sábado, 30 de enero de 2010

Dos poetas novísimos: Isaías Sanca y Osman Alzawihiri


El comienzo de las sombras: Dos granujas entrando al infierno

Escribe: Darwin Bedoya

Vamos a frotar hueso contra hueso: este es el fuego que arde en el horizonte de nuestros ojos: dos granujas ofician como sacerdotes de la poesía escrita en Azángaro. Dos granujas a los que nosotros intentaremos santificar. Su arte poético equivale a una dispersión teológica y, como todo guía intelectual, esperan tener lectores. Pero ¿que es la poesía?, ¿se remonta a los orígenes de la vida? Aquella sombra que vivía antes del paleolítico superior, ese hombre que ocupaba las cavernas, ¿era poesía? Sus trances mensuales por peinar, con un hueso, sus largos, negros y sucios cabellos ¿era eso poesía?, ¿fue poesía el chispazo de las colisiones de meteoritos cayendo sobre una manada de dinosaurios?, ¿se podría llamar poesía al gesto de un tiranosaurio rex cuidando a su hijo, mientras el fuego quemaba su pellejo?, ¿es poesía el hecho de que un monitor plasma de 32 pulgadas nos muestre, a full color, una escena donde un águila muere feliz en medio del cielo?, ¿es poesía el arte de erigir imágenes con palabras que nos desgarren el alma?, ¿podrá llamarse poesía a la poesía que viene mañana? Casi todos los escritores han dicho alguna vez que sin entrega plena no hay literatura verdadera, menos poesía, obviamente. Si deseamos que el fuego de la poesía sobreviva debemos comenzar desde el principio asumiendo el arrobamiento y el temor reverente que la rodea. Debemos lograr que el lector perciba la poesía como parte de su vida y de sus actitudes. Para que puedan acceder a la poesía, en tanto esta pueda constituir su salvación, representando la estirpe eterna de la vida.

La poesía puneña de las últimas décadas, considerada en su conjunto o tomada autor por autor, está atravesando por un momento curioso y a la vez pleno de desasosiego. Si solamente contamos los últimos cinco años de la poesía puneña, encontraremos una verdadera avalancha de poemarios, plaquettes, muestrarios o antologías. Escasean, en cambio, tanto los nombres como los libros nuevos y concretos, que surjan con la fuerza de lo nuevo o lo indiscutible, tal como alguna vez lo dijimos. A juzgar por los últimos textos poéticos a los que hemos tenido acceso, la poesía puneña que hoy se escribe, parece haber tocado techo, nos encontramos frente a poetas que por las dudas y sus instintos, ilusorios o no, de la época, son arrastrados por otros motivos, menos los estrictamente poéticos. Por mayor que sea el grado de repetición con poetas anteriores (Oquendo, especialmente), no logran enfocar sus perspectivas escriturarias hacia, por ejemplo, la experimentación, el control y juego con la estructura o el tratamiento del lenguaje, la construcción del argumento, imagen o verso, etc. Creo que estamos aún a la espera de, al menos, el cambio de tema.

Los textos de los dos poetas que nos ocupan ahora: Isaías Sanca (Azángaro, 1984) y Osman Alzawihiri (Azángaro, 1982) nos muestran un verso llano y decididamente alejado de los clásicos ejes temáticos a los que nos tienen acostumbrados los jóvenes poetas de Puno. Isaías Sanca con su plaquette «Guardián de las nubes» Grupo Editorial Hijos de la lluvia & LagOculto Editores, 10pp. 2009 y Osman Alzawihiri con su poemario «Arrecife» Grupo Editorial Hijos de la lluvia & LagOculto Editores, 32pp. 2009; han empezado a construir una voz propia a partir de las lecturas de formación, lecturas de sus coetáneos y los ya reconocidos poetas puneños. Pero ¿a quién se le llama poeta? Un buen aserto podría ser: poeta es aquel que oye voces donde las hay y donde no las hay. Claro que existe una gran tipología de poetas, considerando su contexto, su época y su modus operandi, también son dispersos, por supuesto. Si vemos esto desde otra perspectiva, por ejemplo, el poeta actual ya no asume el trabajo literario desde una lengua, sino desde un lenguaje. Ahora ya no se trata de inventar, sino de explorar. Quizá una parte de la nueva poesía esté naciendo como una sutil insubordinación de hombres aislados y silenciosos. Hoy, frente al fuego donde arden los huesos de tantos poemas y poetas, cuando somos testigos del fin de la idea de arte moderno, la poesía renace más allá de los círculos infernales donde Dante se la pasó llorando y donde Orfeo estuvo cantando. Hoy los poetas ya no deben surgir de las tinieblas románticas; creo que deben nacer de la vida, asumiendo ese oscuro legado de contradicciones que van ligadas a nuestra propia experiencia de nuestro ser y de la poesía. Inclusive más allá del silencio y del hermetismo, que a veces apenas intentan ocultar la falta de talento. Sabedores tristísimos de que la lectura de poesía nos proporciona el diálogo y la voz del pasado hecho canto en el presente, también nos proporciona una comunidad de experiencia que, sin duda, fortalece nuestro espíritu. La poesía podría ser la única certeza con la que contamos. Todo lo demás se podría perder en el vacío de la incertidumbre. Pero, la poesía, también podría ser nuestro consuelo más preciado contra la carrera despiadada de la existencia, plagada de dolor, estupidez y un montón de buenas intenciones. La poesía, un día, podrá ser, por excelencia, el remedio de la humanidad. A este guiño de expresión poética, no obstante, lo acompaña un memorable gesto de heroicidad, y he ahí el asunto, otra vez los nombres: Alzawihiri tiene un olfato genial para redescubrir autores como Dante, Homero, Churata, Oquendo, Eguren, Adán: «Tiene la muerte una mirada/ de los suyos, rehuyentes, quedos/ consecutivo, final, yerto/ que regresa con el viento del alba/ que persigue cavilando en asombrosos tañeres.» (p.11) «Ahí viene la llovizna irrupta, virante,/ entreverado cierzo ausente/ en la nebulosa tarde del silencio/como garúa bondadosa, maternal,/ comprensiva, confusa en los sentidos oscilantes de la noche.» (p.19)

Por otro lado, Isaías Sanca insiste, sobre todo, en encontrarle un sentido poético al desgarramiento y encuentra algo de esto incluso en sus lecturas sobre el apacible Eielson o Paz, San Juan de la Cruz, Sor Juana, aquellos que representan un hito en el proceso de la poesía: «¿Acaso la primera mirada/ es tu gota de agua,/ tu aire/ tu fe? El azul ondulante/ enreda el ovillo enamorado y/ la cama ensabanada/ engrilla nuestros alaridos/ en la fe de nuestro aire vacío. / Tú…guardián de las nubes/ esencia perfumada del agua,/ agita nuestros gemidos/ besa nuestros alientos/ en el infinito albedrío…» (p.5) «Esencia de vida,/ eres mi escondrijo oscuro,/ mi otoño invernal/ y la fuente de mi sombra/encantada.» (p.8). Mientras otros poetas de su misma generación pintan a los primeros románticos como si fuesen figuras de un aquelarre en cuyas llamas los portadores del fuego siempre acaban consumidos: ellos intentan un alejamiento, a pesar del fuego y las sombras. La poesía es dejarse llevar, olvidar quiénes somos, abandonarse, ahogarse de versos, emborracharse de poesía, de palabras. El poeta no mira, no siente, no toca, no escucha, sólo ve y mira, observa lo mejor y lo peor y luego siente, transforma en música y silencio lo que no tiene forma para el insensible. El poeta pierde su rol de dios, se convierte en el Dios de dioses, en el amo y señor de su verso. Cualquier hombre puede escribir poesía, sólo hay que despertar de tanta realidad inútil. Y el hombre, antes de ser hombre, debe ser poeta.

Pienso que la poesía de estos dos granujas que van sonrientes rumbo al infierno, es una escritura que no se lee: se fricciona, se mastica. Sus versos nos envuelven en aromas y en fragor. Son autores que recién empiezan, es verdad, pero su hálito poético nos refriega el paladar. Su léxico, apenas encauzado por una sintaxis no menos desigual, halla un referente que nos hace pensar en un proceso que tal vez alcance aquello que tantas veces se ha reiterado en las conversas: para ser considerado en el parnaso -si existiese tal lugar- es necesario que, como Oquendo o Rimbaud, el poeta debe haber publicado antes de los veinte o frisando los veinte. Si bien es cierto, ya somos bastante mayorcitos, creo que la poesía nos está dejando y no debemos cumplir el viejo designio de tantos: fracasar como poeta hasta los veinte años y luego ser cuentista hasta los treinta. Fracasar como cuentista y luego ser novelista hasta los cuarenta. Dejar la novela y entrar al oficio de editor hasta los cincuenta. Defraudar como editor y ser crítico literario entre los cincuenta y sesenta. Incumplir como crítico literario y publicar revistas como director de la misma entre los cincuenta, sesenta y setenta. Luego organizar eventos, recitales, etc., etc. Al final, terminar inútilmente como un advenedizo más en ese lugar llamado literatura.

«Guardián de las nubes» y «Arrecife», por último, si bien no tienen el rigor de la poesía que se espera desde antaño; cumplen ostensiblemente con el viraje necesario, destacamos la osadía de estos autores al alejarse del coro de voces que merodean a un Oquendo, a un Peralta, a un Enrique Peña. Estos dos textos muestran el relato del descubrimiento de la poesía y de una forma particular de concebirla o, mejor dicho, de sentirla, porque eso es para estos granujas la aprehensión sensible y directa del pensamiento. Su manera particular de cantar frente a estos fuegos que anuncian las tinieblas. La poesía es un sueño provocado: el mejor infierno, el comienzo de las sombras.

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