martes, 6 de julio de 2010

Confesión de parte de Jorge Flórez Áybar


Escribe: Jorge Flórez Áybar

Después de haber abandonado el convento, a los dieciséis años, creo que mi primer maestro fue José Carlos Mariátegui. Como él, expongo en mis libros “todas mis pasiones e ideas políticas”. No puedo decir que soy un disidente del marxismo, porque nunca lo fui, pero bebí de sus aguas. Solo el socialismo mágico de Alberto Galindo Flores y José María Arguedas despertó en mí una nueva pasión: el mundo andino. A fin de cuentas, “todos cumplimos consciente o inconscientemente una misión”. Aquí encuentro dos ideas fundamentales: intención e ideología. Por un lado, la intencionalidad es un factor importante en la creación. Por ejemplo, se puede tener un mismo referente: el campesino. Alegría lo verá desde un punto de vista social; Arguedas irá más allá de esas fronteras, al hecho cultural; Morales Arce enfocará el problema desde el predio político. Por eso, cuando interpretamos un discurso literario, el juicio tiene que ser ideológico y el valor estético, también. El equilibrio de estas dos categorías nos dará una unidad indivisible: ideo-estética.

El nuevo concepto de ideología está revestido de valores, tradiciones, lengua, cultura, etc., y no necesariamente del hecho político. Traigo a colación este problema porque a mucha gente se le eriza los pelos cuando oye la palabra ideología. Por supuesto, hasta la década del 80, tuvo una definición eminentemente política. Hoy su concepción es más amplia, es más cultural que política. En todo caso, predomina lo cultural sobre el hecho político. Por lo tanto, no nos rasguemos las vestiduras ante un planteamiento nuevo. El problema radica en que la mentalidad de algunos criticastros no se preguntaba si la nueva teoría –que vendrá sin falta- podría aceptar otros esquemas, más allá de su propio estatuto o canon establecido. Mientras tanto, o a largo plazo, el modelo epistemológico subyacerá y se mantendrá como algo que no se podrá romper. Para ellos, en nombre de la modernidad, siempre habrá una teoría universal frente a lo regional.

Si nos referimos al proceso de mi narrativa, debo confesar que encuentro tres etapas que deben ser potenciadas ulteriormente: a) la primera etapa, obedece a hechos de mi infancia y adolescencia. Esa experiencia vital, focalizada desde mi interioridad, especie de alter ego, está teñida de melancolía, de tristeza, de pesimismo, incluso de ideas suicidas. Vargas Llosa en un breve ensayo: Cartas a un novelista, se refiere al Catoblepas, un ser mítico que se devoraba a sí mismo para seguir viviendo; el mismo Vargas Llosa manifiesta que el escritor es algo parecido o similar al Catoblepas, vive de su experiencia vital. Esto sucedió conmigo. Me fui devorando a mí mismo para continuar escribiendo (o viviendo). Escarbé cada rincón de mi piel, hasta expulsar el último sargazo. Esos relatos lo encontramos en la primera parte de La danza de la lluvia, que fueron escritos, gran parte de ellos, en la comunidad de Umuturo, al norte del Cusco

Me parece que La danza de la lluvia, me refiero al último relato de esa primera parte, es el antecedente no solo de Más allá de las nubes, sino de La agonía de Kamáchiq, porque rompe con los esquemas establecidos en mis narraciones iniciales. No solo es un tránsito geográfico porque sus universos se desarrollan en ámbitos de Arequipa, Puno y Cusco, sino porque es eminentemente cultural: cargado de un arsenal de sentimientos encontrados. Sin duda que hay un fondo ideológico, donde la palabra alcanza una belleza inusitada en mí, que me embarga, que me emociona, que me deleita en su vasta dimensión. Y creo que agonizo escribiendo mi cercana muerte. Busco desesperadamente equilibrar el fondo y el contenido, poniendo en práctica mi concepción ideo-estilística. Así mismo, por la naturaleza de su estructura hubo una mayor preocupación en la elaboración de la intriga, donde el universo narrativo es invadido por diferentes voces y tonos que van más allá del mismo narrador, donde Alexánder Petrova es el protagonista –casi en la totalidad de mis narraciones-. Son en sí un inventario de recuerdos: políticos, sociales y culturales. El hilo argumental es la corrupción. En las sucesivas entrevistas que me hizo el joven escritor, José Luis Velásquez Garambel, que fueron publicadas en el diario Los Andes, se encuentran mis puntos de vista sobre ambas novelas.

Aquí cabe una pregunta: ¿Cómo nació Alexánder Petrova? Debo confesar que en la década del 70 ocurrieron dos hechos: por un lado, cayó en mis manos la novela El archipiélago Gulag de Alexánder Solyenitzin (en esa época no solo fui rebelde sino un lector compulsivo que me viene desde el monasterio), admiré su desidencia, su libertad por expresar lo que sentía. Y por esa misma época estuvieron de moda Alain Delon y Sonia Petrova. Vi todas las películas de Sonia Petrova hasta provocarme orgasmos mentales. Sonia Petrova era una mujer muy hermosa. Entonces opté por el nombre del escritor y por el apellido de la actriz. Así nació Alexánder Petrova, sin imaginar que allí se encontraba la semilla (el embrión) de mi concepción ideo-estética. Hoy que escribo estas cuartillas, dándome cierto respiro por lo que encontré, me fui hasta el espejo de mi atelier para mirarme a los ojos fijamente. Me sentí seguro de mí mismo, de todo cuanto dije y diré aún. Así lo comprendí en ese momento y creo que el tiempo me está dando la razón.

Entre ambas novelas, Más allá de las nubes (1999) y La agonía de Kamáchiq (2009) hay un espacio prolongado. Casi diez años. En ese lapso publiqué: el poemario Las huellas del tiempo (2000), Más allá de las nubes (segunda edición), los ensayos: Literatura y violencia en los andes (2004) y 10 años de literatura puneña (2006); y en ese período dirigí la revista de literatura y arte, Apumarka (1997-2009).

b) Después de la presentación de La agonía de Kamáchiq, en el mes de agosto del 2009, no tuve ningún proyecto a la vista y decidí escribir algunas narraciones, 11 en total, desde agosto hasta marzo del 2010. Estuve al borde de la locura. Nadie me vio en la ciudad, algunos amigos pensaron que me había ido hacia la Argentina, donde tengo unos familiares. Estuve acuartelado en mi atelier. Sin salir.

Me preguntaba, permanentemente, sobre el proceso de mi narrativa. Creo que la segunda y tercera parte de este libro responde a esa inquietud, pues los referentes corresponden al influjo de la transculturación, sobre todo la segunda parte. Una vez caí enfermo y me iba deshidratando cada vez más, así me sentí cuando empecé a escribir estas narraciones, pues mi organismo resumía otros recuerdos que pertenecen a la primera parte y hoy, cronológicamente, pertenecen a la segunda parte. No pude sacudirme de esa primera experiencia vital.

Se ha dicho que el pensamiento europeo intenta destruir nuestra cultura, pero creo que las sociedades del mundo piensan de otro modo. En ellas se agitan diversas tendencias, a veces, de defensa o de confrontación. Aquéllos que no nos quieren cambian de táctica, ahora buscan apropiarse de nuestros elementos culturales y darles otro sentido. Juega papel importante el factor ideológico. Es por esa razón que hay que buscar nuevas alternativas de creación poética (como lo hizo recientemente el poeta Boris Espezúa Salmón) y narrativa. La segunda y tercera parte de este libro es un intento. Son textos construidos con la misma argamasa, extraídos del mismo contexto.

c) La tercera parte de La danza de la lluvia me parece una buena opción, si bien está cargada de historia, pero es una libre interpretación de los hechos. He buscado reconstruir la imagen del otro. Su historia se ha ficcionalizado en un contexto no real. Y la recreación histórica es una vía que nos permite redescubrir el pasado. Es una veta no solo rica, sino variadísima: el tono, el tema, el estilo. Significa esto: ¿encerrarnos en nuestras raíces culturales? En mi caso, significa comprender el pasado con el fin de interpretar el presente y prever el futuro. Por supuesto que estoy convencido que esas formas bellas, que surgen desde el fondo de nuestras raíces, tienen un contenido ideo-estético. Es algo inherente. Algo más que un simple relato o cuento. En todo caso, es la toma de conciencia de mi realidad frente a la desintegración cultural latinoamericana.

En este manifiesto personal, me gustaría exponer algunas ideas básicas que serán en el futuro el sustento de mi creación literaria:

Por un lado, si damos un vistazo general a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI, en la región del altiplano puneño, nos dará una idea del auge que tuvo el cuento y la novela (incluso la poesía y el ensayo). Hubo una especie de florecimiento de la visión y práctica de narrar. Por supuesto, en sus inicios, fue pedestre, casi primitivo, intuitivo: con rara excepción, Kilisani de Ernesto More. El corpus de casi toda la novelística se halla en los ensayos: La novela puneña en el siglo XX y en 10 años de literatura puneña: 1996-2006. Actualmente se habla de una narrativa neo-regionalista o de la transculturación. Y en una concepción mucho más amplia de regionalismo latinoamericano podríamos citar a algunos autores, cuyas obras están enraizadas en la América morena: Juan Rulfo, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Alcides Arguedas, Joao Guimaraes Rosa, Mariano Azuela, etc. Bajo estas sombras me refugié, porque ellos, como yo, presentimos la muerte física y cultural de los pueblos indígenas de América. Esa es la razón de mi filiación y fe.

Un segundo punto, se refiere a mi creación literaria. La crítica apunta a la descripción que hay en mi narrativa. Por ejemplo, la descripción de mis personajes no es tan repulsiva como sucede frecuentemente en gran parte de los cuentos o novelas. Lo que sucede con mis personajes, no niego que cada uno tiene algo de mí, es que cada uno forma parte de una convicción arraigada en el contexto donde habito o transito. No existe una camada nueva de personajes, son casi los mismos. O sea, los diferentes personajes no son sino piezas de un mismo ser, una suerte de personaje único, incluso las femeninas. Quisiera concluir este punto con las palabras de Flaubert: “Mis personajes imaginarios adoptan mi forma, me persiguen, por mejor decirlo, soy yo quien está en ellos. Cuando escribí el envenenamiento de Emma Bovari tuve en la boca el sabor de arsénico con tanta intensidad, que me sentí yo mismo tan auténticamente envenenado, que tuve dos indigestiones, una tras otra”. No solo eso, a veces, termino en llanto incontenible. Una vez, el poeta Ricardo Vírhuez, refiriéndose a mi novela Más allá de las nubes me dijo: “Parece que escribieras llorando”. Algo más, sobre la descripción. Es muy notorio en mis cuentos y novelas ese tránsito que va de la descripción a la narración; la primera, me permite crear un espacio y la narración me sitúa en el tiempo. Es algo que otros escritores desdeñan esta configuración porque presentan procesos y grados de complejidad estructural en la creación de sus obras.

Como punto final de esta confesión, no reniego de las técnicas modernas que vienen de fuera. Reniego la intención solapada que busca cambiar mi rostro. Gracias a esas técnicas puedo alternar el tiempo mítico y el tiempo histórico. Mis personajes pueden transitar libremente en ambas dimensiones. Puedo alternar episodios o segmentos, pero jamás se opondrán. A veces hago uso del retardamiento de las acciones, entonces incluyo cuentos, poemas, epístolas como sucede en mis novelas. Sé que no ha quedado nada en mí, siento un gran vacío. Mi experiencia vital se acabó. Aunque tú y yo sabemos que en las ficciones más subjetivas, el novelista no puede prescindir de la realidad, de mi realidad como poeta o pensador. Entonces me convertiré en el buscador de otras historias y espero la tuya para ser contada a mi manera.

Finalmente, no puedo dejar en el tintero mi agradecimiento a la escritora, Julia Chávez Pinazo. Ella transcribió los manuscritos de casi todos mis libros; porque soy un grandísimo renuente a escribir sobre una pantalla que me enceguece y me nubla; sus sugerencias, comentarios y corrección de estilo enriquecieron mis obras. Similar trabajo grupal o colectivo lo hacíamos antes, en la década del 80, con los escritores Feliciano Padilla, Luis Gallegos y Alberto Cáceres Gómez. Crecimos tanto, que pensamos que ya no eran necesarios esos coloquios. Verdaderas tertulias. Fue una experiencia inédita. Gracias.



1 comentarios

Juan Garcia Pineda

Con el debido respeto...
¿Como debemos entender que su personaje fetiche sea Alexander (en homenaje al ruso Solzhenitsyn y no "Solyenitzin" como ud escribio) y que apellide Petrova (en homenaje a su ideal de mujer, la francesa Sonia Petrovna y no Petrova)? ¿Donde esta lo ANDINO? ¿Donde queda su opcion por Más » el mundo quechua aymara? ¿Sera verdad aquello que Puno no tiene ni tuvo un narrador a la altura de Ciro Alegria o Jose Maria Arguedas que pueda NARRAR nuestra historia puneña que es mas POTENTE que lo que narró Arguedas y Alegria? ¿Sera que no reconocen algunos que TODAVIA su ideal es occidente? Todo con respeto señor Flores Aybar, no sea que se nos enferme...de la impresion

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