jueves, 28 de enero de 2010
El cuento como arte
Escribe: Moshó
“Cuando era niño, tuve de maestro de dibujo a un anciano, es decir tuvimos. Fuimos varios niños, solo que ellos un poco diferentes a mí. Al despedirnos de la escuela, el Maestro me dio una tablita de barro y recuerdo que al entregarme dijo algo así. “Ahí en medio está un ojo, es el ojo que todo lo ve”. Con los años, descubrí que aquel objeto de barro guardaba por sus bordes cuatro nombres, y uno que bajaba y otro que subía. De allí mi nombre: MOSHÓ, nombre tantas veces preguntado y no suficientemente explicado, pero aquí no termina la historia o el cuento de mi nombre. Tengo otro que fue decidido por mis padres.
Cuando nací, ellos me llamaron Aurelio, un nombre áureo, solar; poco usado. Pero Moshó es mi verdadero nombre, porque me lo había ganado como alumno en la escuela del anciano, porque con sus cinco letras forma una estrella y este símbolo estelar daba luz a mis dibujos y terminaba dando colorido a mis pinturas. Esa estrella es mi guía y suerte en los caminos del arte desde niño. Recuerdo hoy, que a la edad de 8 años daba esforzados saltos hacia el cielo. Quería agarrar el sol, la luna, las estrellas, pero todos se escurrían de entre mis manos, hasta que un buen día los pinté y los guardé entre las hojas blancas de mi cuaderno !los había capturado con el arte! Todo era mío. Me sentía el niño más feliz del orbe y como un Gran Rey andaba por las calles puneñas regalando esos soles, esas lunas, esas alegres estrellas a las niñas y niños tristes del mundo”.
Mientras viva el hombre, vivirá el cuento. Porque en el cuento es donde mejor se expresan las esperanzas del pueblo en alcanzar la felicidad y la justicia. El cuento es la ilusión de lo bello que embarga al hombre, materializado en forma poética. No pueden morir los anhelos de ventura y de la justicia, ni tampoco la ilusión de lo bello. Son móviles de la vida, implícitos en nuestras aspiraciones humanas, son los que dan vida a la cultura, al arte.
Si por un instante nos imagináramos que el hombre pierde su capacidad para aspirar a la dicha y a la justicia y soñar, se detendría de inmediato el movimiento de la vida, desaparecerían el heroísmo y la hazaña laboral, callaría el arte, se marchitaría la ciencia, y la humanidad se sumiría en una existencia vegetativa y carente de sentido.
Vivimos en un mundo en que los cuentos se hacen realidad.
Los últimos decenios, el hombre ha aprendido a volar a la velocidad del sonido, a navegar sumergido en el agua a miles de kilómetros, a ver a las inmensas distancias en la oscuridad, penetrando con su mirada en lo que antes eran obstáculos infranqueables, a fijar y transmitir a sus descendientes algo tan fugaz como es el sonido de su voz, a conversar a través de océanos y montañas, la televisión, las computadoras... o dicho en otros términos, el hombre se ha hecho “todopoderoso” y no existe cuento alguno que, al cabo de un determinado número de años, no se convierta en realidad.
Pero el cuento expresa no sólo la ilusión del hombre de someter para sí a todas las fuerzas de la naturaleza, sino también la de perfeccionar las relaciones humanas.
El hombre debe ser inteligente, sencillo, justo, valiente y generoso. Sólo entonces tiene derecho a usar este encumbrado título: Hombre. Los cuentos también nos hablan de esto. Y no sólo los cuentos, sino también el arte; porque no hay un sólo escritor, poeta, pintor o compositor de verdad que no tienda a enriquecer el mundo espiritual del hombre y, así, elevarlo a un escalón superior. En esto reside el designio del arte.
Por último, el cuento es la expresión del amor que siente el hombre por la naturaleza, con base en un profundo saber. En el cuento el hombre está rodeado de su entorno y del mundo de Frondosos bosques, gigantescos nevados, anchos ríos, profundos mares, lagunas, milagrosas hierbas. Los países de los cuentos están saturados por el trinar de las aves, la fragancia de las flores, el vuelo de los cóndores, la astucia de los zorros, el arco iris, el centelleo de las estrellas.
Esa sensación es tan poderosa y tan veraz que una vez surgida no puede desaparecer de nuestra mente y, enriquecidos por ella, vemos nuestra naturaleza patria mil veces más bella y atractiva que antes.
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