martes, 16 de noviembre de 2010

El poeta Jovin Valdez entre el Chalzo y las olas del Titikaka


Escribe: Jorge Flórez-Áybar

Mi ausencia obligada de los predios literarios por incursionar indebidamente en la política, durante casi tres meses, hizo que dejara pendiente varios trabajos sobre mi escritorio. Ahora quiero retomar mi trabajo cotidiano como escritor, por ejemplo, referirme únicamente a dos libros: Los pies del río y El anuncio de los búhos del escritor Jovin Valdez Peñaranda, editados recientemente en la editorial Pasacalle de Lima, al cuidado del narrador Ricardo Vírhuez. Ambos textos llenan un largo vacío de casi ocho años, provocado por las labores de magistrado en el poder judicial o por la docencia desplegada en las aulas universitarias de la Universidad Nacional del Altiplano. Los pies del río es un libro inédito, o por lo menos, buena parte del poemario es inédito. En cambio, El anuncio de los búhos es un libro de cuentos reeditado. En estos dos libros, el espíritu del poeta Jovin Valdez oscila entre el chalzo y las aguas espumosas que disparan las olas del lago, siente el espíritu de Carumas pero extendido hasta el Titikaka. Sin embargo, muy pronto, tendremos una novela suya, Los pasos de un loco, narración que viene siendo configurada desde hace un buen tiempo, sin duda enriquecerá la literatura regional y será la culminación de su narrativa, pues su extraordinaria habilidad para convertir las ideas en material narrativo es genial, o su maestría para dar vida a una galería de personajes es estupendo. De eso estoy muy seguro porque acaba de retirarse del poder judicial, ya goza del calor hogareño, junto a su esposa, Marleny Ávalos, y sus dos hijos, Yovin y Nidia. Tendrá mucho tiempo para escribir. En buena hora.

En El anuncio del búho nos habla del alma del pueblo de Carumas, pero a través de él. Nos recuerda la novela Viaje a la semilla de Alejo Carpentier, cuando vuelve al pasado en busca de sus orígenes, retrocede el tiempo y recompone su historia con el único fin de lograr una visión universalista de su cultura. En Jovin Valdez no es esa la intención, sino reconstruir cada pedazo de su pasado: la llanura, el río, los árboles, las calles, los caminos, el poblador son elementos constitutivos de su obra. El anuncio de los búhos se inscribe grosso modo en la clásica estructura de exposición, nudo y desenlace. Esquema convencional que se usó hasta la década del 50. Eduardo Zavaleta y Vargas Vicuña son los que introdujeron en sus relatos y cuentos el disloque del tiempo, el uso de las personas gramaticales indistintamente y otras técnicas que habían sido estrenadas por James Joyce en Europa. En el Perú, es con Vargas llosa que estas técnicas adquieren carta de ciudadanía. En América Latina son los del Boom quienes difunden su uso: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Rulfo, Ernesto Sábato y otros. Sin embargo, habrá escritores que se resistan a estas innovaciones como es el caso del gran José María Arguedas, lo que le valió ser motejado como escritor primitivo. ¿Hasta qué punto debe renovarse técnicamente un narrador? Ernesto Sábato en defensa de estas técnicas nos manifiesta que el hombre no está pensando solo en el presente, sino en el pasado y en el futuro. Si nos remitimos a la obra de José María Arguedas, Los ríos profundos, encontraremos en ella esa relación estética entre su prosa y la realidad, descritas sin duda con pinceladas maestras, y la técnica empleada es la adecuada. Creo sinceramente que uno debe empezar a escribir cuando encuentre el tono y el ritmo del tema, no importa mucho la forma. Cuando me fui de mi pueblo, llevé mi bagaje de sueños, llevé en mis recuerdos sus calles, sus plazas, sus casas y su gente, pero cuando volví, todo ello no pertenecía a mis recuerdos y empecé a escribir versos y prosa con el fin de desmentir a la realidad: ¿O era mi realidad? En todo caso, era mi realidad, pero partida en dos.

Gabriel García Márquez solía decir: Yo no podría escribir una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales. Eso es lo que ocurre con Jovin Valdez, su materia prima está en los recuerdos de su experiencia vital, sobre todo, en su infancia. Su realidad se convierte en su fuente y uno empieza a saquear su propia realidad. Carumas es para él, lo que Macondo es para Gabriel García Márquez. Bielinsky, crítico ruso, nos dice: Cada pueblo traduce cierto aspecto de la vida de la humanidad; solo caminando por vías separadas podrá la humanidad llegar al mismo fin; solo viviendo su propia vida puede cada pueblo depositar su parte en el tesoro común de la humanidad. Y Jovin Valdez juega un papel importante con su pueblo; y podría decir que la narración El chalzo grande es un canto a Carumas. La descripción del Chalzo grande es hermoso: Sus ramas se trenzaban como los garabatos de un niño, esbozando manchas oscuras por lo tupido del follaje. En tiempo de aguas lucía más lozano y más verde, y cuando el aguacero azotaba torrentoso servía de paraguas a los peregrinos. Su sombra a la hora del calor se dibujaba en el empedrado del camino, brindando la frescura y el aroma de sus hojas al que descansaba a sus pies. El árbol solo será vencido por el peso del tiempo y acabará siendo derribado por el protagonista de la narración, don Fáctor. Es en esta narración donde encontramos atisbos de una nueva técnica, el monólogo interior: La gente lo miraba desde las esquinas comentando con mofa y compasión. Al alzar el agua de la acequia en la plaza, recapacitaba: “Creo que he debido traer la leña de cerros más lejanos”. Y habla para sí: Tanta cojudez por el arbolito, pero ya está hecho, carajo”. Lo decía a manera de lamentarse. La naturaleza y los pobladores de Carumas inyectan en el poeta, Jovin Valdez, una fuerza tan excepcional que los cuadros descritos nos transportan a ese pueblito tan lejano y tan cercano a la vez. Ha pasado el tiempo y los relatos no han perdido su valor, su frescura. Ha soportado el desgaste del tiempo.

Conocer el altiplano significó para el poeta ingresar a un nuevo territorio: el lago y sus ríos, sus planicies interminables y los pajonales que se retuercen por el viento fueron los nuevos referentes que abrieron otros caminos poéticos. Esa nueva experiencia vital le permitió editar el poemario Los pies del río. El Dr. Tito Cáceres Cuadros analiza este nuevo libro y expresa: El primer libro dentro de su estructura singular es Titikaka, que nos confirma lo que inicialmente había observado, es un acto de recreación y de asegurarse que se está allí, que no hay razones para sobrepasar el mundo que se abre como fuente de mitos, símbolos e impresiones, y que despierta en el imaginario una inagotable veta de vuelos poéticos. Jovin Valdez nació en Moquegua, Carumas específicamente, estudió en Arequipa, donde se dio a conocer como poeta y ahora reside en Puno, desde donde sigue nutriéndose de sus versos inagotables. El poeta escribirá: Eres el origen/ del lenguaje grabado en la flor de la piedra/ de la gracia que los niños despiertan en balsas/ bajo estrellas que titilan/ en peces voladores. Esa es su nueva realidad. La impronta propia del escritor, Jovin Valdez, es demasiado personal, algo así como una especie de alter ego. Él no podrá enterrar su pasado porque su obra total y en este poemario, a cada instante, remarca la impronta del espíritu carumeño, por eso nos recordará: Y yo provengo/ de la sombra trémula que proyecta la luna/ en moradas silentes/ del martillo con que mi padre dio forma a la vida, / de la sed que los viajeros cuelgan en oasis/ para vencer distancias. Su madre lo dejó cuando él era muy pequeño y su padre, descendiente de una antigua familia de Carumas, poseía allí un pequeño fundo, rodeado de árboles frutales y sementeras, también lo dejó cuando él tenía dieciséis años. Es el padre quien marcó la vida del poeta. El poeta Valdelomar solía decir: Mi padre era triste. García Márquez, en su infancia recuerda a su tía Amaranta Úrsula tejiendo su mortaja y cuando la termina simplemente se muere y el niño quedó inmóvil, paralizado ante el cadáver de su tía, con esos recuerdos escribirá su primera novela, La hojarasca. Hay hechos que se recuerdan toda la vida. Uno desearía construir su propio itinerario, pero hay una brújula que nos lleva en sentido contrario.

No recuerdo exactamente cuándo lo conocí, pero en la década del 80, el Grupo Titikaka organizó el Primer Festival de Arte y Literatura en el atrio del templo de San Juan. El parque Pino se hallaba abarrotado de gente. Los juegos artificiales estallaban y se rompían en mil colores en la oscuridad de la noche. Iluminándola. Las zampoñas arrancaban sus melodías desde el fondo de sus raíces. Los poetas declamaban a los cuatro vientos. El público aplaudía cada intervención. Entre los actos solía perderme bajo el techo de las arquerías del templo para beber un ponche de habas con su cañazo traído especialmente desde Abancay. Cuando mataba el frío, al fondo, entre las sombras, se alzaba la voz bronca de un bardo que recitaba poema tras poema. Es el poeta jovin Valdez, me dijo la poeta Mílida Castillo. Después de cuatro horas, casi a las once de la noche, concluyó su recital. Quedé impresionado por la cantidad de poemas retenidos en la memoria. Mílida me susurró al oído: ha repetido muchos poemas. Aún así, recitar cuatro horas era todo un récord. Que yo sepa, en mi larga carrera literaria jamás vi, u oí algo similar. Esa noche, Jovin Valdez me entregó su primer libro de poemas, Solo los rastros (1982), premiado recientemente en los Juegos Florales de la Universidad Nacional de San Agustín. Esa noche lo vi cansado, su vida de bohemio como los grandes del grupo colónida: Mariátegui, Valdelomar, More, el chino Falcón, la bailarina Norka Ruskaya, allá en el cementerio El Ángel, lo había convertido en un hombre solitario. Cuando se disponía a irse, esa noche lúgubre, vio a un perro que se hallaba sentado sobre sus patas traseras, pensó en voz alta: Solo los poetas y los perros andan después de las doce de la noche. Caminó sin rumbo, perdiéndose tras las cortinas de la oscuridad de la noche.

He seguido de cerca la producción del escritor Jovin Valdez, tanto en su poesía como en su narrativa y no he encontrado casi nada sobre la violencia que vivió nuestro país en la década del 80. Y su producción pertenece a esa época. Y para los que vivimos en los andes, la narrativa y la poesía se convirtieron en una suerte de ejercicio catártico que oscila entre la violencia y la injusticia, que ulteriormente se convertiría en un valioso documento para un análisis socio-histórico. O sea, la violencia y la injusticia fueron los dos ejes temáticos por los que transitan los relatos, y había la urgencia de escribir. Quizá sea una de las razones el por qué las narraciones se hallan ajenas a complejidades o a experimentaciones de técnicas. Ya al final de esta jornada, creo que el espíritu de nuestros antepasados debe recorrer nuestro espinazo. Espíritu que no se doblegará ante el influjo de las formas europeas u occidentales. Creo en la libertad infinita, y los dos libros del poeta Jovin Valdez, por su profundidad y por su mensaje, me arrastraron por estos laberintos. A fin de cuentas, es una forma de escribir la historia de un pueblo, de tu pueblo, de mi pueblo. Y tu divisa es: ubi vita, ibi poesía (donde hay vida, hay poesía). Ahora que transito por las calles, solo, todo parece calmo, pero en algún lugar de un techo ajeno, trepida algún pajarraco, estoy seguro que detuvo su vuelo para oír el silencio de la noche.

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