domingo, 6 de junio de 2010

Julia Chávez y el ritual de la impostura


Escribe: Jorge Flórez Áybar

Los comentarios literarios en nuestro medio se vienen realizando, desde hace un buen tiempo, casi de manera permanente: las radios, las televisoras y los medios escritos, sobre todo el diario Los Andes, nos dan a conocer oportunamente la circulación de un texto poético o narrativo. Esto posibilita al investigador un enjuiciamiento crítico y una valoración adecuada al texto. Sirve también para configurar nuestra literatura puneña en su real proceso y deje de ser una denominación abstracta.

Desde hace un buen tiempo, deseaba dejar constancia sobre la presencia de la mujer en nuestra literatura. En ese sentido cabría recordar a Carmela Chevarría, autora de la novela Madre mía y con ella, oficialmente, se inicia la historia de la novela puneña. Si debe juzgársela habrá que hacerlo teniendo en cuenta su contexto: espacio/tiempo. Es la única mujer que brilló por casi medio siglo en nuestras letras; hasta que apareció, en la década del 80, con un aura brillante y luminoso, Zelideth Chávez Cuentas: es ella, la única mujer que se halla en los altares de la literatura nacional. Al filo del siglo XXI aparecen otros nombres: Eleonor Vizcarra Herles (Destellos del alba, editorial de la UNA, 2005). Elsa Gaona y Julia Chávez Pinazo.

De este grupo de narradoras nos interesa Julia Chávez Pinazo. Nos importa por varias razones: la primera, porque en sus narraciones nos plantea temas nuevos: la infidelidad, el aborto, el abandono, la soledad. En el fondo no es sino una recusación contra el derrumbamiento de los valores humanos en una sociedad hipócrita, hirviente. El tratamiento es descarnado, a veces, pareciera que la realidad estuviera encima de la ficción. Los personajes –mujeres casquivanas y hombres disolutos- dan rienda suelta a sus pasiones en oscuras habitaciones de un hotelucho.

Noches de adrenalina es un poemario de la poeta Carmen Ollé y desde el inicio el lector se da cuenta de su posición iconoclasta, parricida, experimental y polémico, incluso en su noveleta, Por qué hacen tanto ruido. Algo así, la encuentro a la narradora Julia Chávez Pinazo, con un universo verbal muy propio, planteándonos un sinfín de conflictos suscitados a lo largo de sus narraciones.

Una segunda razón, debo referirme a la descripción de sus personajes: son pocos e innominados como lo señalara el escritor Feliciano Padilla. Se percibe la dicotomía soledad/amor que inexorablemente desemboca en la muerte o transita con ella como en el Campanario. En suma, los personajes son víctimas de una sociedad que se desmorona, no solo por la frustración, el engaño o la ruina moral sino porque se debate en la más grande de las corrupciones de nuestra historia. Pese a ello, se puede inferir que la narradora acunó un poético sueño de amor en cada uno de sus relatos. El lenguaje poético no solo nos eleva sino que nos libera de una sociedad que se asfixia en su propio laberinto.

La intención de este artículo es registrar la nueva narrativa que se avecina con la nueva generación de narradores. Julia Chávez creció pronto. Fue discípula en un colegio particular y después en la facultad de Derecho. La volví a encontrar mucho más madura a inicios del siglo XXI. En ese entonces, metafóricamente hablando, yo era un árbol no frondoso, pero tenía mis propias ramas y mi propia sombra; y ella creció bajo esa sombra. Se liberó pronto porque nuestros puntos de vista eran (y son) diametralmente opuestos, si se quiere contradictorios. Sus temas no son mis temas. O mejor ideológicamente somos diferentes, pero abrigo que en el futuro tocará temas que nos concierne solo a los habitantes de los Andes. El niño y el zorro es un indicio.

La técnica que maneja, generalmente, es la lineal, a veces utiliza el disloque del tiempo mediante la alternancia de episodios que se vinculan entre sí, como en Mariposa azul, la niña celeste. En mi breve ensayo: 10 años de literatura puneña: 1996-2006 expresé lo siguiente: Julia Chávez Pinazo acaba de publicar su primer cuento: La espera final, en la revista Apumarka nro. 9. Causó grata impresión, no solo porque se convierte en una nueva narradora, sino por el tema planteado en esta primera publicación. Creo que la nueva generación de jóvenes narradores se halla en la búsqueda de una nueva opción, que tiende, antes que los problemas teóricos y literarios, a saquear sus propias emociones; o sea, buscar los temas en los niveles y desniveles de su propia conciencia. Y dentro de esta coyuntura, el proceso de desarrollo de nuestra narrativa se ve enriquecida con el tratamiento temático que no se ajusta solo al especio literario. Esto significa, desde hace un buen tiempo, la fusión de la ficción con la no ficción. El caso reciente son las novelas de Luis Gallegos. A esto habría que agregar los cuentos y relatos de Christian Reynoso, Elard Dancuart, Waldo Vera, Cáceres Ortega, Eleonor Vizcarra, José Luis Velásquez Garambel, etc. Ahora las narraciones de Julia Chávez Pinazo incrementan esta nueva opción, desde la obsesión casi enfermiza por la muerte hasta las acciones violentas. No voy a referirme al cuento La espera final, prefiero la opinión del escritor Feliciano Padilla: “Bebiendo café con un amigo escritor tuve la ocasión de leer y releer el cuento La espera final de Julia Chávez Pinazo. Me impresionó sobremanera y quise recordar de quien se trataba. Escarmenando los recuerdos se me vino a la memoria la imagen de una muchacha que estudiaba los últimos ciclos de derecho en la UNA Y, que algunas veces, anduvo compartiendo experiencias con otros jóvenes del taller de cuento Anclas en el Cielo, que dirigíamos Bladimiro Centeno y yo, allá por el 2002 y 2003. Sé que tiene varios cuentos, pero éste con el cual se inicia oficialmente, destaca por varias razones. Abordaré solo la estructura del relato.

Como se sabe el cuento es estructura y lenguaje, con el cual se formaliza un mundo e interactúan los personajes. La espera final se inicia con un conflicto debidamente planteado, como es el de estabilizar una relación amorosa apasionada entre un abogado catedrático y su discípula. El problema surge de su propia naturaleza contradictoria. Para ser más explícito, relación prohibida para la norma social: él es casado y tiene familia. El arrebato incontrolable de sus encuentros carnales que , casi siempre, los lleva al paroxismo, pareciera garantizar una relación duradera, conveniente para el disfrute de los personajes y de los lectores; sin embargo, los imponderables, se encargan de conducir este conflicto hacia una historia dramática y tensa que, en sí es el quid de la narración. Los personajes son innominados, de manera que la atmósfera que se logra es impersonal. La autora crea un narrador para que cuente la historia en primera y segunda persona, de modo que no puede decirse que el cuento tenga un tinte autobiográfico, aunque no sea posible evitar los filtros de la vida del autor a la vida de los personajes.

El catedrático y la muchacha, finalmente, se ven obligados a terminar sus relaciones, lo que agrava la situación conflictiva; pero, como en las grandes historias de amor, el tiempo parece darles la última oportunidad. La espera permite un resultado venturoso: El tiempo que, casi siempre, es imprevisible, los enfrenta ahora en condición de viudos, por tanto, libres para unirse como amantes por toda la vida. El encuentro debía hacerse en el mismo escenario de hace tantísimos años. El abogado la espera ansioso, mas, ella no llegará nunca. Así, el catedrático vivirá, desgraciadamente, su espera final, ya que al día siguiente, un amigo le informa que aquella dama había fallecido meses atrás. Tiempo después, el hijo del abogado –un nuevo personaje- publica este Diario de amor, tal como lo había encontrado. La historia tiene intensidad y una estructura adecuada. Sirve de pretexto para que Julia Chávez bucee en el ámbito de sus propios demonios y nos estremezca con un paisaje interior pintado con mano de artista. Si Julia no traiciona a la literatura y camina con perseverancia a toda prueba, porque la narrativa no da concesiones, le auguro un futuro brillante para bien de la narrativa puneña”. (Valió la pena esperar, artículo publicado en Apumarka No 09, por Feliciano Padilla).

El ángel caído, que nos sirve de base textual, es un relato construido en tres actos y con solo dos protagonistas. Julia Chávez Pinazo explora un problema de la sociedad peruana: la infidelidad, tan común en nuestro medio, incluso, en cualquier sociedad de Latinoamérica, si se quiere, más allá de estas fronteras. Las escenas se ejecutan en dos espacios: la habitación de un hotelucho y en la celda de una prisión. Los personajes son innominados.

El relato se inicia con el anticlímax: ella se encuentra en la celda de una cárcel. En el segundo acto, a través de un largo monólogo narra los hechos de un crimen perpetuado, alcanza, en esta parte de la narración, el punto más alto del clímax; y, finalmente el desenlace es muy doloroso. La protagonista alumbrará al hijo de esa relación.

En la segunda parte de El ángel caído, el drama se acentúa y la fuerza dramática anula toda posibilidad de acción de los protagonistas. La exacerbación de la violencia llega a su clímax cuando la protagonista corta la aorta de su amante con un bisturí, llegando, incluso, a la locura –convulsiona de risa y gritos–, especie de orgasmo nacido desde más allá de la violencia. Después, ella se encuentra desencajada; y él, en un bulto ensangrentado, ya cadáver. Habría que remarcar, las transcripciones fonéticas que son arrancadas de su locura, vigorizando aún más su tono violento.

Habría que ingresar a los túneles de la conciencia de la protagonista con el objeto de desentrañar el porqué del asesinato. Y encontrar, si fuera posible, la diferencia que existe entre victimario y víctima (un machista que había dado por terminada su relación con su amante y que por eso: ¿habría que justificar el asesinato?) y desde otra perspectiva –más allá de los valores humanos, pisoteados permanentemente–, podría verse a la protagonista en una desigual dicotomía: mujer/conciencia imbricadas en una tenaz lucha por ser y no ser: ¿acaso se podría plantear de una opresión física y psíquica ejercida por el asesinado? Que acabará con la muerte violenta del protagonista.

Al margen de estas disquisiciones, el acierto del relato se halla en el suspenso creado antes y después del crimen. La narradora supo seleccionar las perspectivas que interesan al relato. Así mismo, la violencia continúa en la última etapa del cuento: el nacimiento: el nacimiento de un niño en la celda de una cárcel. Entonces la violencia asumirá un cariz distinto y el recién nacido se convertirá en el cilicio de la mujer.

Algo que podríamos reclamarle a la narradora, Julia Chávez Pinazo, es la ausencia del diálogo en este cuento, El ángel caído; es por esa razón, que no encontramos el fluir de la conciencia de la víctima. Nos hubiera interesado saber lo que ocurría en su mundo interior. Solo sabemos lo que piensa la protagonista, por eso recurre la narradora al uso de la primera persona gramatical para darnos a conocer su interioridad. Solo al inicio del cuento encontramos la tercera persona gramatical –los cuatro primeros párrafos-, después del cuarto párrafo, ya no se oirá más la voz de la narradora.

En cuanto al plano de la composición, evita el fetichismo tecnicista de las nuevas formas de narrar –si nos atenemos solo a los dos cuentos: La espera final y El ángel caído de un total de seis relatos–. Su prosa es rápida y salpicada de imágenes.

Podemos concluir que Julia Chávez Pinazo se ha convertido en la nueva narradora de esta hora final y merece nuestra adhesión y simpatía por su creación literaria. Ella sabe que su trabajo está en proceso de desarrollo, pero cuando alcance el nivel requerido por la crítica exigente, su obra nos dejará oír el crepitar de su fuego, anunciándonos su propia luz.

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