lunes, 5 de abril de 2010

El orden de la memoria o las desmedidas sombras en tres poemas de Luis Pacho


1.- El lugar por donde la aguja tiene que pasar:

Por DARWIN BEDOYA

La poesía de Luis Pacho Poma (Laraqueri, Puno, 1969) parece girar en torno a dos preocupaciones centrales: el transcurso irreversible del tiempo después de la ausencia y, la memoria que se guarda después de los días pasados, esto último como la estancia más recurrente que posee el hombre para enfrentarse a su condición efímera y mortal. El motivo de la disolución de la memoria en el piélago temporal resume en gran medida la poética de Pacho, de ahí quizá la brevedad y rotundidad lírica de sus textos, además, obviamente de su carácter contemplativo y el ritmo pausado. Creo que estamos frente a una voz poética enfrentada a su propia fragilidad, que en la alusión, al borde del silencio, encuentra las palabras y las imágenes precisas para retratar sus preocupaciones, sus nostalgias, especialmente la memoria. Soy demasiado amigo de Luis Pacho para hablar de su poesía sin que me sienta mal: la verdad es una de las peores hipocresías a que obliga la amistad. Sin embargo, este asunto amical no me hace olvidar que su poesía oscila también entre la muestra desenfadada de lo cotidiano y la necesidad de hallar el origen de la propia identidad cultural, a través de la observación de la herencia arquitectónica y del paisaje natural. Desde su poemario «Geografía de la distancia», Arteidea editores, 2004, 84pp., hasta los recientes poemas sueltos que hemos podido leer en antologías y revistas literarias, todos muestran una apertura hacia referentes geográficos de este espacio andino, esto, por supuesto, sin alejarse mucho de la pretensión de cierta universalidad que, en las más de las veces concentran los textos, sin duda, en torno a la imagen del individuo acosado por el vértigo y la aceleración de la modernidad. Precisamente al hablar de la tesitura identitaria y, considerando a la poesía y la identidad, recordamos el papel fundamental que le otorgaba Heidegger al forjamiento del «ser-ahí», en su esencia a través de la poesía. Sin embargo, frente a la contemplación de estos aspectos, también surgen las preguntas: ¿Qué poder posee la poesía para constituir la base de una identidad? ¿Dónde hemos de encontrar el límite para definir a lo que entendemos por identidad? ¿Será suficiente acaso con limitarnos a lo que el psicoanálisis más ortodoxo, pragmático e ingenuo nos pueda decir de ella? ¿O tendremos que ahondar en aquello que el psicoanálisis en las más de las veces da por sentado que existe? La contemplación de los cuerpos idos, los terruños, las imágenes de una tarde viendo llover en una comarca, una oscura nube anunciando las lluvias, el viento. Un cernícalo partiendo en dos los crepúsculos. La soledad. La ausencia. La nostalgia. El «ser-ahí». El lugar por donde la aguja tiene que pasar.

Lo primero que vi en la poesía de Pacho fue la valentía para abordar textos que reflejaban una realidad (sus primeros poemas fueron publicados en «Consejero del lobo») pensando que ahí está el espíritu del poeta, abordar ese espacio con preguntas, quizá pidiendo señales, incluso, pidiendo un silencio. Tal vez planteando aquella pregunta: ¿Qué pasa con ese hombre que intenta olvidar, que se siente solo, de qué abandono sufre? Creo que el poeta es una sombra resplandeciente que se encuentra sólo frente a un ¿dios?, a menudo contemplando a los ojos de un ser que ya no protege como un padre en todo, preguntando, interrogando, sino que, sintiendo a un protector que, al contrario, nos abandona en las preguntas. Esta poesía, mezcla de amor y nostalgia, combinación de dolor y ganas de victoria y confluencia de amor en un territorio atravesado también por ciertos vestigios de resentimiento. Esta poesía es el resultado del ejercicio notorio y entonces el poema deviene en una adyacente elegía del que queda vivo, el mismo que tendrá que aprender a vivir con la ausencia.

2.- La aguja que cose entre la segmentación y el orden de la memoria:

El ánimo trascendente de la poética de Pacho es notorio en tres de sus poemas más centrados en el tema de la ausencia y la memoria: «Los restos de Elías», «Cuerpo presente» e «Invocación del ausente», si bien es cierto, aparte de la terredad que se da en la atmósfera de estos poemas, también hay ecos posvanguardistas que se tornan más resonantes en ciertos versos de «Cuerpo presente», por ejemplo cuando el poeta escribe: «Amanecía y su rueca hilaba nubes. / Ella escogía los últimos granos y nosotros/dormíamos en una alfombra de lluvia.» Estos son versos que dejan de ser simples ecos para convertirse en rotundidades sacras. Mientras uno va leyendo los poemas pachianos, especialmente los tres poemas seleccionados para esta ocasión, fácilmente se puede sentir que uno de los grandes asuntos en los que siempre va a estar detenida la poesía es la ausencia —mejor dicho, la articulación de la combinación presencia/ausencia, la imposibilidad de oponer, desde un punto de vista formal, ambos términos— y que uno de los anhelos de la creación poética es, quizá, mostrar hasta qué punto se compenetran mutuamente estos asombros. Esto supone entonces que un poeta es, por definición, un lingüista, un sufridor de palabras que busca decir eso que el estar ahí, el vivir, nos arroja a la cara y no sabemos por qué nos incomoda y a la vez nos conmueve. El fenómeno poético está disperso en el mundo. La misión de todo poeta es traducir esa experiencia al plano del lenguaje. Gottfried Benn había afirmado, alguna vez, de manera enfática: «Un poema nace muy pocas veces: un poema se construye.» La poesía, como toda manifestación humana, está condicionada por las circunstancias sociales e históricas en que se desarrolla. Pero más todavía por las circunstancias personales intrínsecas, imaginarias del autor, como se puede notar en la poesía pachiana, especialmente en los poemas aludidos.

En «Los restos de Elías», podemos percibir que se da la evocación del abuelo, hay un homenaje y remembranza al padre mayor. En este texto el poeta le atribuye al poema la responsabilidad de la eternidad de aquel que no está más. La muerte es, en efecto, otro de los grandes asuntos de Pacho, tanto o más importante que el amor y la ausencia del ser amado. Henchido de nostalgia, el poeta advierte a la muerte clavada entre los ojos. «Al final del camino/ recordará los puquiales/ donde puso el ojo y bebió de sus aguas/ como los zorros a medio día. / Danzará la fiesta/ de las perdices antes de las lluvias/ y se irá lamiendo lentamente la garúa/ que cae como cierto dolor/ de cóndor en picada.» La muerte va barriendo a las figuras familiares, a los ancianos que un día no estarán más o estarán en todo momento, en el recuerdo, en la memoria: la eternidad. Los versos de Pacho en estos tres poemas se abandonan a una añoranza rabiosa: canta a la familia como si todos, abrazados por la nada, dibujaran un espacio invulnerable, una heredad a la que no tuviera acceso la destrucción: «Pero algún día/ el viento cambiará de aire/ y mis ojos no lo verán como siempre:/ bailando al final de las chacras,/ cazando zorrinos/ o llamándonos el ánimo a la hora del crepúsculo./ o las veces/ cuando se iba detrás de los vientos/ y volvía/ esparciendo palabras imposibles/ y trayendo algunas semillas en el bolsillo.// Pero una cosa es segura:/ sus palabras no se llevarán estas calles/ donde cayó respirando lacrimógenas/ mientras el Perú/ es un cuerpo llagado como su espalda.»

Luis Pacho, en «Cuerpo presente» evoca también el lugar que habitó su infancia, la casa familiar y la mamá grande, otro ser inmune al tiempo: «Amanecía y su rueca hilaba nubes.// Ella escogía los últimos granos y nosotros/ dormíamos en una alfombra de lluvia.// El silencio como su voz era tierra de todos.// Un día —cuando la noche huía de mis ojos—/ deletreé su nombre atardecido.// El pico del halcón que trajimos/ servía para atravesar la tinta de los crepúsculos.// Mirábamos a los pájaros extraviados/ que solían anidar en los muros alejados/ de la noche./ No importaba.// El cielo caía en sus espaldas/ pero ella tenía el tiempo para acunar/ en sus manos la sonrisa de la luna.» Los familiares muertos y la muerte están presentes cuando se habla de una época y una cultura tan atravesada por la penuria y los olvidos. Aquí, no solamente Luis Pacho, hombre-poeta que está hablando, sino portavoz de una cultura que necesita encontrar las palabras para las pérdidas individuales y las pérdidas grupales, especialmente para los rostros y los pechos olvidados. La muerte proyecta su sombra omnímoda en muchos poemas, y justifica su escritura en «Invocación del ausente» dice: «No tenía caso quedarse.// Los cerros eran barrotes alejados de los sueños./ las heladas entumeciendo las manos/ en la madrugada./ Los cielos con escasas aves/ y las cales anegándose de miedo.// En la puerta del bus/ le dije que el mar ahuyentaría su piel de granizo/ y que las lluvias no tardarían en descubrir/ sus ojos de animal rupestre.// ¿Pero el mar tenía corazón?// ¿Barcos con noticias familiares?// Un día al final del invierno/ escribió que el clima y la presión le sentaban bien/ y que las estrellas no caían a pesar/ del grito de los niños/ o las explosiones en la noche./ Y sin embargo su destino/ no era varar la soledad en un puerto lejano/ ni conversar a la intemperie/ con algunos pelícanos y guanayes/ a quienes no entendía nada.// A pesar de eso,/ nosotros sabíamos que en cualquier momento/ asomaría por el camino de la quebrada/ con una mujer blanca/ y unos niños parecidos a las nubes.» Estas imágenes se construyen debido a la fuerte impresión de las huellas culturales de un pueblo, con los sentires que se trasladan a la literatura y con la vida que alcanzan al traducirse en palabras. Si las palabras pueden cambiar el mundo yo no lo sé, pero sí sé que aportan una sustancia necesaria y vital para poder sentirnos vivos. En esta poesía el tema de la memoria está enlazado con el lugar de nacimiento, el terruño transformado, muchos años después del diluvio, hecho de memoria y olvido. El poeta habla acerca de lo que expresan los lugares comunes de su infancia, en los caminos, en ese entrecruzamiento de lo que se recuerda y que seguramente nunca se podrá olvidar.

La muerte y la ausencia necesitan ser expresados, ésta es una función de la palabra, es una función de la cultura, Pacho sabe entremezclar amor con dolor. El dolor no es solamente por los muertos, sino, el dolor por estar vivo en medio de tantos muertos que quieren seguir viviendo. A veces pareciese que el poeta intentara dejar un hilo de esperanza para que también la vida pueda existir en los dominios de la muerte, como ocurre en el poema «Los restos de Elías» cuando dice: «Nada perturbará su partida/ aunque las kantutas florezcan en sus narices/ o los relámpagos quemen/ su sombrero envejecido por el sol. / Él seguirá regando palo y vidrio/ en medio de las pistas de asfalto/ donde quedan cientos gritando como él.»

Vistas las cosas de este modo, la poesía no solamente es una abstracción ni tampoco una evasión, sino un continuo recinto reproductor de realidades. La poesía indaga, profundiza en nuestro entorno para entregarnos una suprarrealidad, una nueva concepción de nuestro mundo intrínseco y extrínseco. En realidad, podemos señalar que existe un tipo de poesía que parte del realismo, que tiene un claro matiz histórico en los sucesos que ocurren aquí y ahora, un carácter testimonial y de intención denunciadora que no prejuzga soluciones sino que denuncia estados que han de corregirse, obviamente sin llegar a la poesía social, creo que con Pacho, más bien, estamos hablando de una poesía vital.

3.- El hilo que borda las variaciones del silencio y la ocupación de la ausencia:

En conjunto, podemos decir entonces que la poesía de Luis Pacho nos presenta una gran continuidad: en su desarrollo se observan pocas inflexiones significativas, esto es, sus primeros poemas no difieren, en esencia, de los últimos. El ritmo dador de la textura y la vitalidad no varía notablemente. Creo que este orden y capacidad de simetría expresiva es el resultado de la práctica y la consecución de un estilo propio, de un estado de voz que ya es posible reconocer desde lejos. Empero, es necesario resaltar que, a veces, su poesía se embebe en la dispersión posvanguardista y va adquiriendo algunos matices que de tanto irradiarse, terminan confluyendo gracias a la voz que las erige. Por otra parte, una gran efervescencia léxica, inserta en una potente dimensión sensorial, convive con una contextura intelectual más bien vinculada a los torrentes líricos fríos. En la configuración de estos mundos líricos en donde se desplaza la poesía, caben tanto los deslices y los fragmentos meditativos. No faltan tampoco la intertextualidad ni la crítica a los límites siempre deleznables del género de la poesía lírica. Pacho ha construido su obra a partir de una constante: la inconformidad con la realidad y con los vestigios de una nostalgia. Las voces poéticas, en cada poema, reclaman siempre la presencia de un mundo más unitario y transparente. Reclaman la presencia y la posibilidad Quizá por eso recurre con frecuencia a la impostación: muchos de sus poemas son soliloquios líricos y visiones aletargadas, en los que el poeta construye un mundo que ha visto en su niñez y que ahora vuelven como flashes desde la oscuridad de un estado de la memoria.

Creo que esa idea pulsante es la poesía. Estos tres poemas de Luis Pacho no son las desmedidas sombras, son la poesía. Esa suma de sentirse que también confluyen en otro sentir. Un poema, un verso que te raspe el alma: la poesía. Considerando todo ello puedo decir, a modo de conclusión, que la poesía es, según mi discutible opinión, la más perfecta y pura de todas las artes y su forma de expresión, el verso, lo más cercano a la recreación con que cuenta el hombre para acercarse sin máscaras a su mundo interior. La poesía es también una forma pura de conocimiento, la forma estética donde mejor se expresa la sensibilidad, la vida, la muerte, el amor, el dolor. La poesía en sí es sabiduría. Por algo los griegos definían como «logos» al conocimiento, como un sistema de pensamiento racional. A lo mejor por ello, releyendo la poesía de Luis Pacho, nos alumbre la idea y la posibilidad de soñar con los ausentes y hablar con ellos, reconocerlos en el trono de la memoria. Saberlos caminando de puntillas por las variaciones del silencio. Pacho juega a distraer a la vida con sus textos. Después de todo, su poesía nos demuestra el acto maravilloso de ver el milagro de la vida latiendo junto a nosotros. Tal vez su voz poética nos demuestre que a veces es posible olvidar el destino último. Creer en el orden de la memoria: la ocupación de la ausencia.

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