lunes, 19 de abril de 2010

Alberto Valcárcel: entre la ternura y la poesía coral


Escribe: Feliciano Padilla

El poeta puneño Alberto Valcárcel Acuña nació en Juliaca en 1944 y pertenece a esa estirpe de artistas que se constituyeron y se constituyen en verdaderos hitos de la historia de la cultura puneña y peruana. Él es hijo de Alberto Valcárcel Caballero (hermano del inmortal Teodoro Valcárcel Caballero) y de doña Maruja Acuña Sandionigi, madre ejemplar, que supo cultivar el espíritu sensible de nuestro distinguido poeta. Emparentado directamente con Édgar Valcárcel Arze (maestro apreciado que ahora descansa en la gloria), supo darle a su vida un sello personal y; a su literatura, un estilo particular de reconocida calidad. Como sucede con muchos escritores puneños, él es más conocido en Lima y el extranjero que en su propia tierra. Por esta razón, es imperativo dar a conocer algunos rasgos básicos de su poesía.

En primer lugar, hagamos pesquisas en el ámbito de su poesía coral. Esta poesía, a grosso modo, tiene un tono, nítidamente épico; un ritmo intenso como exige el anclaje de la poesía en escenarios grandiosos configurados por las hazañas de nuestros héroes populares; una cadencia musical notable que motivó, en su oportunidad, que Édgar Valcárcel y Alejandro Núñez Allauca llegaran a musicalizar buena parte de su poesía. Es más, el último artista musicalizó e interpretó en Milán y otras ciudades de Europa varios de sus poemas. Pues, estamos hablando de “Coral a Pedro Vilcapaza”, “Cantar de Sangrar”, “Elogio Coral al Inca Garcilaso” y “Coral Sinfónico a Túpac Amaru”. El doctor César A. Angeles Caballero realizó un estudio sesudo sobre la obra completa de Alberto Valcárcel y, particularmente, sobre su poesía coral.

No obstante ello, quisiéramos agregar que se trata de un género ritual muy antiguo relacionado con la poesía griega, principalmente, con Píndaro y Baquílides. Pues, en efecto, era una poesía interpretada y cantada en ocasiones festivas, en las que se alternaban un conjunto de voces: solistas y corales. Al momento de recitar una poesía coral, los intérpretes debían tener en cuenta la pronunciación y acentuación de las palabras, los silencios, la respiración y el tono de voz. La intención estética de Alberto Valcárcel fue, precisamente, utilizar los coros de voces para la recitación concebida como arte y acompañarla de música adecuada, como en efecto, lo hizo en muchos lugares del país y el extranjero. Es sorprendente como un poeta puneño transportó formas de expresión poéticas desde la antigua Grecia hasta nuestras tierras y nuestra época, para rendir homenaje a los héroes nacionales y, no sólo lo hacía en relación a la utilización de los coros, sino, de la música que debía funcionar como telón de fondo. Actualmente, con la inmersión de tantos elementos de la modernidad en la vida cultural de nuestros pueblos, la poesía coral ha dejado de ser usada. Valcárcel lo sabe, pero, se trata de un poeta impenitente, buscador de formas insólitas de expresión y eso es lo que, finalmente, lo vence sin apelaciones.

La otra vena de su poesía está constituida por la lírica; esa poesía íntima donde el amor, la nostalgia y la ternura brotan exuberantes en sankayos y qantutas como en “Vuelco a Pasos” (1967), “Cantos Extraviados” (1975), “Cantares de Maruja Acuña” (2000) y “Flauta Traversa o Rosalina en Verona” (2005). Tal como lo hiciera en su poesía épica, en esta otra, Valcárcel recurre a formas de expresión no canónicas para los tiempos actuales y, en ello radica su originalidad como propuesta poética. En literatura la originalidad es relativa: “Una forma de expresión o una metáfora, por más conocidas que hayan sido en el pasado, son nuevas en la medida en que los poetas las usan para los requerimientos de su tiempo”. Una vieja metáfora se convierte en nueva cuando el poeta la sabe usar acorde con su experiencia personal y su contexto. Carlos Fuentes dijo alguna vez: “No hay libros originales; un libro, de alguna manera, es hijo de otros libros”. Y Alberto Valcárcel siempre quiso ser singular y ajeno a pertenecer a grupos o tendencias estéticas de moda. Por eso, desde el punto de vista del aparato formal, cuando se lee “Vuelco a Pasos” tenemos la sensación de haber retornado a Boscán o Fray Luis de León; de la misma manera que, luego de leer “Flauta Traversa o Rosalina en Verona”, un texto poético lleno de ternura para ser teatralizado (él lo llama poema escénico), nos pone en relación con Calderón de la Barca o Lope de Vega. Quiero decir, que solo es en el aparato formal y el lenguaje, ya que en el plano del contenido, prevalece la intimidad de un poeta que casi siempre ha vivido asilado en otros pueblos, fuera del terruño, acariciando la idea permanente del retorno a sus raíces.

En “Cantares de Maruja Acuña” la nostalgia y el dolor galopan sobre cada una de sus frases y hacen del texto una obra llena de sentimientos y amor infinito hacia la madre, de remembranzas del hogar y la tierra querida, que habrían de acompañar al poeta en su trajinar por el mundo. Es que Alberto Valcárcel nunca fue sedentario, no radicó jamás en un solo lugar debido a la naturaleza de su trabajo. Como los poetas “malditos”, anduvo casi por todo el territorio, residiendo un tiempo aquí y otro allá, y enfrentando con clase los riesgos de la inseguridad y toda clase de vicisitudes. Viajó al extranjero allá por los noventas y fue delegado cultural del Perú en el viejo continente, donde exhibió su arte exquisito y su puneñismo a toda prueba.

Lamentablemente, la obra de Alberto es poco conocida en Puno; sin embargo, en Lima y otras ciudades, mereció el reconocimiento de muchas instituciones culturales y de la misma comunidad académica. Es así que, “Vuelco a Pasos” y “Cantos Extraviados” han sido editados por el Fondo Editorial de la Biblioteca Nacional del Perú; “Tres Poemas Corales” y “Coral a Túpac Amaru”, por la Universidad Agraria de la Selva; “Breve Selección Poética”, por el Instituto Cultural Peruano Norteamericano; “Suray Surita habla de Teodoro” (una hermosa prosa dedicada íntegramente a develar la vida y obra de su tío Theodoro Valcárcel), por el Instituto Nacional de Cultura; “Poemas Corales”, por la Comisión de Cultura de la Municipalidad de Lima Metropolitana y; “Cantares de Maruja Acuña”, por la Biblioteca Nacional del Perú. Por si faltara alguna distinción más, el 2007, la Universidad Alas Peruanas, a través de su Fondo Editorial, publicó su antología completa como un homenaje a su carrera literaria, con el título de “Alberto Valcárcel: prosa y Poesía (1967-2006)”. Esta última obra es un libro de más de 500 páginas y de magnífica impresión. Pienso que, de esta manera, se ha hecho justicia con un gran poeta de la generación del sesenta, donde se ubican José Luis Ayala, Omar Aramayo, Serapio Salinas, Jorge Flórez-Áybar, Percy Zaga, Gloria Mendoza. ¡Ah!, me olvidaba, en el año 2009, la Asociación Cultural Brisas del Titicaca, lo distinguió con el Cóndor de Oro de la Cultura Puneña.
A propósito de justicias e injusticias, reconozco (me avergüenzo de ello) la ligereza que cometí al no incluirlo en mi “Antología Comentada de la Literatura Puneña”. Debo confesar que fue más por desidia que por falta de aprecio, ya que en el momento de hacer la selección no tenía materiales suyos en mi biblioteca y todo intento de conseguirlos fue inútil en aquella época de recolección y procesamiento de datos. Sin embargo, no ha variado en mí la impresión que siempre tuve de él: un poeta afectuoso, un caballero de maneras finas, un amigo de veras y un viajero empedernido, listo siempre a surcar los mares. Ahora mismo que, quizá esté leyendo este suelto periodístico, debe estar descansando de la fatiga de algún viaje o disponiéndose a alzar vuelo para dirigirse a otros pueblos. Pues bien, Alberto Valcárcel, apreciado poeta, si acaso estuvieras por partir rumbo a tierras de ultramar llévate mi corazón y mi decisión de volvernos a encontrar en algún lugar, más temprano que tarde; llévate el cariño de tu Puno querido como estandarte prendido a la proa de tu velero blanco.

Al concluir este artículo, me despido de ti con las palabras de tu madre, doña Maruja Acuña Sandionigi: “No tomes las cosas a la tremenda. Respira hondo, piensa en los que te aman y en los que te necesitan, y resuelve con tus manos amorosas lo que día a día agobia a la sociedad y a tu propia naturaleza. Tu fuerza interior -ya lo has demostrado- hará el resto” (en Flauta Traversa o Rosalina en Verona; 2006:62). ¡Hasta la vista, hermano! ¡Tupananchikkama wayqichay!

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