lunes, 28 de junio de 2010

Desatando las penas del poeta Simón Rodríguez Cruz


¿Será que la tierra te dicta su testimonio con ráfagas de viento y tonalidades de arco iris?

Escribe: Jorge Flórez Áybar

Desde hace un buen tiempo dejé en el tintero algunos trabajos poéticos y narrativos. Hoy al revisar unos documentos encontré el que corresponde al poemario Desatando penas del poeta Simón Rodríguez Cruz. Dos veces fue encarpetado. Debió salir en mi ensayo Literatura y violencia en los andes, no fue posible porque el libro había excedido las quinientas páginas; y, en 1996 volvió ha quedarse en mis archivos porque el ensayo que se hallaba en la editorial era un estudio que correspondía a los años de 1996 al 2006, y el poemario se había publicado en 1992. Era una deuda con el poeta y la historia literaria de nuestra región que hoy deseo cumplir.

Definitivamente no podemos esbozar un mapa de la totalidad poética y narrativa si no registramos todo cuanto acontece en nuestro contexto, aunque uno corre el riesgo de equivocarse y convertirse en el blanco de la crítica. Pero habría que empezar a desmitificar a muchos ídolos que los tenemos en los altares de la poesía y de la narrativa, sin caer en los excesos de nuestro narrador Eustaquio Kallata, quien solía decir, en los años 60, allá en la ciudad imperial del Cusco: Por el momento solo hay dos poetas y medio: Luis Nieto y Arturo Castro, ambos canchinos, es decir, injertos de los legendarios canchis y mestizos arequipeños y el medio…puede ser cualquiera de la runfla de liricidas (Revista del Centro de Estudiantes Puno, 1949, p. 14) Estas palabras fueron lapidarias, aplastó posiblemente a generaciones, es por eso, que el poeta Ángel Avendaño Farfán, después de muchos años, cuando el escritor Eustaquio Kallata dejó de existir, dijo lo siguiente: Kallata se proclamaba panteonero de escritores, terror de pisaverdes, sabueso literario, pero realmente era el gusano del cadáver que decía sepultar (Historia de la literatura del Qosqo, 1993, p. 373). Entonces es necesario ver con ojos propios y entender lo que se dice y lo que se oculta. Comprender racionalmente a qué se nos quiere llevar, conducir.

El poeta Simón Rodríguez Cruz nació en Puno en 1969. Se desempeña como docente en algún lugar de nuestra región. Perdí sus huellas, no sé si continúa escribiendo. Posiblemente. Lo conocí en la década del 90, colaboró, primero en la revista Universidad y pueblo, después en Apumarka. Me alegró, sobremanera, cuando se presentó con su poemario Desatando penas. El escritor cusqueño, Enrique Rosas Paravicino, abre las páginas del texto: Anoche volví a leer tus originales por sétima vez. Fue grato experimentar de nuevo la vibración de tu tersa vigilia. En realidad yo escucho una pausada música detrás de tu escritura. Un cierto ritmo hecho con latidos de sueño y celaje. ¿Será que la tierra te dicta su testimonio con ráfagas de viento y tonalidades de arco iris? Hay quienes quieren creer, Simón, que la poesía es simplemente una actitud de negación de la realidad. Pero tal aseveración resulta infundada.

Leamos el siguiente poema:

He venido a ti
A deshilar tus bayetas

Y después de una tormenta de azúcar
Andar y desandar la frescura de tu cuerpo

Encortinar con besos esos blancos caminos
Y estrangular la tristeza entre nuestras caricias

- Bajo lluvia de silencio nuestros ojos se encienden
Se deshojan tus senos en gemidos de gaviota

Como caracoles claros
Tejen cintas tus brazos en mi espalda…-

He llegado a ti jaloneando tu fragancia de muña
Huyendo como un silbido de la pena

Para desnudar nuestros fuegos
Y astillar la noche en cientos de pequeños días.


Simón Rodríguez inicia el poema con un encabalgamiento: He venido a ti/a deshilar tus bayetas. A partir del tercer verso hasta el último, por la abundancia de diptongos, cae como una suave cascada de agua que se rompe por la presencia de tres hiatos, cuya función es herir la suavidad del ritmo, es algo que te hinca en la esfera auditiva. Incluso las palabras silbido/astillar coadyuvan con esa función disonante.

Si en el poema He venido a ti encontramos una arquitectura lírica, en Desatando penas advertimos lo dramático que cuesta desatar esas penas. Y nos preguntamos: ¿Qué hay detrás de esas palabras? Posiblemente, en ellas subyace una síntesis dialéctica por cambiar la sociedad. El poeta construye un espacio y desde allí envía su mensaje. Los referentes: pobreza, lágrimas, fogatas, penas, etc., nos describen un mundo de injusticias. Es la conciencia del ego que desea terminar con ese estado de cosas. Él sabe que será violento el tránsito hacia la alegría. Por eso su yo poético asume la voz de la colectividad, de esta manera, lo ideológico subyace en lo abstracto de la lírica o de la simple pasión. Tampoco es un espacio que el ego desea borrar o que permanezca soterrado, es el ethos de una cultura que desea ser libre. En todo caso, su poesía fue creada durante la violencia política de la década del 80, atmósfera que marcó, hasta hoy, toda la literatura del país, por lo menos durante veinte años. Bajo esta atmósfera literaria crecieron otros escritores: Óscar Colchado, Luis Nieto Degregori, Enrique Rosas Paravicino, Gloria Mendoza, Dante Castro, Feliciano Padilla, Zelideth Chávez Cuentas, Juan Alberto Osorio, yo mismo. Todos oxigenamos nuestros trabajos bajo ese ambiente, fuentes inagotables de interpretaciones y reflexiones. Pero hubo un momento, en que deseaba rebatir la creación de algunos literatos que se habían extraviado en su propio laberinto, pero también me molestaba la perspectiva de reducir la creación literaria a un plano meramente ideológico, dejando de lado la estética. Sé que el equilibrio es determinante, por eso la concepción ideo-estilística debe primar, prevalecer por encima de uno de ellos. A fin de cuentas, la década del 90, hay que aceptarlo sin regañadientes, dio un gran impulso a toda la literatura de la región. Algunas obras envejecieron pronto y otras rebasaron el tiempo. Quizá el ritmo interior, lírico y doloroso que la realidad suscitó en el poeta Simón Rodríguez Cruz hizo que su poesía se halle fresca a pesar del mensaje testimonial que hay en toda su obra.

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