domingo, 4 de julio de 2010
Malditas y sagradas escrituras
Por Eloy Jáuregui
Con la injusticia de mi egolatría, escribo esta columna días antes de apadrinar el Nuevo Edificio de la Escuela Académico Profesional de Comunicación Social de la Universidad Nacional del Santa de Chimbote. ¿La razón? Me explicaron porque soy buen periodista y un profesor que tiene escasos enemigos. Lo segundo no creo. Cuando niño, yo creía que los diarios que se exhibían frente a mi casa los producían máquinas y no hombres. Luego, viviendo mi edad del plomo, pasé mi pubertad en medio de tinta, galeras y rumas de periódicos. Ya de joven llegué a la conclusión de que los matutinos eran una maldición para una persona “normal”. Que se trabajaba los domingos de noche, se dormía de día, que el pisco era nuestra vitamina y que si no tenías amantes, no vivías las noticias. Felizmente ya no es así, muchachos.
Un libro, no obstante, me desahuevó. Lo había escrito Víctor Montero en 1976, “Ahí viene la Sonora Matancera”. Nada de lo que había leído antes, se parecía. Yo había ingresado a la Escuela de Periodismo y en aquel tiempo me enamoraba de cualquier cosa que tuviese tetas. El libro de Montero fue más que un descubrimiento, un deslumbramiento. Ya no se escribe así. Fue mi libro de cama más que de cabecera. Texto obligado para los amantes de la música y para las amantes de los amantes.
De estructura axial, se narran los sucesos que ocurren en ese julio de 1957, cuando en su mejor momento la Matancera llega a Lima y desde el aeropuerto de Limatambo hasta el sexto piso del Hotel Bolívar, la multitud de seguidores apenas si los dejan respirar. Historiografía comparada. Aparecen los modales del teniente seductor, así llamaban al presidente Manuel Prado y como un gol de taco de Toto Terry provocaba orgasmos. Se explica porque Anakaona rompía las leyes de la física con un golpe de nalga en el Cine Monumental, mientras se calentaba la Guerra Fría. El Perú ya tenía Miss Universo, Gladis Zénder y el bonito no costaba más de un Sol.
Miento si digo que Montero no fue mi inspirador para que yo construyera un estilo y una devoción. Texto de rigor histórico. Hay pesquisa e inmersión como la entienden los periodistas de raza y no aquellos que dicen ser ‘higiénicos’ y se regodean con la miasma del escándalo. Montero fue intuitivo porque la historia destruye el olvido y con ella su música aun suena en mis orejas erectas. Y cierto, la escritura tiene música. Montero así conducía al mediodía en Radio Libertad el programa “Ritmo y Sabor con la Sonora Matancera” junto al recordado Javier Chávez y otras voces de la radio que crearon un pretexto sonoro para hacernos felices.
Hay música para olvidar o morir y otra solo para vivir, sentenció alguna vez el recordado poeta Cesáreo “Chacho” Martínez apenas apuró el primer vaso de cerveza azul como solía decirle al líquido dorado y espumoso según había aprendido del maestro y también poeta, el chileno Jorge Teillier. Estoy escuchando “Los aretes de la luna” en la voz de Vicentico Valdez en el bus cruzando los arenales de Casma y sé que el periodismo fue creado para dar voz a los que Eduardo Galeano llama “Los nadies”. Y ahora mi nombre está grabado en las flamantes paredes de un edificio que los vientos chimbotanos ojalá lo perpetúen.
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