sábado, 19 de junio de 2010

“Los pies del río”: el asombro como estrategia creativa


Escribe: Feliciano Padilla

Jovín Valdez nos entrega esta noche una obra titulada “Los pies del río”, publicada por la Editorial Pasacalle de la ciudad de Lima. Contiene 3 libros articulados por una temática general andina: “Titikaka”, “Los pies del río” y “Sonetos de Verano”. Toda lectura involucra mínimamente tres niveles de comprensión: literal, inferencial y crítico. Para enfrentar los retos impuestos por esta obra voy a utilizar el nivel crítico de mi comprensión lectora, entendida como una capacidad común a todo ser humano. Centraré este análisis sólo en el primer libro del poemario que lleva por título TITIKAKA.

En el texto “Titikaka”, la voz de Jovin se propaga de una posición aldeana hacia lo ecuménico y, aunque su concepción del mundo pareciera contrastar con la que se reverencia en la cultura occidental, el poemario articula una percepción cosmogónica y mítica con lo universal, desde una perspectiva integradora de culturas. Una impresión inicial es que el lector se encuentra con un texto poco común para el canon literario actual. Se advierte una sensibilidad extraordinaria y una imaginación exuberante poco común en la poesía actual y, que más bien, nos permitiría vincularla con el viejo modernismo. Quizá, digo quizá, por eso, requiera de una hermenéutica, también, poco común, en la medida que los procesos mentales que crean imágenes y tropos hiperbólicos se expresan por medio de construcciones intensas acorde, igualmente, con la vastedad del espacio donde han sido engendrados los versos de “Titikaka”.

Pero, ¿qué es poco común en nuestra época? La reacción más simple del ser humano: la actitud de deslumbramiento del hombre ante la naturaleza. La modernización de la sociedad ha llevado a la humanidad a niveles espantosos de percepción virtual del mundo. Las nuevas generaciones no tienen necesidad de contactarse con las cosas, los espacios y los hombres para acercarse a ellos. Lo hacen a través de la Red Internacional o mediante la representación racionalista de las cosas, sin poder percibir lo que se esconde más allá de las apariencias. Los conocimientos se encuentran virtualizados y, hasta las relaciones humanas no escapan de esta modalidad.

En nuestra época se ha virtualizado absolutamente todo: El hombre no percibe ya la presencia adánica de los colores diseminados en la tierra, los mares y los cielos. Lo real es para el hombre moderno sólo una representación mental. Siendo así, la imagen real del mundo es relativa, se empequeñece y, finalmente se olvida. Si el mundo es percibido sólo desde una mirada cartesiana, se ha perdido para siempre, la capacidad de contemplación y asombro, la aptitud de admiración de la naturaleza como una veneración de la propia vida.

Pero, para alegría de la gente contamos todavía con los poetas y; particularmente, con el poeta Jovin Valdez, quien no se contenta con representaciones mentales ni la percepción virtual de las cosas; poeta que ante la maravilla del Titikaka exclamará: “Cielo vertido en la cuenca ventral de la tierra / Desde eras olvidadas y lozanas primaveras / te fundes en los días como un ojo de filtro / diseminado en la espuma y la bruma del tiempo”. Su asombro crece hasta tal extremo que no puede sino que identificarlo como el origen de la vida cuyo soplo divino es el lenguaje. Entonces el poeta pregonará al mundo: “Eres el origen / del canto salvaje escrito en la hierba / del aire que respiran taciturnos habitantes / forjados en la arcilla / caldeada por la nieve/ Eres el origen / del lenguaje grabado en la flor de la piedra”.
Las teorías cosmogónicas del Ande explican el origen del universo desde una mirada panteísta y, el canto sideral de Valdez sigue ese cauce torrentoso para confirmar esa doctrina. Sin embargo, este mundo mitológico debe ser profanado para cumplir su destino. Los Dioses no pueden estar conformes con su creación si no han sido capaces de engendrar a sus adoradores. Por eso, para recibir estos honores, crean en este espacio a los hombres que lo pueblan y; en particular, a los UROS, domeñadores del lago y del tiempo, virtuosos navegantes que cargan sobre sus balsas su sed de conquista, su ansia de libertad. El poeta lo percibe y dirá: “Allá en lo natural y tangible / donde los ojos del balsero coronan su destino / y el llamado del lago como un vaticinio / cae sobre sus hombros para recordarle / el tiempo que debe a los años venideros”

El privilegio de los parámetros de la representación racional del mundo separa al hombre del espacio donde recrea la cultura. La representación cartesiana separa al mundo del hombre que lo habita; aparta las cosas de las palabras que la enuncian. El racionalismo ha castrado la capacidad emocional del cuerpo ante su maravilloso entorno; sin embargo para Jovín el mundo es la celebración de los sentidos, el canto, la fiesta de la vida, la veneración religiosa de un mundo sagrado. La religión del poeta es panteísta y profesa un credo que no pretende ser poseedora de la verdad. La religión panteísta no es la que divide, no es la que excluye a los que no pertenecen a la congregación; la religión andina panteísta no desprecia cultos o interpretaciones distintas. No combate otros credos; por el contrario, nos recuerda de modo permanente que antes de los derechos humanos están los derechos de la Madre Tierra, nuestra creadora y protectora. Esta es la segunda impresión que nos revela la poesía de Jovín Valdez.

Pero también hay en la poética de Jovín una notoria sensibilidad social hacia la acción plausible de algunos hombres, cuya forma de existencia es la lucha permanente por algo superior. Y ahí está su “Oda a Horacio Zevallos” o aquella otra donde se habla de Muerte en Ilave. Horacio es para el poeta un ser límpido que ha entregado su vida para la redención del hombre. Escuchemos cómo concluye una de sus estrofas: “Qué importa tus penurias / y tu súbita partida/ si el sol que has sembrado / florea en los ojos que avizoran la mañana”. Más aún, pareciera que el personaje es tan familiar a sus ojos, tan cercano a su vida, ya que en otros versos le dice: “Yo todavía ausculto la semblanza de tu casa / a donde tú llegabas en un corcel de mimbre / y donde aún se ocultan las almas que te esperan / escuchando tus ecos de sonoro contrabajo”.

La sensibilidad del poeta no sólo es agua que se escancia en el vaso de los objetos sagrados, sino, un ojo avizor que da cuenta del agua, del cielo y de la tierra; de los peces, las estrellas y los animales que apacentan en la estepa. Nada es extraño a la lira de Valdez, ni la lluvia, ni el relámpago, ni el frío crudo del invierno. Por eso sus versos se bambolean entre la realidad y el mito, entre la explosión de los sentidos y un delicado discurrir de sentimientos. Así, los versos de Jovín se inflaman en medio de la fastuosidad de la épica y de la delicadeza de su lírica que se formalizan en esa notoria eufonía de sus versos y la cadencia armoniosa de su lenguaje, que son características propias de toda la obra. Su voz se alza desde la grandiosidad de la naturaleza hacia la nimia significancia del ser individual. Es poesía de lo misterioso y sagrado; canto de lo olvidado que continúa allí para cólera de los que lo niegan.
Pareciera que la sensibilidad de Jovín sólo se circunscribiera al pasado; pero no, registra igualmente lo que está sucediendo en el presente como el caso de la muerte del alcalde de Ilave, hecho en el que detiene su lira para cantar absorto y adolorido: “Y allí han inmolado / al hijo de la madre / que lo arrulló pequeño / y aun siendo adulto / lo miraba niño /… Y ahora que su alma/ acaso boga en lo ignoto / En las ruinas del puente por donde ha partido / todavía nos mira con los ojos del río / desde su último silencio”.

No podría comprenderse la poesía de Jovín si no revisáramos algunos rasgos de su vida. Él nació en el valle de Carumas – Moquegua y radicó en su juventud en Arequipa donde estudió Derecho en la Universidad Nacional San Agustín. Vive en la ciudad de Puno, por razones de familia y trabajo, desde hace 26 años. Por tanto su mirada del lago y la bahía de Puno no es del viajero que está de paso por esos lugares, sino, del hombre que echó raíces, meditó sobre su entorno, previo conocimiento del espacio donde vive. Sin embargo, no obstante los tantos años transcurridos desde su llegada a Puno, el estremecimiento que sintiera al contacto con el Titikaka sigue idéntico como en la primera vez que lo viera. Debió ser una turbación grande para quien venía de una geografía abrupta, de difícil acceso, de quebradas y ríos profundos, de cerros altísimos y pueblos suspendidos al filo de los abismos. Encontrarse con una meseta tan vasta sin cerros altos, ni quebradas, ni ríos torrentosos, donde se concentraba una de las mejores ganaderías del país; descubrir con los ojos desorbitados a ese inmenso lago mágico que cambia de colores según pasan las horas del día o se presente algunos cambios atmosféricos, habrá sido para Jovín un espectáculo inolvidable, eterno. Todo eso está en “Titikaka”, primer libro del poemario “Los pies del río”.

Con “Titikaka” Valdez Peñaranda continúa la misión ancestral y profética de la poesía donde la respiración del poeta es la potencia de un canto que habla de lo oculto y mítico, que se esconden tras la realidad que vivencia. Para Jovín el lago es epifanía de la energía inextinguible, generadora de vida, música y poesía. Escuchemos: “En el hombre de arcilla y las piedras de una estrella / En el lenguaje del agua y el silencio de los yermos / En la danza de los peces y su acuario sin fronteras / En la penumbra del Ande y la mansedumbre del río / … En el insomnio de la urbe y el embrujo de sus noches / … En las garfas del puma y el arco iris de sus ojos / … En los matices de la vida y el ocaso de sus colores / emerge apacible la luz de la poesía

Hasta aquí este análisis que presenta mis impresiones (tal como iba señalando en la exposición) acerca de este libro. Es cierto que desmonté la obra y develé sus principales estructuras semánticas. Sin embargo, algunos dirán que me ganó el análisis impresionista; también eso es cierto, utilicé el método impresionista que combinado con otros, a veces da buenos resultados.
Muchas gracias a Jovín Valdez Peñaranda por entregarnos esta obra.

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