazadas en el suelo. Recordó que durante la noche se había movido como un trompo (…) y Ahí estaba pues: Había visto algo que ni en sus remotos sueños imaginó, Y lo grave: que no se había atrevido a mover ni siquiera un dedo, sino más que a correr”. (pp.:268-269)
Tampoco en esta escena encontramos la causa de su sobresalto. La historia surge escondida en la profundidad de su conciencia. Recién después de muchas escenas encontramos la razón de su huida:
“Cuando la cocinera trajo el posillo de la ensalada con los tomates nadando en medio de un menjurje rojo de vinagre y sal, le dio ganas de vomitar. Esa mezcla le hizo recordar la escena de la noche. Supo entonces que nunca la olvidaría. Había visto, pues, después de escuchar los gritos y maldiciones, una escena de sangre, sexo y violencia. Mirandiña estaba tirada en medio de la vereda, semidesnuda y desangrándose, y a su lado, un hombre que no era Rolando Montoya, con un cuchillo en la mano y vomitando sobre ella”. (p. 270)
Sin duda, la atmósfera está cargada de violencia y el dato escondido sale recién a la superficie. Al final de la novela, el cura, a ratos confunde, lo real con lo fantástico.
Si consideramos el aspecto temporal de la novela podemos distinguir dos tiempos (incluido el epílogo se supone): un tiempo presente que encierra con exactitud la cronología de los acontecimientos narrados; y un tiempo futuro que nos dice de algo que fue, es y será para siempre.
Finalmente da la impresión que algunas acciones son encajonadas herméticamente. Es decir, que muchas acciones requieren de mayor espacio para describir con amplitud el drama de algunos personajes. Y no sé por qué debo suponer que esta novela es la semilla que dará lugar a otras narraciones. En suma, el texto es un voto en contra de la hipocresía, la degradación y la lujuria. Unamuno dice: La verdadera novela no tiene un final, todas las novelas que se hacen en rigor no acaban. Lo acabado, lo perfecto, es la muerte, y la vida no puede morirse. El lector que busca novelas acabadas no merecer ser mi lector: él ya está acabado antes de haber leído.
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