domingo, 13 de junio de 2010
Conmigo acaba el indigenismo
Escribe: José Luis Ayala
Por fin ha llegado el momento de liquidar y saldar cuentas con el indebido uso de la palabra indigenismo y sus derivados semánticos. Se trata de un término discriminatorio y excluyente que ha hecho mucho daño a la cultura peruana. Aunque ahora se le usa menos para designar a acepciones y temas andinos. Sin embargo, no se puede negar que ha quedado grabado en la memoria social de muchas generaciones, “formadas” con ese concepto, en los parámetros de una educación al servicio de la despersonalización cultural, individual y colectiva. No hay necesidad de escribir una historia de los términos indigenismo ni indigenista. Pero su peyorativa aplicación tuvo y tiene más presencia en la mentalidad hispano criolla excluyente, en la necesidad de “clasificar” las expresiones que no pertenecen a la cultura dominante, sino a las que provienen de la periferia. Así, los críticos, la academia y el canon, impusieron este mote. Los escritores que aceptaron o no quedaron sepultados, desterrados del parnaso oficial.
Todo empezó con el concepto y práctica de la otredad. Es decir, con la invasión de los ejércitos del Reino de España al Continente que después se le puso el nombre de América. Los españoles miraron a los antiguos peruanos, a los habitantes del Tawantinsuyo y a personas de otras culturas ancestrales como bárbaros, salvajes, idólatras, como a una especie bastante parecida a animales-hombres. De hecho les negaron el alma pero sobre todo sus derechos. Con la complicidad de virreyes, encomenderos, teólogos y pontífices, fueron convertidos en animales de carga, obligados a trabajador sin derechos, en las minas y obrajes.
Pero hay un hecho reciente que sirve para ayudarnos en esta reflexión. En la ciudad de Cusco se llevó a cabo el Congreso Internacional por el IV Centenario de los Comentarios Reales de los Incas, cuyo autor es el Inca Garcilaso de la Vega y convocó a profesionales en Ciencias Sociales y Humanidades de las universidades de América y Europa, evento académico duró del 19 al 21 de agosto del 2009. Con esa ocasión se pudo apreciar que se han realizado, en diversas universidades, nuevas lecturas e interpretaciones acerca de la obra de Garcilaso. Ha llamado la atención, sin embargo, que estuviera ausente la necesidad de revisar el significado de la palabra indigenismo. El tema debió ser encarado en base de una sola pregunta: ¿El Inca Garcilaso fue un escritor indigenista? Aunque la palabra fue mencionada varias veces, nadie sostuvo una tesis a favor o en contra. Ese hecho tiene un gran significado, demuestra que su uso es cada vez menos. Lo que ha interesado es conocer hasta dónde es posible determinar la influencia que ha tenido y tiene en la formación de las ideologías de la resistencia cultural, en el desarrollo de las diversas mentalidades y nacionalidades. Seguramente que se podrán leer todas las ponencias pero tres conclusiones es posible adelantar:
1.- Más allá del valor literario e histórico, Los comentarios reales, influyeron en la ideología de los movimientos independentistas de América. 2.- Los Comentarios reales deben servir para acrecentar una conciencia crítica y sentimiento de un nacionalismo revolucionario, como respuesta a la perversa globalización del sistema de las transnacionales. 3.- No será posible plantear ningún esquema de un proyecto histórico americano, sin la presencia de los valores culturales y visión de futuro que tiene la obra de Garcilaso.
La primera parte de Los Comentarios reales, apareció en 1609, en Lisboa publicada por Pedro Craasbeck. Fue escrito a partir de recuerdos de la infancia y juventud, escuchando a sus parientes, a través de contactos epistolares y visitas a personajes destacados del Perú. Se trata de uno de los logros más fehacientes en vista de que circulaban versiones lindantes con la ficción y la impostura. La segunda parte fue publicada en Córdoba, en 1617, con el título Historia general del Perú.
¿Cuántas veces Garcilaso escribe la palabra indio en sus libros? Muchísimas veces. Si nos preguntáramos ¿se sentía indio?, ¿acaso se sentía español?, ¿se expresaba como mestizo? Esa es la cuestión. Para no hablar de números de palabras, es preciso señalar que cuando escribe indio, quiere decir nosotros, no ellos. Indios para Garcilaso son los peruanos, no los mestizos. Los mestizos son personas que tienen más de españoles que de peruanos. Entonces, ¿Garcilaso fue el primer escritor indigenista? No. ¿Fue un escritor indio? Tampoco, para esa discusión presente Felipe Huamán Poma de Ayala.
No podemos dejar de hablar de Bartolomé de las Casas, considerado como uno de los fundadores del Derecho Internacional Moderno y el [Derecho de las Gentes. No vamos a teorizar acerca del Derecho Natural, el cual fue tomado del D[erecho Medieval y la filosofía estoica. De las Casas sostenía, por razones religiosas, que los antiguos peruanos tenían uso de razón, tal como los antiguos griegos y romanos. Entonces, como criaturas racionales eran seres humanos. Su contribución a la teoría y práctica de los derechos humanos está presente en su libro Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, que en realidad viene a ser el primer informe moderno sobre derechos humanos. En él describe las atrocidades a las que fueron sometidos los antiguos habitantes de las Américas por los invasores españoles. Su libro fue publicado en el año de 1552. Sin embargo, la diferencia con Garcilaso está en que cuando el cura escribe los indios, los indígenas, los nativos, dice los otros, no nosotros. Ellos no son nosotros, ni nosotros no somos ellos. Ellos son así porque han nacido aquí, son indios con alma. Sus observaciones y denuncias provinieron desde la concepción cristiana del mundo y los seres humanos. ¿Bartolomé de las Casas fue indigenista? Hay quienes lo consideran un precursor del indigenismo, precisamente por haber asumido la defensa de “los indígenas” del denominado “Nuevo mundo” para la cultura oficial hispana.
Según la academia y el canon oficial que se repite hasta el hastío y cansancio, son escritores indigenistas: Narciso Aréstegui, Clorinda Matto de Turner, Juan Bustamante, Gamaliel Churata, José María Arguedas, Ciro Alegría y Alejandro Peralta. Pero para establecer una continuidad, han creado la palabra neo-indigenismo y allí están ubicados desde Mario Florián pasando por Kilku Waraqa, hasta Manuel Scoza.
El caso de Efraín Miranda Luján es una anécdota singular que es necesario estudiar. No porque él se lo haya propuesto, sino porque algunos de sus gratuitos exégetas tratan de convertirlo a cómo de lugar en un “poeta indio”. Es decir, otorgarle una categoría e identidad que no tiene sustento porque el indio, como persona no existe para las culturas quechua ni aymara. Salvo para quienes se aferren a conceptos académicos trasnochados. ¿Miranda poeta indio? ¿Por qué no le preguntan a los niños aymaras de Jach’a winch’uqa si se sienten indios? ¿Qué dirían los padres de familia si supieran que Miranda era un profesor indio? El error está en considerarlo como poeta indio o indígena, cuando se trata de un docente primario mestizo, además no habla aymara porque según decía: “Esa lengua está destinada a desaparecer, no será fácil que los campesinos aymaras lleguen al poder. Todo indica además, que la migración del campo a la ciudad impedirá que esta lengua prevalezca frente al español”. No le falta razón, así también lo ha señalado en un informa la UNESCO. El aymara está amenazado de desaparecer si es que los gobiernos del Perú, Bolivia, Chile y Argentina, no desarrollan una política cultural, conjunta, mutua y alternativa.
Miranda es un poeta de izquierda, en su juventud se sentía marxista, durante su paso por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos fue un activista cumplido y disciplinado. De modo que no se trata de un poeta con orfandad ideológica ni mucho menos de un “aeda indígena”, sin cultura literaria, un escritor autodidacta. Al contrario, es un gran conocedor de las ciencias sociales contemporáneas, pero muy particularmente de idioma español. Sin embargo, para desencanto y desilusión de sus corifeos, Miranda por si acaso, tampoco se hace el indio ni aparenta serlo. Eso de poeta indio es una invención de parte de quienes valoran inadecuadamente el significado de su excelente poesía, añadiéndole sin necesidad esa denominación que seguramente le hará mucho daño en el futuro.
Ya una vez lo dijimos pero vale la pena reiterarlo: Efraín Miranda es el último poeta mestizo a quien se le denomina indio, (aunque también a veces parece gustarle la pose). Se han esgrimido varias razones para llamarle así, sin convencer en absoluto los argumentos que se han expuesto. ¿Se debe llamar poeta indio a quienes ahora escriben en aymara y quechua? No. ¿Pero si los temas y visión del mundo andino son casi los mismos? ¿Berta Villanueva es poeta aymara monolingüe? Sí. ¿Juan de Dios Yapita es un poeta indio? No. ¿William Hurtado de Mendoza y Odi González son indios, indigenistas? No, ahora se debe hablar de poetas aymaras y quechuas, nada de neo-indigenismos ni neo-quechuas o neo-aymaras.
Tampoco se puede negar que las palabras indígena, indio, nativos, naturales no contactados, tengan un fuerte contenido ideológico. Quien le dio una connotación de orden político fue Manuel González Prada. Después, José Carlos Mariátegui usó esta palabra para alentar una literatura de carácter raigal y en formación. Hasta que su uso pasó a la academia y tuvo una gran vigencia en países con poblaciones ancestrales. Finalmente se oficializó el uso del término desde 1940 cuando se celebró el I Congreso Indigenista Interamericano en Pátzcuaro, en México. Habría que añadir que en el Perú, Ecuador y Bolivia se optó este término “para la educación indígena”, como quien dice para los vencidos y desterrados del sistema.
En 1941 se creó el Instituto Indigenista Interamericano con sede en México. Enseguida casi todos los países vieron la necesidad de acoger a esta institución, que sin duda ha proporcionado valiosos resultados de investigación social. Sin embargo, el aporte de las ciencias sociales ha permitido superar muchos errores tanto de forma como de fondo. La prueba es que ahora muy pocas personas usan el término indigenismo, salvo quienes hayan quedado desfasadas frente al tiempo histórico en el que vivimos. La historia crítica, la sociología, la antropología, la sicología social y la lingüística, han demostrado que no hay culturas mayores ni menores, superiores ni inferiores, cada una tiene sus propias características.
Se ha llamado escritores indigenistas a quienes trataron o desarrollaron: “Temas referidos a los pobladores originarios de una región”. No se les ha considerado como narradores latinoamericanos, mágico-realistas ni novelistas de las culturas americanas. La cultura dominante tiene sus críticos y ellos creen que deciden el curso de la historia de la literatura, cuando no es así. Veamos lo que dice La Enciclopedia Salvat. Volumen 11, Indigenismo: “Condición o calidad de indígena. Estudio de los caracteres, valores y estructuras culturales y sociales de las poblaciones indígenas o autóctonas de Hispanoamérica. Conjunto de ideologías políticas, sociales y culturales ligadas generalmente a organizaciones y partidos de izquierda, que se propone la incorporación de los indígenas de América a la estructura y nivel de vida propios de los países en que residen, sin alterar su fisonomía étnica ni su bagaje cultural propio, en contraposición de la orientación asimilada de la cultura europea. (Página 8036).
Sería una omisión grave no referirse a un libro como La Utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones el indigenismo de Mario Vargas Llosa. La tesis es sencilla: José María Arguedas se equivocó porque trató de novelar una realidad que le era ajena, y a pesar de vivir en ella, no la supo entender. Eso le causó traumas que no supo afrontar a lo que es preciso añadir sus dolencias físicas desde la adolescencia. Entonces, como no pudo entrar al boom literario, se hizo un ¡Bum! en la cabeza. Es un libro escrito de mala fe para decir: “Fíjense en mí, yo soy mejor escritor que él, he ganado más premios y me han postulado para el Premio Nobel. Sin embargo, si no me dan la importa que tengo, me contento con lo hasta ahora he conseguido. Ni Vallejo ni nadie de los escritores peruanos son más importantes que yo”. Las palabras indigenismo y lo telúrico, tienen en las reflexiones de Vargas Llosa un hondo menosprecio, una connotación racista y desprecio. En el fondo, tiene el propósito de borrar de la literatura en español la presencia de Arguedas, pero ha sucedido que su tesis ha generado una infinita admiración al autor y cada vez se lee más Los ríos profundos.
Menos mal que a mí no me han motejado de escritor indigenista, aunque no han faltado críticos que hayan aseverado que soy un neo- indigenista. Lo que ha sucedido es que he escrito poesía, cronivela, cuento, poesía para niños, novela experimental, ensayo, historia social, he publicado textos en el periodismo y finalmente he escrito en aymara y en español. Yo no soy indio ni me siento indio. Yo no uso el término indio para aparecer como tal como poeta, narrador o ensayista. Yo no escribo como indio porque los indios no existen en el Perú. Existen los aymaras y quechuas. Nunca he dicho que me siento ni soy un indigenista en pleno siglo XXI. No vivo ni hablo como indio porque nadie vive así en el Perú. Sería una impostura si dijera que soy un indio moderno, mentiría si dijera que me siento un neo indio. Tampoco soy un aymara cuya lengua materna es el jaqi aru. No tengo necesidad de disfrazarme de cholo, de indio ni de indígena para escribir sesenta seis libros, de los cuales hasta ahora he publicado cincuenta. Además soy adivino en coca, un lector de la suerte en coca, un yatiri moderno, citadino que hace pagos a la pacha mama, así lo demuestra mi libro: Yatiris, adivinos andinos.
Escribo en aymara y por eso menos mal que no me han motejado de indio o indígena, soy un aymara que tuvo la suerte de haber estudiado en la Universidad de San Marcos y vivido, estudiado en París. Haber sido docente primario y secundario, además funcionario del Estado Peruano. Pero mi vocación de escritor estuvo siempre sobre todas las contingencia, avatares, amarguras y alegrías. No me siento frustrado ni estoy amargado. Me siento más bien un aymara universal sin traumas culturales ni personales. De allí que no sea posible emplear el desdichado vocablo indigenista para clasificar inadecuadamente a los escritores más importantes y ojalá que los críticos no repitan conceptos trasnochados, ofensivos y segregacionistas.
Entonces, conmigo acaba el indigenismo y empieza una literatura inscrita en el concepto de la descolonización cultural. Aunque todavía no me han bautizado adecuadamente, yo me siento un escritor aymara, andino, dialéctico y universal. Por eso creo que es necesario revisar de una vez por todas, esa malhadada palabra. Permítaseme decir una vez más que conmigo acaba el indigenismo.
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