miércoles, 6 de octubre de 2010

Pablo Neruda y el sentimiento nativista en la configuración de la identidad nacional


Por Ximena Antonia Díaz Merino

Universidade do Grande Rio (UNIGRANRIO) - Brasil
xdmerino@ig.com.br


Resumen: En la búsqueda por una identidad nacional, el territorio físico tendrá un papel fundamental en la medida en que el sentimiento de “pertenecer” a una región concreta determinará el “destino” del individuo. El alejamiento de ese lugar de bien querer va a significar la pérdida del pasado físico, o sea, pérdida de sus referentes cotidianos, ambientales y de sus vínculos emocionales de lugar tan importantes como los vínculos que se establecen con los diferentes grupos sociales con los que el individuo interacciona.
Palabras clave: Pablo Neruda, poesía chilena, Identidad; memoria; cultura.


La palabra identidad automáticamente remite a la capacidad de tornar una persona reconocible, sin la posibilidad de ser confundida con otra, pero, por otro lado, el vocablo identidad puede referirse a las características comunes de un grupo humano en oposición a otros grupos humanos. Esta ambivalencia constituye uno de los aspectos más significativos del concepto de identidad.

Para el sociólogo chileno Jorge Larraín (2003:32), el concepto de identidad es: “[...] un proceso de construcción en que los individuos se definen a si mismos en estrecha interacción con otras personas [...] es la capacidad de considerarse como objeto y en ese proceso ir construyendo una narrativa sobre si mismo”. Llevando en consideración las palabras de Larraín se entiende que la identidad no es fija e que está en permanente transformación lo que implica una reafirmación de particularidades, diferencias y relaciones del individuo para con los otros.

Conforme Larraín, el concepto de identidad está íntimamente relacionado al concepto de cultura: por un lado, la cultura es la creación y el intercambio de expresiones simbólicas y significativas resultantes de la comunicación entre los individuos; por otro lado, la identidad es la manera cómo esas formas simbólicas son asimiladas en la interacción de un individuo con los otros. La cultura, de acuerdo con Larraín (2003:31), es el “[...] padrón de significados incorporados en formas simbólicas, incluyendo allí expresiones lingüísticas, acciones y objetos significativos, a través de los cuales los individuos se comunican y comparten experiencias”.

Se constata, entonces, que tanto la cultura como la identidad son construcciones simbólicas en que la primera es una estructura de significados a través de la cual los individuos se comunican, y la segunda es un discurso sobre si mismo construido por la interacción con el otro mediante ese padrón de significados culturales. Con esto se entiende que la “identidad nacional” se consolida en la existencia de la “identidad cultural”, la cual es resultado de factores históricos, científicos y religiosos, ya los factores básicos de la nacionalidad [1] son provenientes de las raíces evolutivas como origen, formación, ambiente, situación geográfica, pueblo y cultura. Sin embargo, para que exista identidad nacional es necesario que la sociedad asimile la idea de ser un cuerpo étnico-político diferenciado, esto es, tener conciencia de nación.

Dada la heterogeneidad regional y las diferencias inherentes a todo grupo humano, la suma de los valores culturales estará caracterizado por un trazo que permitirá la definición de un perfil multidimensional hegemónico basado en el hombre, en el territorio, en las instituciones, en la lengua, en las costumbres, en las religiones y en la historia de ese grupo entendido como nación.

Benedict Anderson (2008:32-34), en Comunidades Imaginadas define la nación como: “una comunidad política imaginada - e imaginada como siendo intrínsecamente limitada y, al mismo tiempo, soberana” [2], y aclara que:

Ella es imaginada [la nación] porque hasta los miembros de las más minúsculas de las naciones jamás conocerán, encontrarán, o siquiera oirán hablar de la mayoría de sus compañeros, aunque tengan en mente la imagen viva de la comunión entre ellos [...] limitada porque aunque la mayor de ellas, que agregue, digamos, un billón de habitantes, posee fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las que cuales existen otras naciones [...] soberana porque el concepto nació en la época en que el Iluminismo y la Revolución estaban destruyendo la legitimidad del reino dinástico jerárquico de orden divino [...] comunidad porque, independiente de la desigualdad y de la exploración efectiva que pueda existir dentro de ella, la nación siempre es concebida como una compañerismo horizontal.

Conforme la explanación de Benedict Anderson, cada ciudadano concibe la imagen de una comunidad sobre la cual se crean fronteras, aunque estas no existan, porque los individuos no se perciben como pertenecientes a una nacionalidad única y masiva. Anderson, en su estudio, apunta tres bases históricas para la concepción de la nación imaginada, a saber: la comunidad religiosa, el reino dinástico y las percepciones temporales. De acuerdo con el profesor británico, la comunidad religiosa concentraba su poder en pocas personas bilingües, que al transmitir para la población textos escritos en lenguas sagradas se transformaban en mediadores entre el cielo y la tierra. Con las Grandes Navegaciones, Europa mudó su visión de mundo ampliando su universo cultural y geográfico, así como el descubrimiento de otras creencias. La declinación de la dominación religiosa llevó a la declinación de los lenguajes sagrados, de tal manera que las lenguas sagradas pasaron a tener un papel secundario. Los reinos dinásticos, por su vez, fueron perdiendo su legitimidad, acabando con la creencia de que las sociedades eran naturalmente organizadas alrededor de un monarca central que poseía el poder divino, como lo explica a seguir Benedict Anderson (2008:48):

En la concepción moderna, la soberanía del estado opera de forma integral, terminante y homogénea sobre cada centímetro cuadrado de un territorio legalmente demarcado. Pero, en el imaginario más antiguo, donde los Estados eran definidos por centros, las fronteras eran porosas e indistintas, y las soberanías se deshacían imperceptiblemente una dentro de la otra.

Anderson llama la atención para el hecho de que no fue simplemente el vaciamiento de las comunidades religiosas y dinásticas lo que hizo surgir las “comunidades imaginadas de las naciones”, como si hubiera sido una simple sustitución. El autor enfatiza que “Por debajo de la declinación de las comunidades, lenguas y lenguajes sagrados estaba ocurriendo una transformación fundamental en la manera de aprehender el mundo, la cual, más que cualquier otra cosa posibilitó ‘pensar’ la nación” (ANDERSON, 2008:52). Benedict Anderson propone la observación de las representaciones visuales desarrolladas por las comunidades sagradas para llegar a la comprensión de la nueva “percepción temporal” experimentada por la sociedad. Anderson cree que gran parte de las motivaciones que provocaron el cambio en la concepción temporal se debe al surgimiento del romance y del periódico, formas de “creación imaginaria” que emergieron en la Europa del siglo XVIII, ya que en el entendimiento de Anderson (2008:55), “[...] esas formas proporcionaron medios técnicos para ‘representar’ el tipo de comunidad imaginada correspondiente a la nación”. La intensa acción de la prensa amplió el mercado de libros y creó una infinidad de campos de comunicación hecho que permitió tomar conciencia de la existencia de otros pueblos, otros lenguajes y, consecuentemente, de otras “naciones”.



Formación de las nacionalidades en Hispanoamérica

La expresión del hombre que marca la tierra y el pasado de los demás hombres con su huella, está impregnada de una historia común en que lo diverso se ha unido como una totalidad o bien se ha actuado en conjunto o pensado y sufrido con un solo sentimiento.
No puede comprenderse la formación de la identidad nacional sin tomar en cuenta el lugar donde la experiencia surge y se desarrolla. Es allí donde se produce la primera experiencia que le dará al individuo características propias dentro de la mentalidad común. Allí se determinará la base de su experiencia personal.
Cada lugar en sí es un conjunto de historia vivida y no es el mismo resultado la identidad que deriva de nacer en un puerto como Valparaíso e en una capital como Santiago, ni del hecho de ser patrón de fundo o inquilino.
Luis Mizón (2001:66).

La formación de América Latina, resultado de la expansión marítima y comercial europea resultó en un cruzamiento de pueblos de orígenes y de razas diferentes. La imposición de la cultura europea hizo con que se pasara a imitar el modelo extranjero con tal intensidad, que se vivía en función de la historia y de la cultura extranjera, como si el pueblo americano no tuviera una propia. Más tarde la tensión entre lo nacional y lo internacional provocó el surgimiento de la necesidad de legitimar las culturas americanas, tarea que los intelectuales latinoamericanos han desarrollado con ahínco, reafirmando las diferencias mediante enfoques diversos.

A lo largo del siglo XIX la mayor parte de los países de Hispanoamérica trabó las denominadas “guerras de la independencia”. Como consecuencia de esos conflictos comenzó a forjarse en las sociedades americanas el sentimiento de nación. En la opinión del investigador André Trouche [3] esa tomada de conciencia nacional estaba íntimamente relacionada al desenvolvimiento literario hispanoamericano, una vez que “[...] el fenómeno de sustitución del modelo colonial por una nueva experiencia política de naciones independientes causa un impacto formidable en el desenvolvimiento del proceso literario” y añade, que el siglo XIX debe ser considerado “un momento decisivo para la construcción del proyecto creador hispanoamericano” (TROUCHE, 2006:67).

En los primeros veinticinco años del siglo XIX, época en que se desenvolvió el proceso de independencia hispanoamericano, además de ser decisivo para el proyecto literario, fue de vital importancia para el desarrollo de las ciudades de las naciones emergentes. De acuerdo con el raciocinio de Trouche, las ciudades hispanoamericanas entraron en un proceso de “hiperurbanización”, lo que exigió la implantación de servicios financieros y comerciales, además de la producción de bienes primarios, pero, más que nada se vivió la urgencia de “[...] constituir un sistema de Estado”, así como también la urgencia de crear las condiciones necesarias para que esas ciudades soportasen las “[...] ondas migratorias europeas que se encaminaron para la zona templada de América (Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay)” (TROUCHE, 2006:68).

A lo largo del siglo XX, los intelectuales de América Latina se han dedicado a la tarea de comprender y explicar el país y sus habitantes. En la búsqueda por una supuesta identidad nacional no basta afirmar las diferencias, es necesario mostrar cuáles son los rasgos de identidad. En fin, buscar en el contexto cultural el lugar propio para enfrentar el desafío de diferenciarnos del otro histórico, y de esa manera establecer nuestra identidad frente a las diversidades internas.

En la búsqueda por una identidad nacional, el territorio físico tendrá un papel fundamental en la medida en que el sentimiento de “pertenecer” a una región concreta determinará el “destino” del individuo. El alejamiento de ese lugar de bien querer va a significar la pérdida del pasado físico, o sea, pérdida de sus referentes cotidianos, ambientales y de sus vínculos emocionales de lugar tan importantes como los vínculos que se establecen con los diferentes grupos sociales con los que el individuo interacciona. La relación entre identidad y pertenencia fue abordada por el sociólogo polonés Zygmunt Bauman (2005:17-18), de la siguiente manera:

[...] La ‘pertenencia’ y la ‘identidad’ no tienen la solidez de una roca, no son garantía para toda la vida, son bastante negociables y revocables, y de que las decisiones que el propio individuo toma, los caminos que recorre, la manera cómo actúa - y la determinación de mantenerse firme a todo eso - son factores cruciales tanto para la ‘pertenencia’ como para la ‘identidad’. En otras palabras, la idea de tener ‘una identidad’ no va a surgir en las personas mientras la ‘pertenencia’ continúe siendo su destino, una condición sin alternativa.

Ese depósito cognitivo quedará almacenado en el inconsciente del individuo y sólo vendrá a tona en el momento en que no encuentre en el nuevo espacio su pasado físico.

Al partir de la premisa de que existe una diversidad cultura regional, que ultrapasa las fronteras políticas entre países y hasta entre los límites internos de cada nación, Jorge Larraín (1996:207), al desenvolver su estudio Identidad, razón y modernidad en América Latina, constató que: “La mayoría de las sociedades latinoamericanas no está culturalmente unificada y, a pesar de algunas formas centrales de integración y síntesis que sin duda existen, las diferencias culturales son aún muy importantes”.

De esta forma, se propone la observación de las características culturales, históricas y geográficas de dos de las ciudades chilenas en que Pablo Neruda vivió - Temuco y Santiago - visando confirmar las posibles diferencias de identidad entre cada territorio, lo que resultará en una autonomía regional. La realización de este examen crítico objetiva detectar comportamientos, valores y hábitos comunes entre los habitantes de cada uno de esos espacios, para establecer trazos de identidad compartidos o no por los habitantes de las ciudades mencionadas.



El sentimiento nativista en la configuración de la identidad nacional

Yo he tenido el sentimiento de la historia, que es un poco la conciencia del pueblo. En Temuco se desarrolló la mayor batalla de la Araucanía. Los conquistadores españoles buscaban oro, oro, oro. Pero con los indios araucanos no pudieron lograrlo, no sólo porque eran pobres sino porque ningún pueblo indio de América resistió tan ferozmente a los españoles. Es un hecho que se ha olvidado demasiado. Pablo Neruda, 1971. (In: TEITELBOIM,2003 : 25).

Toda nación tiene sus mitos fundacionales. Los de Chile están en las epopeyas de la conquista de una tierra abrupta, movediza, aislada y poblada de indígenas guerreros. En la geografía literaria, existe un Chile imaginario, construido por novelistas y poetas inspirados por la fascinación que emana de las singularidades de ese país, localizado en un espacio geográfico peculiar en los confines del mundo, con climas y ecosistemas diversos, parajes, volcanes, hieleras y desiertos.

La primera incitación poderosa en la búsqueda de los orígenes de Chile fue la Guerra de Arauco, y la resonancia mundial que alcanzó con La Araucana [4], obra publicada en tres partes (1569,1578, 1589), uno de los ápices de la poesía épica universal. Cabe destacar también el Arauco Domado (1596), poema épico de Pedro de Oña [5] (1570-1643), primer libro en versos de autor americano. El Chile que los aventureros españoles comenzaron a conquistar y a colonizar, era un territorio de guerreros, con tierras vírgenes e inexploradas. Para llegar hasta el valle central había que pasar la prueba de atravesar el desierto más árido del mundo, Atacama. Al sur estaban los mapuches que resistieron a los incas y, más tarde, a los españoles. Todavía hoy el pueblo mapuche reivindica sus derechos en defensa de su cultura e idiosincrasia. El poema épico La Araucana tematizó el mito de la nacionalidad chilena que se forja en el choque de los pueblos guerreros, como retratado en los siguientes versos del Canto I, estrofa 6 (ERCILLA y ZÚÑIGA,1982:12),

Chile, fértil provincia y señalada
en la región Antártica famosa,
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada,
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida [...]

La Araucana ha sido comparada a las épicas da Edad Media como lo confirman las palabras del profesor chileno Roque Esteban Scarpa (1982:5), Premio Nacional de Literatura en 1980:

Chile tiene el honor, gracias a Alonso de Ercilla y Zúñiga, de ser la única nación posterior a la Edad Media cuyo nacimiento es cantado en un poema épico como lo fueron en España con el “Poema del Cid”, en Francia con “La Chanson de Roland” o en Alemania con “Los Nibelungos”.

La Guerra de Arauco, narrada por diferentes cronistas en el período colonial, se refiere a la guerra entre españoles y araucanos que duró trescientos años. Con el paso del tiempo esos enfrentamientos se tornaron esporádicos predominando las relaciones fronterizas entre los araucanos y los criollos [6] hispánicos. Ese mito ha construido buena parte de la identidad chilena que, en esa región austral comenzó a forjarse de la mezcla de los habitantes oriundos del territorio, con los soldados, campesinos y comerciantes españoles, que llegaron a conquistar el país a partir del sigo XVI. En el período colonial la mayor parte de los españoles provenía de las regiones de Castilla y de Andalucía. En el siglo XVIII comenzó a llegar una corriente de inmigrantes vascos, también españoles, que se dedicaron especialmente al comercio, los cuales al interaccionar con los señores castellanos dieron origen a la llamada aristocracia castellana-vasca, que tendría gran importancia en la organización de la República en el decorrer del siglo XIX. La cultura chilena, mestiza desde su origen, se instaló principalmente en el Norte Chico, Chile Central y Chiloé. Solamente en el siglo XIX otras áreas del territorio comenzaron a ser ocupadas por la población chilena. En la tarea de poblar, colonizar y generar riquezas en las áreas del territorio antes despobladas, se incorporaron nuevos inmigrantes venidos de variados puntos del mundo. En la segunda mitad del siglo XIX, el gobierno de Chile organizó la colonización de la Región de los Lagos (actual X Región), con colonos alemanes que ocuparon las zonas rurales dedicándose especialmente a las actividades agropecuarias y sus industrias derivadas. Luego, se integró a la región de la Frontera (actual IX Región), la que fue poblada por colonos alemanes, suizos, franceses e italianos. Cabe destacar también un significativo número de ingleses instalados especialmente en Valparaíso, visto que estos grupos de inmigrantes ocuparon espacios muy poco poblados anteriormente. Estos mantuvieron sus costumbres y ejercieron gran influencia cultural en los territorios que ocuparon. A partir de mediados y fines del siglo XIX, varias levas migratorias diversificaron la cultura y la población chilena. Se destacan entre ellas la llegada de chinos a Tarapacá y de croatas a Magallanes y Antofagasta. También llegaron a Punta Arenas algunos inmigrantes hindúes.

En el siglo XX, italianos de Piemonte, españoles y judíos de Rusia y Europa Central se instalaron en las diversas ciudades de Chile Central. Grupos de inmigrantes sirios, libaneses y palestinos llegaron a todos los centros urbanos establecidos hasta entonces en Chile. Diferentemente de la colonización de las regiones del sur, esos inmigrantes se integraron a los espacios urbanos y se dedicaron especialmente al comercio y a la industria. Como constatado hasta ahora, Chile posee una diversidad cultural significativa, por lo que comprender la cultura chilena envuelve comprender esas diversidades.

Consecuentemente, en Chile, como en otros países americanos, de la unión de los pueblos que cruzaron océanos con los pueblos ya establecidos en América nació una nueva sociedad. Así, se puede afirmar que la especie humana ha estado siempre en movimiento, procurando nuevas tierras y nuevos espacios y que en uno de esos espacios nació Chile, que desde 1818 es un país independiente.

En la búsqueda por una concepción de identidad nacional del pueblo chileno se citan las palabras del profesor Bernardo Subercaseaux (1999:153), quien define el concepto de identidad como la:

[...] mezcla de tradiciones, lenguas, costumbres, circunstancias históricas compartidas, en fin todo aquello que configura los modos de ser y de carácter de un pueblo y que constituye una realidad operante [...] una concepción de identidad que admite los dos componentes: una mediación imaginaria y discursiva, pero también la mediación extra-discursiva, es decir, un referente que puede ser constatado y delineado empírica e históricamente.

Al comprender la “mediación imaginaria y discursiva” como un proceso permanente de construcción y reconstrucción de la comunidad imaginada, las alteraciones ocurridas no llevarían a una perdida de la identidad, por el contrario, llevarían a una mudanza y enriquecimiento de las culturas.

La investigación de la compleja trama de eventos e idiosincrasias de la cultura hispanoamericana, en este caso, la chilena, configura una tarea de la que se han ocupado muchos escritores. Pablo Neruda, por ejemplo, fue un poeta que se propuso no solamente referirse a la peculiaridad física del continente latinoamericano, sino que también se propuso la observación de las consonancias que caracterizan sus coterráneos. Pablo Neruda es un escritor que a través de su obra nos lleva a un ejercicio de reflexión sobre la identidad no sólo de los chilenos, sino también sobre la identidad de cualquier ser humano, hecho reconocido por Julio Cortázar (1984:89), cuando declaró:

En obra de escritores como Neruda [...] el lector encontró más que poemas [...]. Encontró signos indicadores, preguntas más que respuestas, pero preguntas que colocaban el dedo en lo más desnudo de nuestras realidades y de nuestras debilidades; encontró las marcas de la identidad que procuramos [...].

El discurso poético citadino de Neruda parte del proceso de desplazamiento de un territorio, Temuco, para otro que lo distanció críticamente del primero, Santiago. Cada una de estas ciudades es reinterpretada subjetivamente por el escritor a partir de dos ángulos: el del habitante y el del extranjero. El poeta desenvuelve una mirada crítica en movimiento continuo que relaciona, aleja o aproxima esos lugares. Neruda ve Santiago en relación a Temuco, ciudades que son contrastadas en un primer momento, y que después pasaron a ser sus ciudades también. Las ciudades se actualizan en el momento en que el poeta las conoce y las contrasta con las que ya hacen parte da su memoria. De ese encuentro del presente con el pasado se forjará, en la poesía nerudiana, la imagen del futuro, por que como Iliá Ehrenburg [7] (1990:15), afirmó:

El escritor no escribe un libro porque necesita ganarse la vida. Un escritor escribe un libro porque se siente impelido a comunicar para los otros alguna cosa muy suya, porque “le duele” por dentro su libro, porque ha visto seres, hechos, sentimientos que no puede dejar de describir. Así es como nacen los libros, llenos de pasión y aunque esos libros tengan defectos artísticos, invariablemente conmueven a sus lectores.

De acuerdo con la afirmación de Ehrenburg toda obra de arte está ligada a la identidad sea del individuo, sea del pueblo en que se insiere. De esta manera, al tentar establecer una identidad de manifestaciones santiaguinas y temucanas a través de la literatura de Pablo Neruda, estaremos concordando con Fernando Aínsa (1976:33), cuando dice: “Son los libros los que hacen al pueblo y no lo contrario [...]”.

La ciudad en Neruda, es la ciudad real, la de los mapas, del mundo, la ciudad donde el individuo viaja, trabaja, ama e muere. La ciudad de los encuentros y desencuentros. Por esto el espacio de la escritura nerudiana será muy significativo ya que no presenta lugares inventados, sino territorios geográficos reales y vivenciados a partir de los cuales el escritor construirá el sujeto citadino. Una mirada más próxima de la realidad concreta donde cada vivencia se desdobla en otra vivencia, formando una red sin fronteras que unirá la memoria y el hoy, o sea, pasado y presente en un solo instante, un tiempo unitario y no único que rescata lo real cotidiano del individuo que habita esos territorios. Una interacción entre vida, tiempo y sentimientos que para Rosalba Campra (1987:66), significa:

[...] la abolición de las fronteras entre el mundo visible y el mundo invisible, entre la vigilia y el sueño, la vida y el sueño, la vida y la muerte, el deseo y su objeto, la realidad y la palabra que la nombra; y todo eso presentado con las connotaciones de una placentera recuperación de la realidad.

De esa manera, a partir de los binomios: provincia / urbe, o pasado / presente se puede constatar que el poeta chileno, a través de la imagen resultante de esa intersección construyó simbólicamente aquel hombre que se sorprende frente a las rápidas transformaciones de la modernidad, pierde su identidad cultural y cuestiona su existencia, sintiéndose un extraño en su propia tierra.

Al reflexionar sobre la identidad a nivel regional se levanta la premisa de que existen diferencias culturales entre las diversas regiones o territorios de un país, o sea, que las características de identidad compartidas por una comunidad ocurren dentro de un espacio determinado, independientemente de clase, profesión o grado de escolaridad. Los poemas nerudianos dedicados a la región sur de Chile constituyen un aporte a la historia regional chilena, como también un rescate apasionado de la singularidad del sujeto austral. Neruda aproxima su mirada a la realidad concreta, no escribe solamente desde la abstracción que el paso del tiempo pueda provocar, sino a partir de su propia experiencia de vida.



Neruda: de Temuco a Santiago

El enraizamiento es tal vez la necesidad más importante y desconocida del alma humana. Es una de las más difíciles de definir. El ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos del futuro. Participación natural, es decir, que vienen automáticamente del lugar, de nacimiento, de la profesión, del ambiente. Cada ser humano necesita tener múltiples raíces. Necesita recibir casi la totalidad de su vida moral, intelectual, espiritual, por intermedio de los medios de que forma parte naturalmente. Simone Weill (1979:347).

El primer viaje realizado por Neruda, a los dos años de edad, fue entre Parral y Temuco. A ese viaje le siguieron sucesivos desplazamientos dentro de la región de la Araucanía. Pero, a partir de los diecisiete años de edad, la vida del poeta comenzó a ser marcada por viajes que ultrapasaron esos límites provocando cambios y cuestionamientos existenciales en el joven escritor. Alejarse del seno familiar, del paisaje rural, así como de la cultura y de las costumbres australes que constituían su universo, para penetrar en la capital política y económica de su país, significó una experiencia difícil y conflictiva que se prolongó por varios años.

El sentimiento de perdida experimentado por Neruda al verse privado de los elementos que constituían su identidad fue más intenso por tratarse de una transición entre dos espacios totalmente antagónicos. Aunque el desplazamiento haya ocurrido dentro de su propio país, las diferencias regionales existentes en Chile alcanzaron en él un grado considerable debido a su fuerte “enraizamiento” con su ciudad de origen, ya que, como lo explica Benjamín Subercaseaux (2005:125), “Una ciudad es un conjunto de modalidades propias, intransferibles, que revisten al hombre en sus relaciones con los demás; es algo sujeto al suelo y a su geografía”.

De la misma forma, los factores externos a una determinada cultura constituyen elementos fundamentales en las relaciones humanas como lo destaca Simone Weill (1979:347), al afirmar que, “Los intercambios de influencias entre medios muy diferentes no son menos indispensables que el enraizamiento con el ambiente natural”, y destaca que las influencias exteriores sólo podrán pasar a formar parte del individuo después de ser “digeridas”, proceso que no ocurre instantáneamente.

En 1921, época en que Neruda partió para Santiago, la ciudad de Temuco era aún un territorio sin marcas de urbanización, un paisaje de florestas vírgenes en el medio de la cual estaba su casa “[...] la casa sin ciudad, apenas protegida / por reses y manzanos” como fue registrado por el propio poeta en el poema “La frontera (1904)” de Canto General (Neruda, 1999:801-808),

[…]
Mi infancia recorrió las estaciones: entre
los rieles, los castillos de madera reciente,
la casa sin ciudad, apenas protegida
por reses y manzanos de perfume indecible,
fui yo, delgado niño cuya pálida forma
se impregnaba de bosques vacíos y bodegas.

Por otro lado, en la ciudad de Santiago ya se vivía el denominado “fenómeno urbano” [8]: característica compartida por las ciudades pobladas por una multitud de seres que vienen de todos los sitios de un país. Una multitud que tiene como característica básica la individualidad, la experiencia de la destrucción de los lazos comunitarios y la vivencia de la disolución de las referencias socioculturales que orientaban el cotidiano de los individuos. De la misma manera, Santiago en los últimos años del siglo XIX ya dibujaba una cultura metropolitana que según Carlos Fuentes (1997:303),

[…] el mejor ejemplo de éxito de una sociedad burguesa en América Latina se encontraba en Chile. Chile, controlando el comercio del Pacífico a través de Valparaíso, vio el nacimiento de grandes fortunas y, junto con ellas, la creación de instituciones políticas únicas en el continente americano.

En el siglo XX las ciudades chilenas se manifestaron como centro del poder y del progreso atrayendo una enorme población. Sin embargo la búsqueda por mejores expectativas de trabajo cambió de forma drástica sus modos de vida. Los que salieron de la provincia con un fuerte apego a la tierra tuvieron que adaptarse a un nuevo sistema de vida en el que el individuo se vio forzado a asumir un ritmo acelerado. Esos factores determinaron contrastes profundos entre la vida rural y la urbana, aspecto destacado por Neruda en el texto “Glosas de la ciudad I” publicado en el nº 29 de la revista Claridad del 13 de agosto de 1921, solamente tres meses después de su llegada a la capital:

[…] Sé tu vida febril: de la cama a la calle, de ahí al trabajo. El trabajo es oscuro, torpe, matador. Después almuerzo rápido. Y al trabajo otra vez. Después la comida, el cuerpo extenuado y la noche que te hace dormir. Ayer, mañana, pasado, sucedió y sucederá lo mismo (Neruda, 2001:353).

Dos meses después, en el nº 36 de la revista citada, Neruda (2001:257), publicó “Glosas de la provincia”:

La vida, la vida es cosa lenta. Por eso hay que pensar desde luego, en dejar que pase sin saber que pasa […] Cuando comienza a caer la lluvia hay que tener una casa y un tejado y un brasero. Después, si llega el tiempo bueno, que haya una arboleda grande donde descansar.

En los textos seleccionados se observa el contraste entre los ritmos de vida de la provincia y de la ciudad grande, fenómeno que según Georg Simmel (1967:14), resulta de los siguientes hechos:

La metrópolis extrae del hombre, como la criatura que procede a discriminaciones, una cantidad de conciencia diferente de la que la vida rural extrae. En esta, el ritmo de vida y del conjunto sensorial de imágenes mentales fluye más lentamente, de modo más habitual y más uniforme. Es precisamente en esta conexión que el carácter sofisticado de la vida psíquica metropolitana se vuelve comprensible - como oposición a la vida de la pequeña ciudad, que descansa más sobre relacionamientos profundamente sentidos y emocionales.

El fuerte enraizamiento de Neruda con la provincia de origen y las diferencias apuntadas entre los territorios en cuestión son las causas principales de su conflicto de identidad. El fenómeno experimentado por Neruda puede encontrar explicación en el estudio realizado por el profesor chileno Carlos Amtmann (1997:8-9), sobre la identidad regional:

El núcleo de cada cultura es su identidad, entendida como la manera particular de ser, la propia y singular modulación de las variantes universales de la cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio […] La identidad supone un sentimiento de pertenecer que es anterior al auto-reconocimiento del grupo y que expresa la valoración de los elementos que configuran la propia cultura: hábitos, costumbres, creencias […].

Al llegar a Santiago Neruda se deparó con un mosaico de contrastes, movimiento y ruidos, tranvías de formas y colores variados que transitaban en un ir y venir interminable, características de las ciudades en pleno desarrollo. El centro de Santiago podría ser cualquier ciudad europea, en ella se observaban edificios y casas viejas transformadas en elegantes tiendas, pero al alejarse del centro de lujo, surgían construcciones menos elegantes distribuidas a los lados del río Mapocho: de un lado surgía un conglomerado de casas, depósitos y sórdidos bares, del otro lado del río, viejos barrios residenciales que asombraban por su miseria. También la capital chilena albergaba una infinidad de parques que se conservan hasta hoy: Parque Forestal, Cousiño y Quinta Normal, por nombrar algunos.

Santiago, un calidoscopio de paisajes y atracciones diversas: el centro con sus tiendas y edificios, los viejos barrios residenciales, el arrabal a las márgenes del Mapocho y sus parques, junto con sus habitantes constituía un modo único de ser. Las experiencias vividas en Santiago fueron registradas por Neruda en sus poemas, prueba de eso es que su primer libro, Crepusculario, publicado en 1923, contiene una serie de poemas alusivos a su vida en la capital chilena, conforme constatado en “Mi alma es un ‘carrusel’ vacío en el crepúsculo” (NERUDA,1999:137-138), del capítulo “Los crepúsculos de Maruri”:

Aquí estoy con mi pobre cuerpo frente al crepúsculo
que entinta de oros rojos el cielo de la tarde:
mientras entre la niebla los árboles obscuros
se libertan y salen a danzar por las calles.

Yo no sé por qué estoy aquí, ni cuando vine
ni por qué la luz roja del Sol lo llena todo:
me basta con sentir frente a mi cuerpo triste
la inmensidad de un cielo de luz teñido de oro,

la inmensa rojedad de un sol que ya no existe,
el inmenso cadáver de una tierra ya muerta,
y frente a las astrales luminarias que tiñen el cielo,
la inmensidad de mi alma bajo la tarde inmensa.

En los versos citados Neruda presenta la visión triste y confusa de su calle santiaguina. Una calle sin vida que no produce nada: “el inmenso cadáver de una tierra ya muerta”, donde los árboles son prisioneros y aprovechan la oscuridad de la noche para libertarse, “mientras entre la niebla los árboles obscuros/se libertan y salen a danzar por las calles”. El sujeto poético con el cuerpo estático, el alma vacía y un torbellino de sentimientos agitando su mente contempla la escena, como “...un carrusel vacío en el crepúsculo”.

Maruri era el nombre de la calle de la pensión en que Neruda se hospedó al llegar a Santiago en marzo de 1921. Fue en esa calle que el poeta se inspiró para escribir los poemas de Crepusculario. En Confieso que he vivido Neruda (2000:40 e 64), registró ese momento:

Venía recomendado a una casa de pensión de la calle Maruri, 513 [...] En la calle nombrada me sentaba yo al balcón a mirar la agonía de cada tarde, el cielo embanderado de verde y carmín, la desolación de los techos suburbanos amenazados por el incendio del cielo.

En la calle Maruri, 513, terminé de escribir mi primer libro […] El capítulo central de mi libro se llama “Los crepúsculos de Maruri”. Nadie me ha preguntado nunca qué es eso de Maruri. Talvez muy pocos sepan que se trata apenas de la humilde calle visitada por los más extraordinarios crepúsculos.

Mientras que en la provincia el joven enfrentaba la fuerza de la naturaleza, el frío y las lluvias, en la ciudad moderna tuvo que luchar contra los propios hombres, la soledad y el anonimato, hostilidades que le provocaron una profunda angustia,

“Barrio sin luz”

¿Se va la poesía de las cosas
o no la puede condensar mi vida?
Ayer -mirando el último crepúsculo-
yo era un manchón de musgo entre unas ruinas.


Las ciudades -hollines y venganzas-,
la cochinada gris de los suburbios,
la oficina que encorva las espaldas, el jefe de ojos turbios.
[…]
Lejos... la bruma de las olvidanzas
-humos espesos, tajamares rotos-,
y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean
los bueyes y los hombres sudorosos.
Y aquí estoy yo, brotando entre las ruinas,
mordiendo solo todas las tristezas,
como si el llanto fuera una semilla
y yo el único surco de la tierra.

En el poema “Barrios sin luz” (NERUDA,1999: 125-126), parte constitutiva de la primera obra, el vate presenta motivos del sur y de la ciudad en modernización. Sus versos son fuertes registros de la diferencia entre el espacio agreste y la urbe. Mientras la ciudad de Temuco ofrece una vida pacata, tranquila y bellezas naturales: “y el campo, ¡el campo verde!, en que jadean / los bueyes sudorosos”, el ambiente moderno metropolitano adquiere una connotación negativa: “Las ciudades -hollines y venganzas-,/ la cochinada gris de los suburbios, / la oficina que encorva las espaldas…” contraponiéndose a la visión idílica de la provincia, hecho que confirma la siguiente afirmativa de Kevin Lynch (1997:149): “La creación de la imagen ambiental es un proceso bilateral entre observador y observado. Lo que él ve está fundamentado en la forma exterior, pero la manera como él lo interpreta y lo organiza, y como dirige su atención, afecta por su vez aquello que él ve”.

Del distanciamiento de su tierra de origen surge el deseo del reencuentro con la naturaleza que lo albergó en su vida anterior. En los primeros meses en la capital chilena, mientras no vuelve a sus raíces temucanas, la nostalgia del ambiente de la infancia va siendo registrada en su quehacer poético. Sentimientos revelados a través de imágenes que presentan el contraste entre la vida simple y segura en campo y las bruscas transformaciones urbanísticas ocurridas en Santiago a partir de 1900.

Al margen de la vida urbana, Neruda se recoge en su cuarto de pensión en un proceso de ensimismamiento marcado por la soledad y sobre todo por el trabajo arduo, una actitud que puede ser considerada una fuga de la realidad,

La vida de aquellos años en la pensión de estudiantes era de un hambre completa. Escribí mucho más que hasta entonces, pero comí mucho menos […] Yo defendí mis costumbres provincianas trabajando en mi habitación, escribiendo varios poemas al día y tomando interminables tazas de té, que me preparaba yo mismo (NERUDA, 2000:42-43).

La experiencia vivenciada por el joven poeta provinciano que llegó a Santiago en busca de nuevos horizontes, fue recordada años más tarde por el propio Neruda el 23 de abril de 1969, en un encuentro de poesía en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile donde era el invitado de honor,

[…] En 1921, por las calles aún circulaban tranvías tirados por caballos y conductoras que cobraban los boletos e iban vestidas con unas faldas inmensas, que les llegaban hasta los pies. Yo venía de la provincia dispuesto no a conquistar la capital sino entregado de pies y manos para que la capital me conquistara y me introdujera en su inmenso vientre, en donde se digieren los presupuestos, las ideas, las vidas y casi todas las luchas en nuestro país (NERUDA, 2004:7)

Estas palabras constatan que el tiempo no apagó de la memoria del poeta la época de adaptación en la capital, visto que pasados cuarenta y ocho años Neruda era capaz de recrear con detalles las tumultuadas calles santiaguinas, y, aún, el motivo de su migración.

Entre 1921 y 1927 la vida en la ciudad fue, para Neruda, tema y contexto de su producción poética. El poeta escribió sobre sus experiencias inmediatas como constatado en los poemas de Residencia en la Tierra (1933), en los que la vida citadina adquiere gran fuerza y pasa a configurar la temática central de su creación literaria. Más tarde, en el año 1943 Neruda (2003: 149-50), reafirma sus lazos con el territorio austral como pude ser observado en el siguiente fragmento de La copa de sangre:

[…] pertenezco a un pedazo de pobre tierra austral hacia la Araucanía, han venido mis actos desde los más distantes relojes, como si aquella tierra boscosa y perpetuamente en lluvia tuviera un secreto mío que no conozco, que no conozco y que debo saber, y que busco perdidamente, ciegamente, examinando largos ríos, vegetaciones inconcebibles, montones de madera, mares del Sur, hundiéndome en la botánica y en la lluvia, sin llegar a esa privilegiada espuma que las olas depositan y rompen, sin llegar a ese metro de tierra especial, sin tocar mi verdadera arena […] mi conexión interminable con una determinada vida, región y muerte.

Al constatar que en el paso de la provincia a la capital Neruda no alcanza emocionalmente su destino final, permaneciendo en un largo estado de transición, permite apuntar para el surgimiento de un ‘sujeto fronterizo’ situado entre el universo provinciano y el universo urbano.

En Neruda, el concepto de fronterizo no alude solamente a una demarcación territorial entre dos regiones que son política y culturalmente distintas, sino también a delimitaciones temporales, ya que en su permanencia en la ciudad el poeta se transformó en un cuerpo que experimenta el lugar y establece una relación crítica frente a él: lo describe poéticamente y desenvuelve una movilidad temporal entre la ciudad y la provincia. Ese estado fronterizo demuestra una posición intermediaria en individuos que al desplazarse dentro del propio país se sienten al margen de su propia cultura.

En Neruda la noción de frontera es una problemática presente en la temática de las ciudades, donde lo fronterizo tiene relación con el espacio geográfico (campo y metrópolis), con el espacio temporal (presente y pasado), y con el espacio cultural, en lo que se refiere a las diferencias identitarias regionales de un mismo país. Por esto, es importante abordar el análisis de la superación de fronteras con respecto a las cuestiones de orden geográfica y cultural, pero sobre todo abordar las formulaciones subjetivas resultantes de los procesos interpersonales.

Como se pudo observar en este estudio, el territorio, como soporte material y entorno ambiental, constituye una categoría fundacional distintiva en el proceso de construcción de la identidad. Neruda destaca a través de su discurso poético la importancia de la tierra primigenia en la construcción de la identidad individual y colectiva del hombre.

Se constata también, que el espacio físico, donde se desarrolla el cotidiano del individuo, es rico en significantes y señales, elementos que penetran en el inconsciente de sus habitantes y determinan, con el pasar del tiempo, su forma de ser y de entender el mundo. La influencia del territorio primigenio en la configuración de la identidad fue abordada por el doctor Fidel Sepúlveda (1996:45), con las siguientes palabras:

El territorio se revela en la imagen de la madre tierra. Ella es un segundo útero que nutre el habitante. Desde sus colores, líneas, ritmos, formas, modela los paisajes interiores del hombre. Desde los ruidos y sonidos del entorno aguza su oído para atender las voces de s ser. Los olores, los sabores de los frutos y frutas transfieren para él la energía de sus raíces. El contacto de la piel del hombre con la piel de la tierra modela su naturaleza autóctona.

Como se pudo constatar tanto la poesía como la prosa nerudiana siguen con fidelidad su trayectoria de vida, sus vivencias y que su mirada sobre el cotidiano, acciones que expresan su amor por los lugares donde vivió. Son innumerables las declaraciones en que el poeta chileno expresó su enraizamiento vital con la selva austral, territorio de lluvias, árboles, ríos y raíces, hecho que permite establecer que la obra nerudiana es auto-referencial, es decir, verso y prosa están determinados por un hilo autobiográfico constante.

A lo largo de este estudio fue posible percibir que las nuevas ideas y cuestionamientos estéticos que invadieron Neruda a partir de su residencia en la ciudad grande, no provocaron solamente un cambio de conceptos, sino que una transformación interna, que resultó en nuevas formas de pensar y, consecuentemente, de representar, creando una voz comprometida con el hombre, con el mundo y con la memoria.

Por lo tanto se puede afirmar que el territorio que alberga al individuo en su primera edad tiene una importancia matriarcal y distintiva en el proceso de construcción de la identidad individual y cultural do hombre



Notas:

[1] Se entiende por nacionalidad el derecho a la autodeterminación de todo grupo social con un origen, una historia, un modo de vida y de pensamiento común, que habita un territorio determinado.

[2]Todas las citas en lengua portuguesa fueron traducidas al español por la autora de este estudio.

[3] Término utilizado por Nelson Brissac Peixoto en el texto “O olhar do estrangeiro”. En NOVAES (1988: 361-365).

[4] Poema épico de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1534-1594), basado en el conflicto de la Guerra de Arauco, publicado en 1569. Narra las luchas de las tropas españolas contra los indomables indígenas araucanos de Chile, que defendieron su libertad y sus tierras con gran valentía ofreciendo sus vidas. La obra debe su título a una doncella que intercedió por Ercilla para que no fuese ejecutado. En su honor, el poeta habría titulado el poema La Araucana, en género femenino.

[5] Pedro de Oña, chileno: escribió en Perú (1596), el poema titulado ‘Arauco Domado’ que exalta la participación de Hurtado de Mendoza en la conquista de Chile, pues Ercilla no lo mencionó en su obra.

[6] Término con que se denomina a los descendientes de los europeos nacidos en el Nuevo Mundo. En FUENTES (1997: 246).

[7] Iliá Ehrenburg (1891-1967), es uno de los más conocidos escritores soviéticos. Muy joven fue preso por hacer propaganda bolchevique en Moscú y en 1909 emigró para París.

[8] Se emplea “fenómeno urbano” en la acepción de Octavio Velho. En VELHO (1987:7).



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Ximena Díaz Merino, cursó su Doctorado en la Universidade Federal do Rio de Janeiro. Como investigadora del Grupo de Investigación O Imaginário Poético Hispano-americano CNPq, publicó como coautora los seguintes libros: Poesia hispano-americana: imagem, imagem, imagem... (UFRJ/CAPES, 2006); O imaginário poético pré-colombiano ontem e hoje. Os astecas (v.1). Os maias (v.2). Os incas (v.3) (UFRJ,2007). En 2009 publicó, como coautora do G.I. A modernidade e o espaço urbano na América Hispânica CAPES, el libro Provocações da cidade (Faculdade de Letras UFRJ, 2009). Miembro del Laboratório Interdisciplinar Latino-americano (UFRJ, 2009), a través del cual publicó Palabras en ristre: Reflexiones literarias de la Guerra Civil Española (CAPES, 2009). Profesora e Investigadora de los Cursos de Graduación de la Universidade do Grande Rio. Recientemente nombrada Profesora Adjunta de Lengua y Literaturas de Lengua Española de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná / UNIOESTE.



© Ximena Antonia Díaz Merino

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