lunes, 28 de junio de 2010

Periodismo cultural en los diarios


Escribe: José Luis Ayala

Este es un tema muy amplio y siempre constituye un riesgo tratar de resumir en pocas páginas, todo cuanto se ha escrito en varios libros, en diversas épocas y fue tratado por diversos autores. Sin embargo, no se puede hablar así nomás si es que por ejemplo no se acude, entre otras fuentes de información y estudio, al libro de Juan Gargurevich titulado: Historia de la prensa peruana (1594-1990).

Este tema no trata de evaluar el rol del periodismo practicado en los medios escritos de Lima durante los últimos años. La idea central tampoco es hacer un análisis del histórico rol que han cumplido o no las páginas culturales, ni analizar a los intelectuales y escritores que han tenido a su cargo comentar hechos culturales. Se trata más bien de auscultar hasta donde se pueda, la acción que cumplen las columnas o páginas culturales de la prensa escrita, en un trabajo en el cual la cultura prevalece, sin duda, un mundo en permanente conflicto. No es un mar tranquilo y sereno, es más un campo de permanente confrontación ideológica y si un analista niega ese hecho, significa que no percibe el tiempo histórico o que al cerrar los ojos, cree que es lo más cómodo y conveniente para mantener el status quo.

No vamos a referirnos a las revistas porque ese campo es muy amplio y requeriría más tiempo y espacio. Como se sabe, desde hace un buen tiempo, los grandes medios escritos reducen cada vez las columnas de opinión, pero de una manera especial las páginas culturales. Eso se debe a la necesidad de evadir el debate, eludir la crítica, alejarse del análisis, negar la información veraz a través de periodistas que entran en el juego. Eso no sucede por ejemplo con el diario Le Monde o Le Figaro, de París. Cada periodista escribe una columna de opinión o crítica y los lectores están acostumbrados a discrepar o aceptar lo que se escribe.

Si las páginas culturales en la prensa escrita de nuestro medio se mantienen, en forma diaria o a través de ediciones dominicales, viene a ser la expresión de una cultura elitista, es la manifestación de una permanente segregación con mentalidad colonial. Se trata también de ver a la cultura viva del Perú, desde una óptica a veces academicista, no siempre plural y constructiva. Pero no todo es decepcionante, hay críticos que se ocupan de darle la debida importancia por ejemplo a libros importantes escritos por poetas y narradores que radican en ciudades del interior del país.

Un rasgo común para no comprometerse con el Perú cultural esencial, es el hecho de que la mayoría (no todos por supuesto), de los responsables de las páginas culturales de los diarios, ahora acudan como fuente de información al Internet. Como se dice, voltean las noticias culturales internacionales más importantes y de esa manera, soslayan, esquivan y ningunean a los hechos que se producen en la cultura viva peruana. Ese es un síntoma de desprecio, de convertir en invisibles a los actores de la cultura en varios idiomas, regiones y estratificación, cuya dinámica, no obstante, es permanente y variada. Eso no significa que se debe dejar de lado los hechos culturales más importantes que acontecen en el mundo. Cómo no comentar por ejemplo el anuncio que de todos modos se abrirán las fosas comunes para rescatar la osamenta de Federico García Lorca, fusilado durante la guerra civil española y que le ha traído al juez Baltasar Garzón tanto odio y rencor, de parte de la ultra derecha española.

No es una novedad decir que informan mucho más acerca de lo que acontece en Lima y casi nada de la vida cultural nacional. No hay pintores, editores, escritores y acontecimientos culturales más importantes de lo que acontece en Lima. La cultivada ceguera cultural, la visión limeño centrista, no permite conocer a los nuevos poetas, novelistas, pintores y artistas que radican o trabajan en provincias, o a los más jóvenes que no son favorecidos por las editoras transnacionales. Bastaría decir que los más importantes escritores tienen orígenes provincianos. César Vallejo, José Carlos Mariátegui, Ciro Alegría, Jorge Basadre, Gamaliel Churata, Luis E. Valcárcel, José Antonio Encinas, Emilio Romero, Carlos Oquendo de Amat, José María Arguedas, Antenor Orrego, Francisco Izquierdo Ríos. Alejandro Romualdo y Mario Vargas Llosa.

Aunque todavía no hay un libro que específicamente estudie y analice la historia, el rol del periodismo cultural escrito en el Perú, específicamente en relación a los diarios; sin embargo, tanto Juan Gargurevich como el historiador Raúl Porras Barrenechea, el cura Rubén Vargas Ugarte, Pablo Macera, Alberto Tauro del Pino, Félix Denegri Luna y Ella Dumbar Temple, Manuel Jesús Orbegozo y Winston Orrillo, han estudiado el periodismo peruano en general y abierto sin duda, un derrotero por el que es posible empezar a caminar para aproximarse a este tema tan apasionante antiguo como moderno.

A esta mención de historiadores hay que añadir necesariamente el nombre de Osmar Gonzales Alvarado, debido a que acaba de publicar un novedoso texto que se llama Prensa escrita e intelectuales periodistas (1885-1930). Se refiere a la presencia de escritores e intelectuales en los diarios como en revistas, advierte que se trata de un florecimiento de textos de intelectuales durante gobiernos con tentativas democráticas hasta la dictadura de Luis Miguel Sánchez Cerro y su asesinato físico. Demás está decir que desde siempre los intelectuales, los escritores periodistas, han representado y expresan la corriente ideológica que representan o al medio en el que colaboran o trabajan. Para graficar esta afirmación, vamos a señalar muy rápidamente dos tendencias muy claras y distantes. El Comercio y Labor, así como Variedades y Amauta.

Pero, ¿a qué se llama periodismo cultural? Se ha venido a denominar así a una rama especializada del periodismo que se practica en los diarios, revistas, radio, televisión, Internet y ahora en los blogs. Se ocupa de informar, analizar y ejercer la crítica literaria periodística, el comentario y reseñas en referencia al desarrollo de la cultura en general. Y ahora sí tocamos el fondo de esta exposición de ideas y nos preguntamos: ¿Qué es cultura? Nos referimos a un concepto sumamente delicado, polémico, profundo, antiguo, actual e ineludible de analizar. Todo depende quién defina su acepción y significado, dónde, para qué, para quiénes y cuándo. De modo que es necesario observar el contexto en el que se habla, sobre todo conocer la formación de la persona que emita una opinión en relación a esta materia.

Según la Enciclopedia Salvat, volumen 6 (crisis-d’ola), Madrid, 2004, la palabra cultura tiene varias acepciones ya sea desde el punto de vista figurativo, filológico, sociológico o desde la antropología cultural. Pero de una manera general dice que es el: “Conjunto de conocimientos básicos necesarios a toda persona en un momento histórico y en un medio social dados, independientemente de cualquier especialización técnica”. (Página 4155).

Como se puede apreciar, se trata de un concepto impreciso, vacuo, intonso, es la redacción de una acepción que refleja pereza intelectual y una evidente manera de soslayar el fondo del tema para no analizar el contenido ideológico. La cultura no es solo eso, es mucho más, es un poder que permite movilizar muchas fuerzas sociales que se mantienen ocultas o vigentes en la mentalidad de todos los pueblos. No es solo un sentimiento, un comportamiento que pertenece a una persona o de un grupo humano o comunidad de personas, tampoco es una razón local o regional, es una acción de la nación que nos vincula a través de los hechos y el tiempo. Hoy viene a ser un campo muy amplio, en el que mucho tiene que ver las ideologías concurrentes y formas de analizar los temas más importantes.

La Universidad Autónoma de México (1969), publicó un libro que contiene mil conceptos de cultura, escritos durante muchos siglos por distintos autores y en distintos idiomas. Es un texto didáctico que tiene por objeto señalar la evolución del concepto, los cambios que se han producido a través de las experiencias colectivas en distintas sociedades. Luego, a los aportes de la investigación científica como a de las ciencias sociales. Mucho tiene que ver las luchas emprendidas por las masas campesinas, las multitudes de las ciudades y marchas populares para tener acceso a la educación y a la cultura. Demás estaría transcribir algunos conceptos que aparecen en el Diccionario Ideológico, publicado por la editorial española Uthea, durante el gobierno del generalísimo Francisco Franco. Ese texto es una prueba del grado de ideologización cultural, de penetración política que puede alcanzar un texto con gran influencia en América Latina, durante muchos años.

No obstante y solo por fines didácticos conozcamos la declaración formulada por UNESCO, en 1982. “La cultura da al hombre – dice- la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden”. (1982: Declaración de México). Es una redacción que sin duda acusa un eurocentrismo exacerbado al decir hombre, quiere decir sin duda yo y de ninguna manera nosotros. En fin, es un texto para contentar a todos y no entrar en conflicto con el sistema.

Entonces, ¿qué hacer?, ¿con qué concepto nos quedamos? ¿Con cuál autor? ¿Con cuál acepción elaborada por una universidad? ¿Hay que aceptar lo que dice el Diccionario de la Real Academia? ¿Es posible acaso revisar los conceptos de la cultura dominante? La única alternativa y respuesta es crear un concepto de acuerdo a nuestra realidad, una acepción que contenga tradición y cambio, una palabra que refleje nuestra historia de más de 10,000 años, la resistencia y mentalidades de las distintas comunidades humanas que conforman el Perú de hoy.

También habría que decir, ahora se habla de cinco variantes de culturas que es necesario mencionar solo por razones didácticas.

1.- La cultura dominante y la cultura de la resistencia social.
2.- La cultura colonizadora y la cultura la descolonización.
3.- La cultura alienante de los medios masivos como de monopolios y la cultura de la liberación colectiva.
4.- La cultura oficial enajenante que incluye al sistema educativo y la cultura de la diversidad y la identidad plural.
5.- Las culturas en conflicto y la confrontación cultural ideológica.
6.- La cultura de la posmodernidad y la cultura antisistema.

José María Arguedas definió el hecho de las culturas en conflicto con gran propiedad. Al saber que en el Perú conviven hace siglos varias culturas en permanente fricción, que la cultura hispano criolla sirve de plataforma de dominio y representa a la cultura oficial y que la lengua de la cultura dominante es el español, advirtió que se trata de un mundo en permanente ebullición. Bien podríamos que es un volcán cuyos temblores se sienten cada cierto tiempo. Hasta que finalmente se produzca una erupción, cuando en el Perú se presente el esperado sunami social, un cataclismo de reivindicaciones y el regreso del equilibrio, la llegada del nuevo Pachacuti para la sociedad humana quechua y el retorno del Thunupa en la cultura aymara. A eso llamó todas las sangres, no al concepto de mezcla o de unidad de todas las culturas, ese es un concepto errado y que no pertenece al autor de la novela El zorro de arriba y el zorro de abajo.

Igual sucede con muchas otras culturas en conflicto, algunas de las cuales han logrado sobrevivir en América Latina. Como se sabe muchas de ellas ancestrales u originarias como se dice ahora, han desaparecido y otras están al borde de la extinción física. En el Perú, el caso de la cultura jacaru, ubicada en Tupe, es alarmante porque solo hablan esa lengua cuarenta personas y los niños se rehúsan a aprenderla en la escuela. Un alarmante informe de la UNESCO, ha advertido que debido a las constantes migraciones masivas del campo a la ciudad, la falta de un desarrollo humano sostenido y a largo plazo en el Perú, el quechua y el aymara desaparecerán hacia el 2,050, pese a los esfuerzos de la educación intercultural y formación de docentes bilingües.

El ataque a las torres gemelas del martes 11 de setiembre de 2001, es la expresión de dos culturas en conflicto, aunque esta observación no aparezca cuando se hace un análisis de los hechos. Pero también significa la mayor ofensiva terrorista de la historia, que culminó con la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York, de otro edificio aledaño y parte del Pentágono, en Washington.

Todos esos lugares fueron impactados por aviones de pasajeros que fueron secuestrados en ciudades cercanas a Nueva York. El ex presidente George W. Bush habló de millares de víctimas, mientras el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, señaló que la cifra de muertos superaba todo cálculo racional.

De modo general la cultura viene a ser la expresión de todas las maneras, las formas, modelos y patrones, expresos o tácitos, cuyos mecanismos sirven para que una sociedad regule el comportamiento de quienes conforman. Entonces, se trata de costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de comportarse, la forma de vestimenta, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias. Es necesario agregar que la cultura es también información, cambios sociales, vigencia de conceptos críticos, es renovación constante y habilidades que tiene cada individuo.

Toda persona vive en determinada sociedad o sociedades, por tanto asimila sus rasgos culturales durante la niñez y la juventud. Como el siglo XXI es el siglo de las migraciones, el siglo de las comunicaciones y el reino de las transnacionales que se han propuesto destruir el planeta, todos estamos inmersos en la misma realidad global, amenazados de que llegue el fin de la civilización humana. Así es como ha surgido ahora también una toma de conciencia planetaria con exclusión de los depredadores. Ahora la cultura descolonizadora y combatiente tiene su fuente en los derechos humanos y derechos sociales de los pueblos, para exigir que se cumplan los compromisos de no contaminación del aire, el suelo y subsuelo. Se respete la biodiversidad, la vida humana y nunca no más se produzcan acciones de sabotaje de parte de los países industrializados, tal como sucedió en la última reunión de Copenhague.

Un libro que habría que leer con atención y cuidado es El poder de la cultura de Edgar Montiel. La tesis es que la cultura en el siglo XXI tendrá un rol protagónico porque además es un bien común que identifica y cohesiona a cada comunidad y nación. Se trata de un poder inmaterial cuyo valor todavía no ha sido tomado en cuenta por los Estados, por ejemplo en América Latina. Señala, sin embargo, que hay culturas dominantes y emergentes. Montiel que ha trabajado en ideología y mentalidad de José Gabriel Túpac Amaru, en el Inca Garcilaso de la Vega, como historiador y filósofo, ha sido muy claro en una entrevista que le hicimos la semana pasada para el diario La Primera. Veamos una parte sustantiva.

Ayala. - ¿No hay el riesgo de hacer de la cultura un instrumento de dominio?

Montiel.- Es un instrumento de dominio. No hay que tener una visión seráfica y neutra de ella. La cultura ha sido siempre un recurso de dominio, de disputa, de influencia pero también de resistencia. Quizás el por está en reducir los diferentes planos de la cultura a uno solo: el de las bellas artes, las cuales han sido ubicadas en la esfera de la autonomía. La cultura es un recurso poderosísimo de persuasión. Es por esto que abordajes como los de Joseph Nye, que ha acuñado el término de poder blando para hablar del papel de la cultura y las prácticas políticas en las relaciones internacionales, nos muestran que la cultura es un tema que preocupa a los Estados, a las cancillerías.

Ayala.- Sin embargo podríamos preguntarnos cuánto puede influir la “persuasión cultural” en un grupo de personas “convencidas”. ¿Cuánto puede influir el poder blando de una nación en un grupo fanatizado?”

Montiel.- Una de las características de las culturas es que es un poder difuso, molecular, diríamos homeopático. No posee el impacto inmediato y cuantificable que tiene el poder militar o económico en una determinada situación. Pero esto no quiere decir que deje de tener influencia en las personas que lo reciben. A medida que es “molecular”, se asienta poco a poco en las conciencias de manera que cambia comportamientos y actitudes. Quizás esto no sea suficiente para cambiar súbitamente a masas fanatizadas, pero si con esa capacidad de transmisión que tienen los medios de comunicación se promoviera la comprensión mutua, la actitud cooperativa, la interculturalidad activa, y no esa apología de la violencia fácil, esa xenofobia que no dice su nombre, la marginalidad como exotismo, y esa opulencia y consumismo compulsivo -recurriendo a reiterados efectos especiales-, no se estaría alimentando a toda hora a los demonios del fanatismo. El desafío mayor constituye la incorporación en las escuelas, desde los primeros años, de una educación intercultural, abierta a la comprensión del otro. Esto crearía un hábito dialógico en las nuevas generaciones y avanzaríamos en el esfuerzo de aprender a vivir juntos.

Ningún Estado-nación en consecuencia escapa a estos criterios, a esta forma de ver el desarrollo de la cultura. Todo está en relación y nada está fuera del sistema. Pero también hay un abuso y libertinaje cuando se usa la palabra cultura para designar algunos comportamientos sociales actuales, la calidad y procedencia del lenguaje, los gustos musicales, las formas de hablar, preferencia de alimentos y otros rasgos formales que se imponen en un mundo en conflicto, en una sociedad con una profunda estratificación social. Es un error, por ejemplo, hablar de cultura combi, cultura chatarra, cultura del chuponeo, cultura del perreo, cultura de la cutra, cultura de las barras bravas, cultura alcohólica, cultura de la marihuana, cultura del plagio, cultura sexual y hasta cultura de la soplonería, la cultura de la pendejada.

No es así, hablar de cultura en el fondo es hablar de conocimientos, antiguos, de una tradición, de investigaciones renovadas y modernas ya sea en sociedades humanas dominantes o dominadas. Es también definir las ideologías imperantes, decodificar las mentalidades, significa necesariamente hacer un análisis y referirse al rol de la educación, de la lectura, de la función del Estado-nación. Es hablar de la responsabilidad del sistema educativo y de los medios de comunicación. Pero sobre todo es plantear un esquema para discutir un tema de fondo: qué clase de sociedad queremos construir, cómo debería ser una coherente política cultural, quién debe diseñarla, qué objetivos debe tener, qué valores humanos debe tener para sostener, fomentar, mantener y proyectar la cultura nacional.

Para acabar esta parte digamos que la futura creación del Ministerio de Cultura, en lo que se refiere a la política cultural que desarrollará, ya está en marcha. No será ninguna novedad porque no renovará nada. Será como la creación del Ministerio de la Mujer, del Ministerio de la Producción o Ministerio del Medio Ambiente. Será como la improvisación de las regiones a base de los departamentos. La idea es no modificar el modelo del decante sistema cultural vigente, no hay que hacerse ilusiones conociendo al gobierno lobista del llamado El perro del hortelano.

Entonces, ¿todo cuanto se escribe y comenta en el periodismo cultural tiene que ver con la política cultural de un Estado-nación? Por supuesto. Aunque haya quienes lo nieguen, el Estado Peruano tiene una política cultural que se lleva a cabo por medio del Ministerio de Educación, el Instituto Nacional de Cultura, la Biblioteca Nacional del Perú, las instituciones culturales públicas y privadas, así como mediante las regiones y los municipios provinciales y distritales.

Aunque la Constitución Política se refiere de modo ambiguo a la política cultural, a falta de un diseño inteligente como apropiado, de una sólida, definida y precisión conceptual de este tema, la política cultural la dictan de hecho los medios de comunicación masiva. Esa realidad se refleja también en las páginas culturales que sirven de caja de resonancia y prolongación de los acontecimientos culturales.

Por supuesto, hay quienes están en contra que se establezca una política cultural amparándose en los principios de una supuesta libertad de mercado, de libre oferta y demanda. Ven a la cultura como un negocio altamente rentable. Mucho tiene que ver el fenómeno de la betselerización como el concepto de marketeo cultural y formas de ganar espacios de consumo de productos culturales. Hay también una nueva corriente, sostiene que es preciso propender a convertir la cultura en una industria competitiva en el mercado latinoamericano, de libre oferta y libre demanda.

En fin, para no perdernos en los laberintos de conceptos posmodernos, es preciso señalar que el periodismo cultural apareció al mismo tiempo que los diarios. Las primeras páginas se establecieron en 1715 con la Gaceta de Lima en los talleres de José Contreras y Alvarado. Eran una especie de reimpresión de lo que se publicaba en Europa y casi eso mismo sucede ahora. Es que no hemos podido superar hasta ahora el síndrome de la colonización cultural. Como decía Jorge Basadre no hemos capaces de rebelarnos para fundar un Estado moderno, para organizar una Nación plural y construir una sociedad con menos abismos sociales. Hasta que en enero de 1744 apareció formalmente la Gaceta de Lima trayendo notas culturales, en la imprenta de la calle S. Idelfhonso. Ese hecho marcó cierta independencia de la capital de la colonia.

Desde entonces hasta ahora, mucha tinta ha corrido en toneladas de papel hasta que se impuso la necesidad de establecer secciones o páginas para cada expresión de la vida cultural. Así fue como se crearon las páginas culturales, en razón de la demanda y poder de la cultura. Por eso, la historia del periodismo en síntesis, es la permanente y diaria lucha de la imposición de una clase sobre otra. La historia y desarrollo de las páginas culturales no escapan a ese concepto y a la respuesta de una clase social por liberarse de la opresión económica y cultural.

Habría que preguntarse qué concepto tienen los dueños de los diarios, de la televisión, de las radios y de los soúfers de Internet. Si quienes dirigen los medios de comunicación no son los periodistas, sino ellos, los dueños de las empresas, que son básicamente comerciantes o empresarios. Salvo el honroso caso del diario La Primera, cuyos dueños pertenecen a la familia Belaunde y el director es el paradigmático maestro, escritor y periodista César Lévano. Es un caso excepcional en el mundo según el analista Edgar Montiel, el director y todos los periodistas que tenemos el honor de trabajar con él, gozamos de una amplia libertad y confianza.

Finalmente, es preciso añadir que un periodista o escritor para que se ocupe de la página cultural de un diario, lo primero que debe observar es una moral y ética transparente. Es un trabajo que exige una entrega total con mística y fe en la cultura como poder, de modo que habrá que seguir en la batalla para defender un derecho que el pueblo peruano tiene porque no es un regalo, es una conquista social a la que jamás, nunca renunciará.

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