sábado, 30 de enero de 2010
Carlos Oquendo de Amat
ABRA EL LIBRO COMO QUIEN PELA UNA FRUTA
CARLOS OQUENDO DE AMAT: POETA
Acabo de releer el discurso de Mario Vargas al recibir el Premio Rómulo Gallegos en 1967, en Caracas, por su novela La Casa Verde.
Este es el comienzo, que transcribo, aún afectado por la lectura:
Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y “Cinco metros de poemas” de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente oscura, tercamente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril. Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y, en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo. No me extrañaría que las alimañas hayan dado cuenta de los ejemplares de su único libro, encerrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas, que ya nadie lee, terminen muy pronto trasmutados en humo, en viento, en nada, como la insolente camisa colorada que compró para morir. Y, sin embargo, este compatriota mío había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explotador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesarias para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como una diaria y furiosa inmolación.
Vargas Llosa se refería a un poeta que tuvo que idear la emisión de unos “bonos literarios de suscripción” –una especie de venta anticipada- con el fin de juntar el dinero necesario para la edición de 300 ejemplares de su único libro en la Editorial Minerva.
Se refería a Carlos Oquendo de Amat (Puno, 1905-Sierra de Guadarrama, 1936). (El de habría sido idea suya.)
Un poeta del que se dice que vivió en Lima de la caridad de un amigo escritor -Manuel Beingolea- y que un día éste le habría dicho, mostrándole unas cuentas hechas a mano:
“Son apuntes de mis gastos mensuales. Te los voy a leer: gasto de casa 300 soles, lavado 25 soles, ropa 100 soles, putas 80 soles, Oquendo 195 soles, lo que hace un total de 700 soles; yo gano 650, de modo que tengo que robar 50 para cubrir mi presupuesto y además tengo que gorrear el tranvía para movilizarme. Como tú comprenderás, hay que resolver esta clamorosa situación. Tu lunch en adelante habrá de ser de una franciscana frugalidad”.
Ese mismo poeta, que había nacido en Puno y que había marchado a la capital al morir su padre, el médico Carlos Belisario Oquendo, también escribió un poema a su progenitora, María Zoraida de [?] Amat Machicado, y que es uno de los más bellos poemas a la madre que existen en las letras hispanoamericanas de todos los tiempos.
Transcribo, de una versión que recomiendo leer y revisar porque se trata de una edición facsímil de sus 5 METROS DE POEMAS:
m a d r e
Tu nombre viene lento como las músicas humildes
y de tus manos vuelan palomas blancas
Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres, miran desde aquí distante
Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura
A tu lado el cariño… se… abre… como… una… flor… cuando pienso
Entre ti y el horizonte
mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos
Porque ante ti callan las rosas y la canción
4,16 METROS DE POEMAS
Leer la poesía de Oquendo es prestarse ojos de niño para recorrer cinco metros de un mundo hecho de poesía pura, la longitud aproximada de su único libro publicado y que estaba hecho como un acordeón en un ejemplo de caligrama mayor. Un verdadero libro objeto.
Pero es necesario, también, dejar el cristal de la mirada de todos los días por un momento y dejarse llevar por la brisa pueblerina de su verbo hecho observación poética.
Dejarnos encantar, y, así, recorrer la ciudad, los campos y sentimientos, como quien asiste como invitado de excepción a la fiesta psicodélica de un borracho de amor y puede terminar descubriendo que ha pasado a formar parte del paisaje y que ya no se quiere retornar del poema.
Es un libro lúdico que hay que releer cuando queramos lavarnos ese espacio, punto, región o circunstancia que suele llamarse alma. Pero solo si sabemos apreciar las cualidades curativas del agua límpida y natural de un manantial de la puna.
No es mucho lo que Oquendo de Amat nos pide de nuestra parte. Apenas 84 centímetros de nuestra atención.
Porque el libro acordeón –por esas absurdos que tiene la vida- sólo medía 4,16 metros extendido.
En la poesía vanguardista del Perú, el poeta puneño es un caso más que singular.
Un personaje que salió en los años 20 del siglo pasado con un inmenso impulso poético de la puna puneña y terminó muriendo en otras alturas trasatlánticas, en un hospital de indigentes de Guadarrama, dejando como único legado artístico un poemario pentamétrico.
La dedicatoria inicial es fiel anuncio de su particular voz:
Estos poemas inseguros como mi
primer hablar dedico a mi madre
Fascinante esta recreación plástica de esa primera inseguridad por la que todos tenemos que pasar -como la de nuestros primeros pasos frente a nuestra madre- y que luego se convierte en metáfora de la vida misma y su expresión.
Noten la sintaxis, la construcción -casi forzada- de esas dos líneas, que remacha aún más esa sensación de inseguridad. (Creo reconocer cierta cadencia propia del habla andina en ellas.)
A continuación, recomienda:
abra el libro como quien pela una fruta
Fascinante, también, esa timidez rayana en la humildad que Oquendo, como otros poetas, supieron elevar a la categoría de gran arte. O sus otros saltos existencialistas, que hacen recordar a Vallejo. (Ambos se fueron a luchar contra los fascistas en la Guerra Civil española.)Transcribo:.
y en este todo-nada de espejos
ser de MADERA
y sentir en lo negro
HACHAZOS DE TIEMPO
Confieso, no sin cierta pena nostálgica por el irremisible compás del Gran Reloj y el reconfortante contento que lo que se creía perdido da al volver, que estos poemas me han vuelto a entusiasmar y tomar entre sus pinzas como un simple insecto, que, felizmente, (cree) sabe(r) leer.
Al leerlos, me he detenido largo rato en una simple y bellísima imagen callejera:
Desde un tranvía
el sol como un pasajero
lee la ciudad
Y he recordado otro poema que frecuenté a la salida de mi adolescencia:
Para tí
tengo impresa una sonrisa en papel japón
Mírame
que haces crecer la yerba de los prados
Mujer
mapa de música …claro de río… fiesta de fruta
Sus imágenes surrealistas nos transportan a su imaginario ingenuo y repleto de los colores y las formas naturales de la paleta de un músico pintor humanista, frutero y hortelano.
Escribirle a la madre no es fácil. Por lo menos, no para mí.
A los 15 años, sin sospechar las consecuencias de ese atrevimiento, escribí en el colegio -a prisa, para poder continuar jugando ajedrez en el resto del tiempo concedido para la composición- un irreverente poema a la madre que resultó ganador del concurso correspondiente. Solamente recuerdo el comienzo:
Madre, ese ser querido,
¿quién no lo ha herido?
Que tantas cosas nos recuerda;
también el odio, también.
Aprendí a querer a mi madre relativamente tarde. Conscientemente, quiero decir. Con ayuda de la razón y de la honestidad.
Recién, muchos años después, cuando me di cuenta de que no tenía por qué avergonzarme de lo que había escrito de colegial, empecé a valorar -aún más- a la mujer que me ha dado la vida.
5 METROS DE POEMAS termina así:
BIOGRAFÍA:
tengo 19 años
y una mujer parecida a un canto
Oquendo murió en la pobreza absoluta, casi como vivió toda su vida de estudiante y artista.
Cayó en 1936 en plena Guerra Civil española, y se dice que su tumba fue afectada por los bombardeos fascistas que la dejaron sin identificar, hasta que su biógrafo Carlos Meneses la ubicó, recuperándola para la memoria colectiva.
Según el testimonio de otro poeta peruano, Arturo Corcuera, quien alcanzó a conocer al sepulturero de Oquendo, éste le dijo que sus cuadernos habían sido incinerados junto con su ropa, antes de ser sepultado, perdiéndose así su creación poética última.
Apenas un año después, un chileno y un peruano, Neruda y Vallejo, fundaban un ‘grupo hispanoamericano de ayuda a España’.
Estoy seguro de que Oquendo -poeta acéntrico- sigue teniendo 19 años y que no tendrá nada en contra de que tome prestado hoy ese segundo verso de su Biografía y postrero y pan-último de su bella pentametría.
Fuente: http://hjorgev.wordpress.com/2008/05/11/1156/
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario