martes, 16 de febrero de 2010
FRIEDRICH NIETZSCHE (1844 – 1900)
Gabriel Apaza Mamani
Considerado el más importante filósofo del voluntarismo del siglo XIX, sus reflexiones y críticas van a influir en diversas corrientes filosóficas del siglo XX, que cuestionan el proyecto moderno de la Ilustración.
La filosofía de Nietzsche está íntimamente conectada con la filosofía alemana del siglo XIX, que ha asimilado la tradición filosófica de Occidente, y de la corriente cultural denominada Romanticismo, movimiento cultural que tuvo muchos efectos en Europa y que se manifestó a través del nacionalismo, la preocupación por la tradición y el desarrollo de una identidad cultural.
Nietzsche estuvo influenciado por filósofos como Schopenhauer, del cual estudió su texto El mundo como voluntad y representación; a partir de ello tratará temas como el de la voluntad. Por otro lado, le influyen las ideas de Schelling y Lessing, sobre todo en sus primeros escritos, como El Nacimiento de la tragedia, en el que realiza un estudio de la cultura griega y sus manifestaciones artísticas, como su música y el teatro, vinculando estas investigaciones con la actividad cultural de Alemania del XIX.
Se considera que el pensamiento filosófico de Nietzsche es producto de sus estudios filológicos, que le permitirá conocer la cultura presocrática en sus diferentes aspectos, como el filosófico, teatral, musical y poético, y sobre la base de esta investigación considera que en la cultura griega presocrática hay un espíritu dionisiaco, que se muestra en las festividades y en diversas expresiones culturales. Entre sus obras más importantes tenemos: Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal, Genealogía de la moral y el Anticristo.
A. El concepto de verdad
Para Nietzsche, el anhelo por un mundo mejor ante la miseria de este mundo nos extravía por caminos metafísicos y trascendentalistas, nos hace crear quimeras que solamente sirven para adormecernos y no aceptar la vida tal y como es. La aceptación de trasmundos nos pone el “velo de Maya”, para ver un mundo que no es real.
Para Nietzsche es fundamental tener la franqueza suficiente para decir la verdad, siendo la verdad aquello que va más allá de las concepciones y teorías aceptadas, más allá de lo que dirán o de los que se sienten ofendidos y maltratados por lo que es en concreto el mundo. Pero hay ciertos requisitos para tener esa actitud, requisitos como una madurez suficiente, una autonomía y una capacidad para alejarse de todo aquello que nos embota.
El tener una actitud para decir la verdad, sin miramientos, es producto de un largo proceso de constante estudio y crítica, es como una conversión de vida, dejar de lado lo superficial, lo inmediato para buscar caminos de libertad. Esta actitud que se manifiesta en Nietzsche es típica en la mentalidad moderna; claros ejemplos son Descartes y Kant, quienes sugieren el esfuerzo constante, la dedicación a la investigación y el atreverse a pensar por sí mismos.
B. El espíritu dionisiaco y el espíritu apolíneo
En su texto El origen de la tragedia, Nietzsche propone que la tragedia griega, como la ha desarrollado Esquilo, es producto de la fusión de lo apolíneo y lo dionisiaco. Dionisio es, para Nietzsche, el símbolo del flujo de la vida misma, que rompe todas las barreras e ignora todas las limitaciones. Apolo, por el contrario, es el símbolo de la luz, de la medida y del límite. En ese sentido, la forma apolínea del arte se da cuando se busca cubrir la realidad con un velo estético, y se crea un mundo ideal de forma y belleza; expresión de aquello son las artes épicas y plásticas del mundo griego. En cambio, la forma dionisiaca es la de afirmarse triunfalmente y abrazar la existencia del mundo en toda su oscuridad y horror; expresión de aquello sería la tragedia y la música. Por lo tanto, se deduce que para Nietzsche, lo apolíneo busca esconder la realidad en la belleza y formas simétricas, mientras que lo dionisiaco trata de mostrar la realidad en todas sus expresiones vivas.
En la vida del mundo griego clásico se veía traslucir el espíritu dionisiaco y apolíneo, pues para los griegos Dionisio es la imagen de la fuerza instintiva y de la salud, es ebriedad, creatividad y pasión sensual, es el símbolo de la humanidad en pleno acuerdo con la naturaleza. En los ritos dionisiacos podemos observar que los devotos ebrios pasaban a ser, por así decirlo, uno con la vida, y hombres y mujeres se lanzaban a la corriente de la vida, patentizando la unidad primordial. Apolo, por su parte, representa en la vida de los griegos el principio de individuación. Así la actitud apolínea está expresada en el mundo brillante de la visión de las divinidades olímpicas.
Para Nietzsche, el espíritu dionisiaco es el espíritu de la vida que se contrapone al espíritu apolíneo, que es la mortífera razón, pues mientras que lo apolíneo surge de la huida frente a lo imprevisible de los hechos cotidianos, buscando petrificarla con leyes, reglas e interpretaciones racionales, lo dionisiaco acepta la vida en todos sus formas, en su sinsentido en el caos y el azar.
Para Nietzsche, Dionisio y Apolo son respectivamente símbolos de vida y muerte, fuerza vital y racionalidad, salud y enfermedad, instinto e intelecto, oscuridad y luz, devenir e inmovilidad, ebriedad y sueños.
C. La moral del amo y la moral del esclavo
En su análisis sobre la moral y el proceso histórico de la humanidad, Nietzsche considera que existen dos tipos de moral: la moral del amo y la moral del esclavo. La moral del amo, del señor, del aristócrata, es la moral del más fuerte y poderoso que exalta la individualidad, la personalidad prominente y excelsa. Es la moral que se busca afirmar en la voluntad de vivir y recoge entre sus valores todo aquello que expresa nobleza, arrogancia y altivez.
La moral del esclavo o del débil, del sumiso, es la moral de los incapaces, de los opacados y pusilánimes. Es la moral que realza los valores de la compasión, la bondad, la caridad, la resignación, la obediencia y la renuncia. Para Nietzsche, esta moral es la moral de los cristianos que predican el amor al prójimo, y la renuncia a la vida de en este mundo.
Según Nietzsche, la moral de los esclavos es mala y despreciable. Sólo la moral de los amos es buena y digna, porque esta moral hace una defensa de la vida en su pletórica y más alta condición. La moral de los señores no es tal porque sus valores tengan fuerza, sino porque estos son expresiones de fuerza, de energía, de vida ascendente. A esta moral responde todo aquello que conviene al gesto heroico y magnífico.
D. Crítica al cristianismo
Al principio Nietzsche establece una distinción entre Jesús y el cristianismo. Jesús, para Nietzsche, es un hombre noble, un espíritu libre y luchador, que no se sometió a ninguna autoridad. Además, considera que la insurrección que dirigió Jesús fue una insurrección contra la Iglesia judía, contra los “buenos” y los “justos”, contra los “santos de Israel”, contra la jerarquía social, contra la casta, el privilegio, el orden, lo que le condujo a la cruz; la inscripción puesta en la cruz lo prueba. Murió por sus pecados y no hay razón alguna para pretender, como se ha hecho, que muriese para redimir a los otros.
Para Nietzsche el cristianismo verdadero murió en la cruz con Jesús, y lo que ahora conocemos como cristianismo es una equivocación, una aberración, que niega la naturaleza humana pues considera como pecado todos los valores y los placeres de la tierra; defiende todo lo débil, lo abyecto y fracasado.
El cristianismo se presenta en Europa como la religión del Dios único, el supremo de todos; por este Dios se hicieron innumerables sacrificios, se destruyó u ocultó durante siglos casi todo el legado de la cultura griega y romana, se quemaron templos, se destruyeron centros estudiantiles como la academia platónica, y por donde se expandía el cristianismo se iban opacando y extirpando las costumbres y religiones de los pueblos, a los que se les ponía el nombre de paganos.
Para Nietzsche, el cristianismo tiene un excesivo poder, que le ha permitido organizar e impulsar cruzadas, en las que murieron miles de hombres seducidos por los predicadores de la muerte, que daban su vida por trasmundos que no existen; es una religión de la mentira y la muerte, que siente cólera por toda obra que incite lo terrenal, es una religión que ha matado durante muchos siglos la vivacidad del arte por un arte mortuorio, tétrico, que catequizaba para buscar trasmundos.
E. El concepto de Dios
En el pensamiento de Nietzsche se muestra un ataque al concepto de Dios que hay en Occidente, ya que para nuestro autor es necesario proclamar la muerte de Dios para liberar al hombre de la “enfermedad”, que es Dios. Pero para tener una actitud de liberación hay que haber pasado por estadios, como es la comprensión cabal del asunto, una actitud crítica y la inocencia de sacar los prejuicios con los que vivimos.
La idea de Dios se manifiesta de diferentes formas en el mundo, algunas más concretas y otras más abstractas, siendo éstas últimas las que están más completamente más alejadas del hombre. Las ideas de Dios y de religión en Occidente están vestidas de metafísica y trascendencia, de un rotundo no a la vida, de una búsqueda de santidad que es completamente inhumana y ajena al mundo, y que enferma la naturaleza propia del hombre.
Para Nietzsche, la idea de Dios es un problema porque es una fórmula que ha sido construida en forma encriptada, por ello da miedo, temor, anhelo de descubrir su misterio. Dios no se muestra por sí mismo sino como en un teatro, desde la parte anterior de donde se presentan las imágenes de este mundo. Dios sólo dice “Yo soy el que soy”, pero con ello no se descubre, sino que se oculta; Dios no muestra su verdadero rostro a la humanidad. Y es que no tiene rostro, ya que sus inventores lo hicieron así. Siendo Dios una idea, una manifestación del hombre, ocurre algo paradójico: quien es creado crea y quien crea es creado, de ahí que parezca este mundo de cabeza, en el que lo recto es doblado, y todo lo que en verdad es real, es puro engaño. En un mundo así no es extraño encontrar hombres que proclaman ¡lo creo porque es absurdo!, como dijo Tertuliano, un pensador de la patrística cristiana.
Desde la aparición del hombre, la idea de lo divino ha estado presente. Por Dios y lo sagrado se ha hecho infinidad de templos y sacrificios, pero la idea de Dios no es la misma para todos los hombres. Dios se construye de diversas maneras en las culturas, y parece risible que una idea construida cuestione a otra, o se imponga a otra. De hecho, las supuestas guerras religiosas no las eran por sí mismas, sino que ocultaban intereses económicos y políticos.
Al entender claramente lo que llamamos Dios, entendemos que como toda la creación humana tiene un proceso vital: nace, crece, desarrolla, envejece y muere. Y la muerte de los dioses debe causarnos una risa sincera sobre nosotros mismos, sobre nuestras creaciones que deben ser renovadas o sino causan tedio. Pero nuestra propia creación muchas veces parece verosímil que nos causa temor y miedo. Es el miedo natural de un ser que no acepta la finitud de su ser, que sufre la muerte.
Es risible hallar una concepción de Dios que se imponga a otras concepciones. Risible es también un Dios que por su misma naturaleza de ser, es producto humano, quiera tener supremacía, pero ¿no será la supremacía de los hombres que lo han creado que quieren imponerla para sus propios intereses terrenales? La lucha entre divinidades es sólo la lucha entre ideologías de dominación.
Toda creación tiene sus creadores, quienes la van transformando en la medida de las circunstancias y los nuevos requerimientos. El Dios cristiano ha cambiado de apariencia cuando sale del mundo hebreo e ingresa a Occidente; es un Occidente donde se ha helenizado y se ha convertido en un Dios a la medida de una institución que se ha proclamado heredera del mundo y de la verdad, que es la Iglesia. Pero este diseño, como todo diseño, no es perfecto, así que causa muchas dificultades. El Dios creado es un dios que tiene muchos de los defectos humanos, sus celos, que son más fuertes que los de Otelo. Un amor tan narcisista, que desea que quienes lo amen se olviden de sí. Ese es el dios que cuestiona Nietzsche.
Para Nietzsche el amor de este Dios celoso hace daño si no lo quieres como el busca que lo quieran; si te olvidas de él, te odia, puede hacer tanto daño como a Jonás que fue tragado por una ballena y que se mantuvo allí hasta que él lo quiso; es un Dios castigador e inhumano, que no entiende a quien lo creó, dado que la creación fue a la inversa. Este Dios lanza todo tipo de maldiciones y si fuese tan omnipotente como predican, miraría los corazones de aquellos que ríen de la vida y entendería su inocencia.
Para Nietzsche, este Dios no ha sido diseñado por gentes de amplia inteligencia, ya que en el núcleo de este concepto se observa el pensar de gente resentida que no entiende la naturaleza el mundo y de los hombres; de ahí que este Dios celoso reacciona vulgarmente, sin misericordia, no se da cuenta de que en el amor no pueden caber los celos, dado que los celos matan el amor. Este Dios es tan celoso que prefiere la muerte del amado, antes de darle perdón, como ocurrió con la muerte de una buena parte del pueblo hebrea, cuando Moisés bajó del monte Sinaí trayendo las tablas de la ley, y muchos hombres danzaban y bebían ante un ídolo.
De acuerdo a Nietzsche, para resolver el problema de Dios y la religión, hay que acabar con la metafísica trascendentalista y denunciar al Dios inhumano de Occidente. Para Nietzsche, la religión busca que los hombres esperen un mundo mejor, y no transformen su mundo. Le dice al hombre que obedezca al amo, al burgués que lo explota, que soporte todo, dado que su liberación será en otro mundo esa es la moral de esclavo, que promueve la religión cristiana, una moral de aceptación, de humillación, para que otro gocen y se justifiquen a sí mismos, diciendo que Dios quiere que las cosas sean así.
F. La muerte de Dios
Para Nietzsche, ¿es necesaria la muerte de Dios? Sí es necesaria, no sólo como una cuestión teórica, sino sobre todo por cuestiones prácticas; la vida concreta de los hombres es afectada por esta construcción humana; millones de hombres viven una existencia estática ante el mundo, y no hacen nada pensando en la llegada de un salvador que los saque de esta situación, no sabiendo que esa salvación nunca llegará. Por ello, para Nietzsche sólo cuando Dios haya muerto surgirá un nuevo hombre que le diga sí a la vida, que acepte la vida como un eterno retorno, y acepte la voluntad de poder ser a sí mismo.
Para Nietzsche, el hombre para adorar a Dios se presenta como alguien que es menos que su creador, alguien que debe mostrar humillación. De esa forma el hombre sube por sí mismo a la cruz, para morir como un esclavo para su Dios, para su creación. Dios, por lo tanto, es el ser que enloquece al hombre, es una esquizofrenia que lleva a la locura ya que sólo la locura puede hacer creer en absurdas fábulas. Pero este Dios metafísico tiene que morir, y muere en manos de aquel mismo que lo ha creado, el hombre.
Los que aceptan la muerte de Dios, aceptan la vida, el eterno retorno y la voluntad de poder, dejan la idea del pecado trasmundista y con una nueva moral proclaman el sí a la tierra, pues con esta nueva moral el pecado a la tierra es lo más grave.
G. El superhombre
Comprender y aceptar la muerte de Dios es liberarse de la quimera de la trascendencia, vivir de acuerdo a la naturaleza y aceptar el eterno retorno. Nietzsche hace un llamado al decir que volvamos al sentido de la tierra y rechacemos a los profetas que nos proponen mundos trascendentes, mundos que van más allá de lo real: “El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: ¡El superhombre debe ser el sentido de la tierra! ¡Os insto hermanos a que permanezcáis fieles a la tierra y no creáis a los que hablan de esperanzas supraterrenas! Son envenenadores, conscientes o inconcientes”.
De las cenizas de Dios surge un nuevo hombre, aquél que asume su voluntad de poder, de afirmar la vida y decir no a la muerte, que acepta la vida tal y como es. Asume el eterno retorno y el sentido a la tierra. “Desprecian la vida, llevan dentro de sí el germen de la muerte y ellos mismos están envenenados, la tierra está cansada de ellos. ¡muéranse de una vez!”.
De acuerdo a Nietzsche, la actitud para que llegue el superhombre es tener la suficiente capacidad para comprender lo que es la verdad, y aceptarla, además de tener que ser crítico ante las falsas construcciones que hacen “enfermar” a los hombres. La crítica a estos predicadores de la muerte que se aparecen como mansos corderos debe ser contundente; a la enfermedad hay que atacarla directamente para poder salvar al enfermo.
Liberarnos de lo divino y lo trascendente, luego de haber pasado por todo un proceso en el que en un primer momento asumíamos dogmáticamente todo discurso coherente, sin captar que en él había falacias de paralogismo, y luego asumiendo un actitud más crítica, producto de la investigación y del diálogo, nos permite volver a nosotros mismo, renacer con corazón y mente de niño y bailar ante la liberación. “Es el niño inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que echa a girar espontáneamente, un movimiento inicial, un santo decir ¡sí!”.
El encontrarse consigo mismo es volver a las raíces propias del ser humano, es encontrarse con el dios Dionisio y unirse a sus bacantes y festejar junto a él la alegría de vivir, de gozar de todo aquello que es nuestro verdadero ser, el cuerpo.
Nietzsche afirma categóricamente que todos aquellos que bailan en la vida son los bienamados, son los hombres saludables, son aquellos que promueven la llegada de un nuevo mundo, donde la vieja moral sea olvidada y surja el superhombre. “Amo a los que no buscan en trasmundos un motivo para hundirse y sacrificarse, sino que se sacrifican por la tierra, para que surja en ella el superhombre”.
Pero la llegada del superhombre no es algo que surja por sí sola, no es producto de leyes deterministas; la llegada del superhombre y la reconciliación con la naturaleza es un esfuerzo, una constante lucha y denuncia contra todo aquel que enferma al mundo, es batallar contra la corriente, con la confianza de que luchar vale la pena.
El nuevo hombre acepta la vida tal y como es, con ese retorno de los hechos, asume su voluntad de vivir, su amor a la tierra y afirma que la vida vuelva una y otra vez, porque es esa aceptación está lo bello y la felicidad.
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