viernes, 30 de julio de 2010
La peruanidad desde nuestra cultura viva
Evidencias Lingüístico–Históricas del Jaqi-Aru Como Lengua de la Cultura Wari
Escribe: Justino Llanque Chana
“Los andinos no son originarios de la India. Si los llamados expertos de ciencias sociales continúan con el error histórico de Colón están equivocados y desacreditan a la llamada ciencia. La ciencia en sí, verifica, coteja, examina, las realidades en su contexto y rectifica las falsedades. El flagrante error fue para el confundido Colón y no puede oficializar las ciencias sociales esa falsedad, a no ser que promuevan ignorancia y falsedades. Ya basta mencionar a otro error garrafal de los invasores de llamar a nuestro país con un vocablo caribe, sobre este asunto el historiador Raúl Porras Barrenechea protestó y lo puso en evidencia y ningún experto salió a la palestra. De igual modo ocurrió con nuestra región, su nombre fue fabricado por los extranjeros de la era colonial, las mayorías subyugadas no tuvieron ni voz ni voto para reclamar el verdadero nombre de su región, ni de su patria, ni de su lengua, ni menos del continente.” Diario Los Andes, Carta al Director (opinión): Puno, 20 de Enero, 2009
Justino Llanque Chana
El objetivo del presente estudio es analizar las evidencias lingüístico-históricas del Jaqi-Aru como lengua de la cultura Wari. Este estudio, a su vez, contribuye a delinear la evolución cultural andina, ubicando a la cultura Wari en el mapa geográfico e histórico del mundo andino.
Antes de la llegada de los españoles, en 1532, la región de los Andes estaba dominada lingüísticamente por lenguas mayores como Qhichua (Runa Simi), Aymara (Jaqi-aru) y Puquina. Estas lenguas eran los medios de comunicación más divulgados, inclusive antes del advenimiento del Imperio Inca (Torero 1974). Según las investigaciones lingüísticas de M. J. Hardman (2001), las lenguas de la familia Jaqi aru dominaron en los Andes entre los años 400 hasta 800 de nuestra era. Incluimos los siguientes datos cronológicos en este estudio para ubicar y resaltar la identidad lingüística de la cultura Wari, debido a las ligazones históricas de la lengua Aymara con esa cultura.
En general, los historiadores, lingüistas y arqueólogos apuntan sobre este tema en la misma dirección; es decir, que la cultura Wari se desarrolló entre 600 y 1200 DC y que tenía por lengua una de las variedades de la familia Jaqi aru. Es de notar que en la actualidad los nativos hablantes aún designan a su lengua como Jaqi-aru en vez de Aymara. Entre los investigadores, tenemos a los arqueólogos peruanos Julio C. Tello y Mejía Xesspe, quienes tenían conocimiento de esas lenguas. Otros investigadores también indican que la existencia actual de las lenguas Jaqi-aru verifica dichas aseveraciones; entre ellos tenemos el arqueólogo alemán Max Uhle, la etnohistoriadora Helaine Silverman, la lingüista M.J. Hardman y el arqueólogo Mike Moseley.
Sin embargo, el etnohistoriador Gary Urton es quién revela con documentos históricos mayores detalles sobre la cultura Wari. En el Archivo de la Nación (Lima), Urton encontró la Visita de Acari (1593) donde se incluyen los títulos del valle de Nasca, memorias de compra y venta, entre otros. En estos documentos consta que la propiedad de esas tierras era dual a la manera tradicional andina. Los curacas principales Don García Nanasca y Don Francisco Ilimanga eran herederos y propietarios tradicionales del valle de Nasca (Urton 1990). Urton descifra también muchos datos históricos del valle de Nasca, tales como la organización social del valle, los nombres geográficos o topónimos y en especial los nombres patronímicos (genealogía). En este aspecto el documento especifica los ayllus (comunidades) con topónimos y patronímicos Jaqi-aru que hoy se usan regularmente, tales como: Jaqui (Jaqi), del ayllu Hakari (Jaqiri), del ayllu Atiquipa, Atico, Collana, Chapara, Molloguaca, Caraville, Ocoña, Tirita, Acopana, Canta, Poromas, Collao, Samancaya, Humana, Achacone, etc. Estos denominativos también servían como nombres geográficos y a su vez como nombres genealógicos, como se usan actualmente. Además, el documento presenta una lista patronímica que especifica a cada individuo por su nombre, tales como: Martín Lucana Chana, Diego Pacari, Domingo Llallichana, Francisco Sulca, Juan Bilca, Marcos Umasi, Pablo Nanacsalla, Catalina Uricuzi, Francisco Jaymalla, entre otros (Urton 1990).
Para nuestro estudio, estos documentos y datos históricos son de suma importancia porque demuestran con autenticidad que la cultura Wari tenía como lengua una de las variedades de la familia Jaqi aru de la cual el Aymara de hoy es una variedad mayor. Especialmente si nos enfocamos en el contexto lingüístico se constata que en el topónimo/patronímico Nanasca ha ocurrido un metástesis lingüístico (inversión de sílabas)1 que viene a ser el vocablo Nanaksa de la familia Jaqi-aru en el Aymara de hoy.
Al examinar la semántica del patronímico Nanaksa (Nanasca) con la caída de la primera sílaba [na] resulta ser el nombre del valle de Nasca actual; pero la semántica original de Nanaksa (Nanasca) permanece: nuestra tierra, nuestra parte, nuestra propiedad y que pertenece a nuestro ayllu (comunidad). El análisis morfológico de Nanaksa [na/nak/sa] nos presenta lo siguiente:
• la primera sílaba [na] es alomorfo o variación del pronombre Naya que significa “yo y los míos”
• la sílaba {-nak} es el morfema [-nak(a)] sin la vocal final y que indica plural
• el sufijo [-sa], marca el demostrativo/posesivo que significa “de nosotros”
Por otra parte, el nombre Jaqui (Jaqi) es un denominativo Aymara que significa humano. Este vocablo del documento de la visita de Acari es más impactante para nuestro propósito porque además de ser nombre de lugar es patronímico de muchas comunidades (ayllus) andinas de hoy. Este topónimo también lo encontramos actualmente en el departamento de Arequipa, en la provincia de Caraveli (Qarawilli), distrito de Jaqui (Jaqi); y también en el departamento de Apurimac, en la provincia de Cotabambas (Qutapampa), distrito de Haquira (Jaqi/ra).
Asimismo, encontramos este topónimo en la provincia de Anta, departamento de Cusco, como es el caso de Jaquijahuana (Jaqi/qhawa/ña) donde se libró la famosa guerra civil entre los conquistadores. Actualmente, estos patronímicos Wari siguen siendo usados como apellidos, tales como: Jaqi (Humano), y sus derivaciones Jaquiwa, Jaquini, Jaquima, etc. Otro patronímico es el vocablo Aru (lengua) que existe en Aymara de hoy con sus derivaciones Aruni, Arusquipa, Arucutipa, Aruntani, etc. También encontramos el término compuesto Jaqaru (Jaqi aru) que significa lengua humana y tiene como derivaciones: Jaqaru, Jaqaruni, Jaqarusi, etc. Como se ha indicado anteriormente, estos topónimos/patronímicos actualmente están dispersados por todos los territorios por donde se desarrolló la cultura Wari. Los ejemplos que anotamos aquí han sido refonemizados en algunos ejemplos porque sufrieron transliteración a través de la historia.
Los documentos de La Visita de Atico, La Visita de Arequipa y La Visita de Caraveli en 1549 (Galdos-Rodriguez 1976) entre otros, nos demuestran incuestionablemente la realidad social y lingüística de estas regiones en aquella época. Particularmente La Visita de Acari en 1593 (Urton 1990) verifica que los valles eran organizados como ayllus (comunidades) que tenían conexiones interdependientes con grupos étnicos de Lucanas y Aimaraes específicamente. Además, estas conexiones eran de nivel político y social con otras poblaciones de los Andes centrales. Más al sur, el Reino Lupaqa estaba organizado de la misma manera. Aquí el vocablo Aymaraes, que está castellanizado con la sílaba final {es}, tiene mucha importancia histórica porque se refiere a lugares geográficos y por su relación con el origen del nombre de la lengua que estamos estudiando. Los datos históricos y los diccionarios de la época nos indican que el término Jayma es definido como trabajo u obra ejecutada en beneficio comunal, para provecho de la comunidad (ayllu) en general. Además, este vocablo Jayma actualmente se usa como el nombre de la lengua (Aymara) agregándose con el sufijo distributivo/plural de [-ra], como el caso de waylla/ra (waylla en serie). Anoto aquí que la pérdida de la consonante velar fricativo inicial [j] es común en la lengua Aymara de hoy (Ayma en vez de Jayma) por la influencia de castellano.2 El sufijo [-ra] denota el morfema distributivo y plural en serie. En este sentido, interpretamos que los pobladores de la región de Aymaraes originalmente eran pobladores dedicados a trabajos en tierras comunales, en beneficio de toda la comunidad, como la construcción de puentes, caminos, canales de irrigación, viviendas, templos, etc., característica cultural del imperio Wari como nos revelan los documentos históricos ya mencionados. Precisamente verificamos estos topónimos en las provincias de Aymaraes, Apurímac, y al borde del río Mala (Aymara) en la provincia de Cañete, Lima, en los territorios del Wari antiguo.
Los cronistas, testigos que siguieron de cerca los acontecimientos de la época de la conquista, nos han dejado documentos fehacientes en relación al Aymara. Entre ellos tenemos a Polo de Ondegardo (Llanque 1974) quien usa por primera vez el término Aymara refiriéndose a la lengua en 1559. También lo hace el cronista Antonio Vásquez de Espinosa en 1630 refiriéndose a ella como segunda lengua principal de los andes centrales (Llanque 1974). Pero el eminente jesuita Ludovico Bertonio es quien describe con abundantes detalles la lengua Aymara (Jaqi aru). Su obra Vocabulario de Lengua Aymara impresa en Juli en 1612 es un documento histórico en el que el autor elabora una lista de nombres de regiones de la lengua Aymara (Jaqi aru) entre los periodos antes y después de la conquista española. En su dedicatoria, el autor menciona que la nación Aymara estaba conformada de diversas provincias como: Canas, Canchis, Pacajes, Carancas, Quillaguas, Charkas, etc. En el caso de las provincias peruanas de Canas y Canchis, a pesar de ser de origen de habla Jaqi aru, ésta fue desplazada por la lengua Qhichua (Runa-simi) en los últimos siglos de periodo colonial. Por otro lado, el jesuita Bertonio especifica las lenguas como Aru, o sea lengua o habla; así dice “Castilla Aru, Roma Aruni” (Bertonio 1612 [facsímile 1984]).
Las visitas coloniales son otros documentos que aclaran muchas dudas sobre este periodo histórico. En especial, las visitas de Chucuito, Huánuco, Acarí, Ica y Arequipa son para nuestro estudio de gran importancia porque por medio de ellas podemos interpretar la situación socio-económica, cultural y lingüística, durante el último periodo Inca y las primeras décadas de la conquista. En este sentido, tenemos al etnohistoriador John V. Murra, quien interpreta el documento La Visita Hecha a la Provincia de Chucuito por Garci Diez de San Miguiel en el año 1567 (Murra 1975). En su obra, Murra describe el control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las sociedades andinas; específicamente sobre la economía pastoril, de los tejidos, la agricultura, y las autoridades étnicas tradicionales de aquel tiempo. También, Murra comenta sobre otro documento El Padrón de los Mil Indios Ricos de la Provincia de Chucuito en el año 1574 hecho por Frey Pedro Gutierrez Flores. Estos documentos evidencian la interconexión de los valles costeros y las sociedades alto-andinas, para aprovechar al máximo los recursos naturales, tales como agua, tierra y alimentos. Estos documentos demuestran también interdependencia entre las diferentes regiones andinas como son los valles de la costa del Pacífico y las regiones de la ceja de la selva con las sociedades alto-andinas.
Evidentemente aquí tenemos las pruebas históricas de las tradiciones sociopolíticas de la cultura Wari, que fueron los mejores exponentes de la armonía político, social, ambiental y económica andina. En términos lingüísticos, esta armonía también tuvo lugar desde tiempos del horizonte medio de la cronología andina hasta el advenimiento de la sociedad Inca, como lo anota el arqueólogo Mike Moseley (2001). Para nuestro propósito, el documento histórico de La Visita de Chucuito de 1564 nos ha verificado que estos reinos fueron – y todavía son – de habla Aymara (Jaqi aru). En este mismo territorio (Chucuito, Juli) se escribió la primera gramática y vocabulario de la lengua Aymara por Bertonio en 1612. Además, los cronistas nativos también revelan el panorama sociolingüístico de aquellos tiempos. Entre ellos tenemos a los cronistas Guaman Poma de Ayala y Santa Cruz Pachacuti Yamqui Sallcamayhua, entre fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII. Guaman Poma, en su crónica Nueva Coronica y Buen Gobierno (Urbano y Sánchez 1992) incluye textos Qhichua, Aymara y Castellano.
Estos textos narran en detalle las actividades de los colonizadores españoles entre los pobladores andinos subyugados. Para la elaboración de este documento, Guaman Poma recorrió por muchos años todos los pueblos andinos como intérprete y llegó hasta Potosí (hoy en Bolivia) en su peregrinaje. Guaman Poma era producto de aquel tiempo histórico donde las lenguas se intersectaban armónicamente y, por eso, no era ajeno a esa realidad lingüística en la cual él mismo resultó ser hablante de tres lenguas: Qhichua, Aymara y Español (Ferrel 1996). Los escritos del cronista claramente nos indican que las actuales provincias de Lucanas, Parinacochas, Coracora y los departamentos actuales de Ayacucho y Apurímac eran de habla Jaqi aru. El lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino también verifica que las regiones de Ayacucho, Cusco, Apurímac y otros, eran todavía territorios de lengua Aymara hacia los fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII (Cerrón-Palomino 1998).
Otro cronista andino, Santa Cruz Pachacuti Yamqui Sallcamaygua, confiesa ser de “Anan y Urin Guaygua de Canas y Canchis de Orcusuyos” (actual provincia de Urcos del departamento de Cusco). Este territorio pertenecía a la región de Collasuyo de habla Aymara como lo testifica el jesuita Bertonio en su dedicatoria del Vocabulario de la Lengua Aymara en 1612. Pachacuti Yamqui Sallcamaygua es todavía Aymara hablante, en el siglo XVI, cuando la lengua Qhichua (Runa Simi) empieza a difundirse (a causa de los conquista española) y comienza a desplazar el Aymara (Jaqi aru) entre los siglos XVI y XVII aproximadamente (Torero 1974). Este mismo cronista es quien dibuja el templo de Coricancha en su obra Historia de los Incas, la que anónimamente fue titulada Relación de Antiguidades Desde Reyno del Peru (Urbano 1992); en su obra expone imágenes abundantemente representativas de las culturas y religiones andinas y lenguas (Qhichua, Aymara y castellano).
Finalmente, contamos con otra evidencia histórica que el Aymara (Jaqi-aru) se hablaba en los andes centrales y hasta en cortes incaicas al examinar el Cantar de los Incas del Cusco recogido por el cronista Juan de Betanzos (1551). Este cantar también es titulado como El Cantar de Inca Yupanqui y La Lengua Secreta de Los Incas. Este documento había sido explicado e interpretado por varios autores sin mucho éxito. Posteriormente ha sido analizado minuciosamente por el lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino, quien lo explica fonológica y morfológicamente y lo ubica en el contexto histórico y social de la época.
Después de revisar la estructura morfológica, fonológica y semántica de las lenguas Qhichua y Puquina, Cerrón-Palomino determina que El Cantar del Inca Yupanqui y La Lengua Secreta de Los Incas habría sido una variedad del actual Aymara, con trazos Puquinas. A continuación presentamos el texto del cantar analizado (Cerrón-Palomino 1998).
El autor hace énfasis en que la lengua Aymara es una lengua pan-andina y pre-Qhichua en los Andes centrales de los siglos XVI y XVII y además agrega que dicho texto es de perfecto cuño Aymara, como se descubre al desatar su estructura lingüística. Inclusive agrega que el topónimo Qosqo (Qusqu) (hoy Cusco) es de raíz Aymara. Como se ha mencionado anteriormente, la lengua Aymara (Jaqi aru) dominaba todavía los Andes centrales en los siglos XVI y comienzos del siglo XVII para luego ceder su predominancia al Qhichua. Es recién con el penúltimo Inca, Wayna Cápac, que el Qhichua pasaría a ser la lengua administrativa del imperio Inca. De este modo, los Incas antiguos tenían una variedad de la lengua Jaqi-aru como vehículo de la administración oficial en los periodos iniciales del imperio, como indican los documentos.
Hasta aquí hemos podido presentar y demostrar con pruebas fehacientes que la lengua Aymara (Jaqi aru) ha jugado un papel importante en la historia general de los Andes. Hoy, después de más de cinco siglos de perseverancia lingüística, aún sobreviven otras lenguas de esta misma familia lingüística como es el Kawki y el Jaqaru (Jaqi-aru). Estas lenguas son habladas actualmente en la provincia de Yauyos, departamento de Lima, que sin duda estuvieron conectadas en el periodo del Imperio Wari. Estas lenguas son importantes legados culturales de los antepasados andinos y testimonios vivos de la identidad cultural andina.
A pesar de las fuerzas foráneas y alienantes que se cernieron sobre la consciencia cultural de sus hablantes durante muchos siglos, actualmente el Aymara es todavía la lengua de alrededor de tres millones de habitantes repartidos entre las repúblicas de Chile, Bolivia y Perú. Las campañas de escolarización, alfabetización, castellanización y catequización han sido los instrumentos más perjudiciales para la conservación de las lenguas andinas. Por ejemplo, hoy tenemos al Kawki y el Jaqaru en vías de extinción. En este sentido, los programas y proyectos de educación han sido instrumentos de destrucción lingüística y cultural de sus hablantes, ejercidos desde las instituciones oficiales como las escuelas, colegios, núcleos escolares campesinos, etc. Estas instituciones oficiales generaron la alineación cultural, lingüística y social en todos los ámbitos de la vida andina.
Los expertos en esta materia han vertido sus opiniones sobre este problema socio-cultural y lingüístico. La verdadera educación hace consciente de su realidad a los miembros de la comunidad y compromete a dignificar sus valores culturales, generando una mentalidad de personas seguras de sus tradiciones y de todo su acervo cultural, con una visión integral y coherente de su región, del país y del mundo (INIDE 1972).
Las políticas educativas en los países andinos siempre se han orientado a la erradicación de las lenguas y culturas nativas, justificando tales políticas en pro de la unidad nacional. Sin duda, los siglos de colonización, explotación, subyugación y discriminación han sido los peores periodos para las lenguas y culturas nativas. Frente a esta realidad, estos pueblos han optado por la convivencia pacífica, aceptando las imposiciones foráneas y arbitrarias para sobrevivir cultural y lingüísticamente hasta nuestros días. Frente a la encrucijada que atraviesan las lenguas y culturas andinas, sus líderes a propósito ya se han manifestado a través de la historia por la reivindicación cultural y social como una nación consciente y orgullosa de sus valores culturales andinos.
Las rebeliones de Tupak Amaru y de Tupak Katari del siglo XVIII y los levantamientos Aymaras en el siglo XIX en los pueblos andinos de Wanchu-Huancane, Willkas, Pumata, Quiñuani y Llallagua son manifestaciones latentes en una y otra época, reclamando su liberación, derechos, y justicia para participar y alcanzar su definitiva redención con el fin de autodeterminarse como nación.
En la actualidad, los proyectos de promociones sociales, los planes y programas de educación bilingües no toman en cuenta las características culturales, lingüísticas y sociales de las naciones nativas que conforman las sociedades andinas. Los movimientos sociales y políticos que conmueven los países andinos en los últimos tiempos son manifestaciones de clamor para recuperar y reivindicar sus valores culturales que han sido extirpados y destruidos.
Las políticas integracionistas de los gobiernos del pasado han llevado al fracaso los programas de castellanización, catequización y modernización, cuyos resultados son y fueron: alienación, domesticación e indoctrinación, en desmedro de las culturas y lenguas nativas de los Andes en particular. La postración y discriminación de las culturas nativas se deben a la ignorancia supina por parte de los gobiernos de turno que implementaron los programas de exclusión y discriminación a las poblaciones nativas andinas.
Al respecto ya denunció un líder andino, M. Ch’ila, que el fruto de la Castellanización y colonización, ha violado todos los derechos humanos existidos y por existir. Por esta razón, denunció este líder andino que los programas mencionados son: “antihumanos, antihistóricos y antipatrióticos,” (Grondín 1970).
A pesar de la resistencia de los grupos que profesan el racismo y exclusión, hay gobiernos andinos conscientes de las realidades socioculturales y lingüísticas. Estos gobiernos ya han lanzado planes y programas educativos para solucionar algunos de los problemas más urgentes. Uno de esos programas es la educación bilingüe e intercultural en ambientes donde las lenguas nativas siguen siendo usadas. Estos programas, sin duda, facilitarán la promoción, preservación y desarrollo de las lenguas en muchos casos de las mayorías.
En el Perú, las poblaciones Aymara hablantes han reivindicado su identidad cultural a nivel de los municipios provinciales y distritales. Después de las elecciones municipales de 2006, se han declarado como bilingües, oficializando el Aymara, además del castellano. En particular, los municipios provinciales de Chucuito, Collao y el municipio distrital de Ácora han declarado el Aymara como lengua oficial de sus jurisdicciones. De esta manera, están recuperando el significado de sus valores culturales ancestrales, de acuerdo con la realidad cultural y lingüística de sus territorios.
El país andino de Bolivia ha emprendido planes y programas bilingües que han producido cambios profundos para los pueblos Aymaras, Qhichuas, y Guaranies. El ministro de educación de Bolivia ha anunciado a través de los medios de comunicación en el mes de enero de 2007 que tienen programado el desarrollo dinámico de las lenguas nativas como parte de un programa de descolonización a nivel nacional. Por otro lado, el funcionario Aymara, Donato Gómez, agrega: “Estamos luchando por los derechos legítimos, en este caso la identidad cultural” (Radio Patria-nueva 2007). Recientemente, el actual presidente de Bolivia, Evo Morales, ha anunciado que se crearan universidades dedicadas al estudio de las culturas andinas, incluyendo, con parte de ello, el estudio de las lenguas Aymara, Qhichua, y GuaranÍ.
En este contexto social e histórico, auguramos que la tecnología informativa y otras disciplinas sociales también facilitaran la promoción, preservación y desarrollo de este patrimonio cultural tan rico en la historia social y lingüística andina y, por ende, reivindicará el clamor de una identidad cultural y lingüística Aymara que fue postergada durante siglos de subyugación y discriminación social.
Referencias
Bauer, Brian S., 2004: Ancient Cuzco : Heartland of the Inca, en Joe R. and Teresa Lozano Long Series in Latin American and Latino Art and Culture. Austin:University of Texas Press.
Bertonio, Ludovico, 1984 (facsímile de original publicado en 1612): Vocabulario de la lengua aymara, en Serie Documentos Históricos, no. 1. Cochabamba, Bolivia: Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social.
Cerrón-Palomino, Rodolfo, 1998: El Cantar de Inca Yupanqui y la Lengua Secreta de los Andes, Revista Andina: v. 16, no.2. Cusco, Perú: Centro de Estudios Rurales Andinos ‘Bartolomé de Las Casas.’
D’Altroy, Terence N., 2002: The Incas, Malden, Mass.: Blackwell Publishers.
Ferrel, Marco A, 1996: Textos Aimaras en Guaman Poma, Revista Andina: vol. 14, no.2. Cusco, Perú: Centro de Estudios Rurales Andinos ‘Bartolomé de Las Casas.’
Galdos Rodrigues, Guillermo, 1976, Visita a Atico y Caraveli (1549), Revista del Archivo General de la Nación, v. 4/5. Instituto Nacional de Cultura: Lima, Perú.
Grondín, Marcelo, 1970: Nación Aymara, Oruro, Bolivia: INDICEP editores.
Hardman, M.J., 2001: Aymara, LINCOM Studies in Native American Linguistics: monograph no. 35. Munchen: LINCOM Europa.
INIDE (Instituto Nacional de Investigaciones para el Desarrollo Educativo), 1972: Revista del Maestro Peruano, Educación, Suplemento no. 4.
Llanque Chana, Justino, 1974: “Educación y Lengua Aymara,” tesis, Normal Superior de Varones, ‘San Juan Bosco’, Salcedo, Perú.
Lumbreras, Luis Guillermo, 2000: Las formas históricas del Perú, IFEA (Institut francais d'etudes andines), editores (Colección Alasitas). Lima, Peru.
Lumbreras, Luis Guillermo, 2006: Peru: Art from the Chavin to the Incas. Edited by Patrick Lemasson, Milan: Skira; London: Thames & Hudson (distributors).
Moseley, Michael E., 2001, Rev.: The Incas and their ancestors: the Archaeology of Peru. London and New York: Thames & Hudson.
Murra, John, 1975: Formaciones económicas y políticas. Instituto de Estudios Peruanos: Lima, Perú.
Silverman, Helaine, and Proulx, Donald, 2002: The Nasca, The Peoples of America series. Oxford: Blackwell.
Torero, Alfredo, 1974: El Qhichua y la Historia Social Andina, Lima: Universidad Ricardo Palma.
Urbano, Enrique y Sánchez, Ana, eds., 1992: Antigüedades del Perú, Historia No. 16. Madrid: Crónicas de América; Serie 70.
Urton, Gary, 1990, Chapter IV, “Andean Social Organization and the Maintenance of the Nazca Lines,” in The Lines of Nazca, Memoirs of the American Philosophical Society, no. 0065-9738, v. 183, Anthony Aveni, editor. Philadelphia: American Philosophical Society.
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1 Metástesis (cambio de sílabas) como en el caso de ch’ullu versus lluch’u y tarwi versus tawri.
2 Evidenciamos la pérdida de consonante inicial jota velar [j] con otros ejemplos Aymara de hoy: ayu en vez de Jayu (sal); Amachi en vez de Jamachi (pájaro); y Ilave en vez de Jilawi (lugar del hermano mayor [jilaqata], en contraste con sullkawi (lugar del hermano menor).
SOBRE EL AUTOR
Justino Llanque Chana nació en la villa de Suqa-Acora en el Perú. Realizó estudios en la Universidad Nacional del Cusco y Normal San Juan Bosco de Salcedo, ambos en Perú. Hizo estudios graduados en los EE.UU. en Antropología Lingüística y bibliotecología en la University of Florida y Florida State University, respectivamente. También, hizo estudios graduados en administración educativa en Andrews University en Berrien Springs, Michigan. Es miembro de la Academia Peruana de la Lengua Aymara (APLA), institución que promueve el desarrollo de la literatura Aymara y la concientización de la identidad Andina.
J. Llanque ha participado como especialista en la enseñanza de la lingüística Aymara desde enero de 1976. Actualmente, labora en la colección Latinoamericana de la University of Florida, forma parte del equipo de Proyecto Aymara que ofrece la enseñanza de la lengua en el Internet y continúa con las investigaciones lingüísticas y antropológicas para producir materiales en el área de lingüística histórica Aymara.
Más sobre el Proyecto Aymara
En la 56th Conferencia Anual del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Florida, EE.UU., 14-15 febrero de 2007, se hizo el anuncio acerca de un programa de la lengua Aymara en el Internet, con el título de: “La Importancia de la Lengua Aymara en el Internet”
miércoles, 21 de julio de 2010
Presentan poemario “Las Pálidas Palomas” en Puno
PUNO. Del autor Edmundo Castillo Zaga
Escribe: Los Andes
“Las Pálidas Palomas” es la denominación del poemario escrito por Edmundo Castillo Zaga, natural de la provincia de Chuchito – Juli. La obra se la dedicó a la población andina.
Señaló que su poesía ha sido antología mundial de 44 poetas de Luis Minguez “Orejanilla” publicada en España en el año 1981, además de Luis Felipe Soares, César Vallejo, entre otros.
Según el autor, “Las Pálidas Palomas”, constituyen un discurso poético, que puede ser reprochable por los lectores y críticos literarios. Además, este poemario no es un proyecto fantasioso para cristalizar ilusiones; sino una realidad, pues es evidente decir, que las mujeres son palomas mensajeras de la paz, metafóricamente.
Mencionó que “Las Pálidas Palomas”, ha sido publicada a través de un mimeógrafo artesanal, pero ahora está publicando la primera versión real que consta de 30 páginas, escrita en las localidades de Platería y Juli (Puno) y en la región Tacna.
Dijo que la publicación del poemario ya entró a la venta en Bolivia, pues en el Perú se realizará a partir de los próximos meses y el costo es de dos nuevos soles que se realizará en las ciudades principales. (KCH)
domingo, 11 de julio de 2010
Erotismo y humor en las narraciones de Luis Gallegos
Escribe: Jorge Flórez Áybar
A Luis Gallegos lo conocí en la década del 70, aún era un escritor en ciernes. Una mañana cuando me hallaba sentado en el sillón del Dr. Samuel Frisancho Pineda, a quien reemplacé en la dirección del periódico Los Andes por un corto periodo, ingresó Luis Gallegos tímidamente a mi despacho con un artículo que deseaba que se publicara. Le hice una observación y la aceptó. El artículo salió ese mismo día. Y Luis Gallegos desapareció durante una semana. Al término de esa ausencia me confesó que se había escondido y que pasó los siete días atisbando las calles desde las ventanas y azotea de su casa. Era su primer artículo en Los Andes. Pensó que todo el mundo iba a comentar sobre el contenido del susodicho artículo. Al término de su encierro caminó por calles, avenidas y plazas, se encontró con amigos, pero nadie le comentó nada de nada. Ese primer encuentro en el diario Los Andes marcaría para siempre nuestra aventura literaria. Su genialidad para abordar los temas de la región, su fogosidad temperamental y la intensidad de su espíritu aymara hicieron de él un gran escritor.
Nuestra primera aventura fue el periodismo. La revista Titikaka fue nuestra trinchera literaria. Sus páginas convocaron a escritores del país: Ernesto More, José Tamayo Herrera, Ricardo Arbulú Vargas, Estuardo Núñez, Enrique Cuentas Ormachea, Omar Aramayo, Juan José Vega, Gustavo Pérez Ocampo, Augusto Ramos Zambrano, Serapio Salinas, Antonio Rengifo entre otros, animaron la circulación de nuestro vocero. Fue un primer ensayo periodístico. Nuestro ejercicio escritural no estuvo al margen de la bohemia. Nos perdimos innumerables noches de luna en su departamento, o en la casa de Leoncio Flores Valdez, hasta en un parque solitario de la ciudad. A veces nos acompañaba el poeta Alberto Cáceres Gómez o la música de Vicente Achata Vargas o la guitarra (tenía la forma de una calavera) de Andrés-Pupa Dávila. Un día, cuando creímos que la gloria estaba a nuestros pies, nos fuimos a la Ciudad de los Vientos. Nos recibió el poeta José Parada Manrique en su domicilio, le entregamos un número más de Titikaka, se entusiasmó tanto que nos llevó a los kioscos para que allí pudiera no solo exhibirse sino venderse. Aunque Uds. No lo crean ningún kiosco aceptó nuestra revista. El entusiasmo se derrumbó al desandar nuestros pasos. El primer trago que ingresó por nuestras gargantas fue el más amargo. Cuando las sombras de la noche cayeron en la ciudad nos fuimos a la plaza de armas, instintivamente, amontonamos las revistas e hicimos la más grande de las fogatas. El vino, los versos y los discursos fueron el ingrediente de nuestra euforia. Solo recuerdo que amenazamos que nunca más llevaríamos una revista literaria a la Ciudad de los Vientos y que más bien, les venderíamos piedras sobre piedras para que sigan construyendo su ciudad.
El año 1983, Luis Gallegos publicó su primer libro, Dicen que nos van a dar tierras. Cuando leo el título de sus cuentos percibo no solo el chasquido de su sonrisa socarrona sino la intención burlona, a veces teñida de humor negro, que nos hace dudar del mensaje: Dicen que nos van a dar tierras. El término Dicen connota eso y mucho más. Se burla de los políticos: de sus promesas, de sus mentiras, de su acoso sexual, de la corrupción. Pablo Ojeda, en el colofón del libro, expresa: Con fuerza y con entereza, Luis Gallegos retrata críticamente cómo es que los comuneros quedan al margen de la reforma agraria y de la algarabía de quienes entregan títulos y dicen que la tierra es de quien la trabaja. Se aprecia en el cuento la duda del comunero y su desengaño. Este libro tiene varias ediciones. Fue un libro que en su momento sacó chispas, por eso creo que los textos se tienen que analizar teniendo en cuenta el tiempo y el espacio. Por supuesto englobado dentro de su contexto cultural. Después vendrían otros libros: Las voces del viento, Barlovento, Las minas del diablo. Fueron textos que superan al primer libro, pero un padre a veces prefiere al primogénito. Por eso Luis Gallegos recordará siempre el cojudiómetro, relato que se halla en Dicen que nos van a dar tierras. Al escritor Cronwell Jara siempre le agradó leer y releer los relatos y cuentos entre vino y vino y exclamará: Cómo me fascinan sus relatos de tono mítico, por su aparente ingenuidad, pero de honda sabiduría. Después nos llegará su primera novela: Las plagas y el olvido, edición que estuvo a cargo del poeta Alberto Cáceres Gómez. Aquí habría que aclarar algunos hechos: Luis Gallegos se formó literariamente en la universidad de la vida, sus lecturas permanentes, los debates que solíamos tener en su departamento fueron moldeando su ejercicio escritural. Él como escritor era consciente de que el novelista era como una esponja que debe empaparse de la realidad. Proust siempre estaba entre nosotros. Y sabía también que la soledad, la muerte, el absurdo, la esperanza, el amor, la desesperación son temas permanentes de toda buena literatura. Y que todo buen escritor debe estar en su obra como dios en su creación: invisible y todopoderoso. Todo eso refleja la totalidad de su obra porque su experiencia vital fue también grandiosa. Agudo observador de la sociedad que muchos antropólogos y sociólogos carecen. Posiblemente coincidiría con García Márquez que solía decir: Yo no podría escribir una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales, por supuesto que las experiencias históricas son más importantes que las personales, expresaba Alejo Carpentier. Aunque Borges piensa de otro modo: Los demonios culturales importan más que los históricos: muchas obras he leído y pocas he vivido. Ante estas disquisiciones, Luis Gallegos consideró que la inspiración es un estado espiritual del poeta o narrador excepcionalmente tenso para desembocar luego en la creación misma, a fin de cuentas el novelista es el creador de una nueva realidad o en todo caso de una realidad artística o ficticia. Sin duda que le fue muy difícil ingresar a los predios de las técnicas modernas de narrar. Pero su terquedad le permitió experimentar algunas técnicas como producto de sus lecturas y conversaciones y uno de sus logros es precisamente cuando utiliza ya no a un narrador omnisciente para contar sus historias, sino que atrapa a uno de sus personajes para que lo haga, creando sus propios planos. O sea que la materia no llega en un orden cronológico real de los sucesos sino a través de fragmentos fracturados que corresponden a momentos distintos del pasado, o sea que esta distorsión temporal es paralela a una distorsión espacial.
El enfoque que acabo de plantear corresponde a su segunda etapa creativa, es decir a sus novelas cortas. En ellas experimentó todas las formas que quiso. Los temas, el lenguaje y la composición fueron reinventados. Ingresó a un campo mucho más práctico. Dejó la novela y los cuentos por la novela corta dando inicio a una nueva narrativa. Y aparece un escritor revitalizado, preocupado en profundizar los valores tradicionales, el amor y la fe, le preocupa más la situación angustiosa del hombre moderno que se siente totalmente solo frente a un mundo mecanizado. Por eso sus argumentos no tiene muchas veces un desenlace dramático. Así nos llegará Don Lorenzo Cotillo y su tiempo, La orgía del moro, Tiempo de amores en Saucamarca, La fiesta de la tía Braulia, El coronel de la espada virgen y muchas más. Aparece el erotismo en todas sus formas, incluso él acepta ser el iniciador de la literatura erótica en nuestra región, algunos deslenguados confunden erotismo con pornografía. Hubo cierta confusión conceptual, felizmente fue superado este mal entendido. Las novelas cortas con este nuevo ingrediente le dio al autor muchas satisfacciones. Por un lado, vendía rápidamente los mil ejemplares que editaba. Y por otro, sus lectores le pedían más, incluso le sugerían los temas que debía escribir. Aquí es donde Luis Gallegos descubre que sus personajes deben ser construidos en su naturaleza humana y más realistamente en una sociedad hipócrita que Gallegos supo romper, aplastar. En mi último encuentro le pregunté a boca de jarro, ¿con cuál de tus libros te quedas? Me respondió, con Tiempo de amores. De todo cuanto leí de Luis Gallegos algo quedó en mí, por ejemplo aquella escena donde el jinete Aguilar, al ver a su sobrina, espolea a su caballo y va a gran velocidad a su encuentro, desmonta y le sube la falda a la muchacha, le rompe las bragas y ve un lunar en una de las nalgas y dice, realmente eres una Aguilar. Me parece que este episodio se encuentra en La fiesta de la tía Braulia. Y en ese mismo relato nos cuenta que durante la fiesta los invitados no necesitaban de mozos que les llenaran de vino los vasos porque bastaba con abrir los pilones de la casa para recibir su cuota de vino. Pero el erotismo en las obras de Luis Gallegos aparecen ya en su novela, Las plagas y el olvido: Teresita te amo mucho, la volví a besar, le abrí la blusa y le acaricié los senos, pequeños y muy turgentes (…) bajé mis manos a la altura de su vientre, la tomé de ambas piernas y la suspendí. Cuando supo que el momento estaba próximo empezó a quejarse… (p.75) O en este otro ejemplo: Con el rítmico entrechoque de los pubis el viejo catre empezó a chirriar. En un comienzo el sonido les pareció otro estimulante asociado a la sensación placentera del amor, después el chirrido se tornó monótono y aburrido. La imaginación y la atención de los amantes se concretaban en escuchar la musiquilla producida por el catre y el placer los iba abandonando poco a poco. Villalobos de sus lecturas de la literatura hindú, que dice que el acto sexual viene del cerebro y es cuando le propuso a Sandra bajar al suelo, encima de la alfombra, para concluir con toda tranquilidad el placer, el acto más sublime de la vida. (p.116). La diferencia entre su novela y las novelas cortas radica en que aquella demoraba más en venderse, por eso prefirió las novelas cortas porque salían como pan caliente.
Al desaparecer la revista Titikaka creo que se rompió también nuestra amistad porque me fui como docente a la universidad. La distancia y el trabajo me exigieron dedicación y estudio. Olvidé a los amigos de la ciudad. A Luis Gallegos lo llamé pocas veces por teléfono y la amistad fue agonizando, a pesar de haber encontrado una nueva tribuna, Universidad y pueblo. Le pedí que colaborara con la revista, pero fueron escasas sus colaboraciones. Creo que fui leal al amigo, al camarada, al maestro, al escritor. La siguiente anécdota creo que convalida lo que hoy expreso: El Instituto Americano de Arte me encargó la edición de la revista de la institución, MOSAICO. Cuando salió el primer número de la revista, el presidente del IAA, Walter Tapia Bueno, me dijo: en el siguiente número ya no ponga a Luis Gallegos como Jefe de Redacción. Yo le respondí: Está bien. Cuando circuló el número 2 de la revista Mosaico volvió aparecer el nombre de Luis Gallegos como Jefe de Redacción. Desde esa vez, desapareció Mosaico y yo de la institución.
Ese distanciamiento debilitó un poco la estructura de nuestra amistad, a pesar de que hicimos algunos viajes a las ciudades de Cusco, Arequipa y Tacna. Éramos un grupo compacto: Feliciano Padilla, Alberto Cáceres Gómez (Pacha J. Willka) y Luis Gallegos, por supuesto que yo también integraba la delegación. La comunión de nuestras ideas nos fortalecía. Generábamos polémica y debate. Pero nunca olvidaremos el debate que se produjo en Tacna. Gallegos contradijo todo lo que se había expuesto en la mesa de debates. Padilla y Cáceres hacían los esfuerzos supremos para enderezar conceptos y parte de la historia de los incas. Al final aceptamos que los incas fueron unos tiranos y que construyeron palacios y monumentos con la sangre del pueblo. Hasta ahora me pregunto qué es lo que aplaudieron a rabiar allá en Tacna, ¿fue nuestra participación? ¿Acaso el debate generado desde nuestra propia trinchera? Porque debo suponer que la polémica debió partir del público y no de nuestra mesa. Pero el tiempo me dice que el debate se enriqueció desde todos los ángulos porque se definió nuestra identidad y tomamos posición frente a lo occidental. Después nos perdimos en las chacras tacneñas de Pocollay donde las uvas lloran porque los bohemios beben mucho vino. Sabino Maquera es un poeta aymara, esa noche recitó su poema A la bandera. Esa misma noche, Luis Gallegos sufrió un atentado al apartarse del grupo, un enorme perro casi le baja los pantalones, y en ese preciso instante recordó a Cuellar, personaje de la novela: La ciudad y los perros. Los escritores Sabino Maquera, Fredy Gambeta y otros fueron como siempre los anfitriones.
El 2001 me retiré de la universidad y mis viajes se hicieron constantes y prolongados. Cusco y Tucumán eran mis lugares preferidos. Allí empecé a esbozar algunos trabajos que se fueron publicando en estos últimos años. Hace poco me encontré con Luis Gallegos, conversamos mucho, como antes, pero nuevamente tuve que trasladarme hacia el Cusco. En ese mi viaje pensé en él y en su obra. Ahora ratifico lo que hace años expresé: Luis Gallegos es la bisagra de nuestra literatura, con él se abren nuevas posibilidades en el cuento y en la novela. Y él era un buscador de modelos y nuevas formas de narrar. Si nos detenemos por un instante en las páginas de sus novelas cortas podremos encontrar dos niveles del narrador: cuando se encuentra fuera de la escena (nivel extradiegético) y cuando el narrador cuenta los hechos (nivel diegético). Eso se debe a que siempre fue el primero en rebelarse contra un canon asfixiante y envolvente e hizo lo que quiso hacer. Creo que fue consciente de aquello que solíamos conversar: el que sigue los pasos de otro, nunca dejará sus propias huellas. Y en ese último encuentro, cuando íbamos a despedirnos, se acercó mi hija a saludarnos. Cuando ella se retiró comentó: Norka está muy alta o nosotros nos estamos achicando. No respondí porque hubo una lágrima que me jodía los ojos, era una verdad que dolía mucho. Luis Gallegos se alejó con sus pasos cansinos, iba arrastrando sus noventa años bien vividos. Quiero creer que así fue. El reciente homenaje que le rindieron los rotarios en el club Kuntur la semana pasada fue relevante porque revalora su trabajo literario. Bien hecho.
Penélope
Cuento
Escribe: Darwin Bedoya
Penélope se levanta en la media noche de las eternas horas en Ítaca. Contempla aterrada el costado vacío de su cama, y su rostro cambia notoriamente. Si alguien pudiera verla como yo, entonces sabría que tiene unas rojas alas de mariposa tropical, unas alas llenas de angustia, melancolía y, especialmente, unas enormes alas colmadas de odio. Ellas producen un tenue vaivén que al final, parece ser lo único vivo en ella. Ensancha su mirada por toda la alcoba y no puede comprender un antiquísimo «volveré pronto» que hasta hoy no se atreve a llegar hasta sus oídos. Hace tantos años que él se fue y hace tantos años que le prometió, a Penélope, volver un día.
Las primeras aflicciones que desconcertaron su pecho, aparecieron cuando le pidió a la vieja Euriclea que hiciera dos desayunos en vez de uno. Los segundos dolores, de hace muchísimo tiempo, fueron cuando no tuvo con quién discutir por el color de una túnica, el costo de unas sandalias y la compra de un manto de piel de ciervo. Las terceras dolencias, de incontables minutos, se presentaron cuando nadie respondió a su llamado desde su aposento de reina.
Parece que sus penurias la están cambiando demasiado. Ahora, por ejemplo, está pasando algo grave. Los rumores en el palacio dicen que está excediendo en sus arreglos faciales. Dicen que su maquillaje representa un excesivo gasto cuando, al fin y al cabo, nadie puede verla así de bella. A veces se pasa días íntegros frente al espejo. A veces se extravía en su razón porque algunas sirvientas han contado que habla sola en su habitación. Dicen que a menudo se responde a sí misma cuando pregunta a las guisanderas, qué quiere para cenar.
Cuando sale a contemplar el mar, a veces finge mirar más allá de las azules aguas. Aparenta alegrarse cuando dice que una columna de embarcaciones surca el mar y hace preparar banquetes exclusivos para los valientes que vuelven de Troya. Porque finge al decirle a Telémaco que consultará con el Rey. Finge preguntarle al viejo Argos si su amo está bien, si le habrá gustado la cena de ayer. Pero no es cierto, Penélope está lejos de perder la razón. Porque, en el mundo, no hay mirada más lúcida que la de ella. No podría haber ojos más astutos que los de ella, especialmente en la media noche, cuando Telémaco llora por la ausencia de su amado padre.
Ella celebra que su táctica nunca será descubierta. Pero ya no podrá seguir luciendo ese rostro «desconsolado». Porque si, como yo, echaran un vistazo a Penélope, sabrían que después de la media noche, cuando ha terminado de destejer los lienzos, sus alas, en vez de rojas, empiezan a desplegarse azules y vertiginosas. Si alguien pudiera verla como yo, sabría que desde hace años ella desciende hasta «nosotros», siempre en las noches, volando, desde lo alto del palacio. Pero lástima, eso lo sabe únicamente un temeroso pretendiente al que le negó esos ardientes favores que a los demás, cada noche, regala impetuosamente.
Cuento inédito. Darwin Bedoya del libro "Muñecas de ceniza"
¿Y la cultura?
Escribe: Alfredo Herrera Flores
En un artículo que se publica en la última edición de la revista mexicano española “Letras libres”, a propósito de la aparición de un libro para entender la obra de autores como Julio Ramón Ribeyro, el escritor mexicano Guillermo Espinoza Estrada hace una contundente aseveración que deberíamos, una vez más, tomar en cuenta y hacer los modos posibles por superarla.
Dice Espinoza: “Hispanoamérica en general, y México en concreto, descuida su tradición literaria con una negligencia parecida a la que tiene por sus lenguas indígenas o sus recursos naturales.
Poseedora de una riqueza tan vasta como ignota, todo en su imaginario asegura que esta herencia se mantendrá virgen e inalterada mientras nos obstinemos en no conocerla. Esta bendita ignorancia sólo desaparecerá hasta que se realice un catastro riguroso. En literatura significaría la aparición de ediciones críticas, antologías, monografías, así como libros de divulgación y especializados que arrojen el estado general de la cuestión. Aunque evidente, vale la pena recordarlo en un país que carece, incluso, de un libro que contenga la historia de su literatura”.
Habría que añadir que Perú, al igual que México –según Espinoza– y más aún las regiones peruanas dueñas de riquezas inigualables como Puno, Cusco, Arequipa, Loreto, La Libertad, entre otras, no han hecho, no hacen y tal vez no lo hagan en el mediano plazo, algo concreto para que esa riqueza cultural sea adecuadamente conservada, conocida, estudiada y disfrutada por sus propios habitantes. No creo que a estas alturas valga la pena culpar a las autoridades por no hacerlo, sabiendo que éstas no comprenden ni en grado mínimo qué es riqueza cultural y no sabrán diferenciar entre un libro de poesía con uno de crianza de cuyes.
A riesgo de despertar la sensibilidad de autoridades y funcionarios que sí saben lo que es un libro de poesía, debemos recordarles que es peor tener la oportunidad de hacer algo por la cultura y no saber hacerlo. Sin embargo, como consuelo de todos, también podemos decir que quienes hemos sabido aportar para preservar en algo nuestras manifestaciones culturales, también es cierto que, debido a lo laberíntico de nuestra burocracia, los buenos funcionarios viven más de frustraciones que de éxitos.
Pero no se trata de salpicar lodo, sino de reflexionar sobre la responsabilidad común de no descuidar, parafraseando a Espinoza, la tradición literaria y cultural de una región como Puno. Vale la pena recordar que esta región es el mítico lugar de donde salieron los fundadores de una cultura extraordinaria y que a lo largo de la historia varios de sus hijos han demostrado con sus obras, arquitectónicas, artísticas, filosóficas, literarias, que sí se puede hacer algo por enriquecerla.
La excusa de que no hay recursos para desarrollar proyectos culturales ya no es creíble, pues hay regiones que desde hace algunos años están desarrollando proyectos que van desde la preservación de monumentos históricos hasta la publicación de libros, pasando por investigaciones y promoción de creación artística, en grados mínimos, es cierto, pero peor es no hacer nada. Si bien es aún difícil sustentar estos proyectos en el enredoso e impío sistema nacional de inversión pública, lo que no debe faltar es imaginación para encontrar las salidas adecuadas sin saltarse las normas ni violar las leyes.
Tampoco es excusa decir que para que un proyecto cultural sea presentado debe haberse aprobado antes en el proceso de presupuesto participativo. Sabido es que la población en general, y en particular sus dirigentes, reclaman más proyectos de infraestructura que culturales, por lo tanto, dependerá de los propios funcionarios y autoridades saber orientar sus propuestas para que se conviertan en proyectos viables y sobre todo sostenibles.
Es cierto que no deberíamos generalizar ni ser extremistas en afirmar que no se hace nada respecto a rescate, preservación, difusión y promoción de la cultura, pues hay varios ejemplos concretos como municipalidades que abren galerías de arte o convocan a encuentros de escritores y premios literarios, organizaciones sociales que publican revistas o editan discos, asociaciones que promueven concursos de danzas, entidades que financian recuperaciones arquitectónicas o arqueológicas, universidades que promueven investigaciones, periódicos que dedican varias páginas al debate de ideas y un largo etcétera, pero la pregunta va por lado de la coordinación interinstitucional y la participación ciudadana para alcanzar los objetivos que se plantean ¿Existirá esa coordinación mínima?
La respuesta es obvia. No existe. Y la responsabilidad va por el gobierno regional, no solo de Puno, en este caso, sino en todos los gobiernos regionales, pues es este nivel de gobierno el que debe diseñar y ejecutar las políticas culturales de la región, las que a su vez se deben aplicar y ejecutar en estrecha coordinación con las municipalidades, las diferentes direcciones sectoriales, los organismos autónomos y descentralizados, las organizaciones no gubernamentales, la sociedad civil organizada, es decir, toda una red ciudadana e institucional que pueda, más allá de debatir sobre el futuro de la cultura regional emprender acciones concretas en el inmediato plazo para preservarla y difundirla.
Esperemos, una vez más, que por lo menos en este proceso electoral haya espacio para hablar sobre cultura, que los candidatos tengan planes concretos para preservar monumentos, publicar libros, generar espacios de debate, promover investigaciones, generar en las escuelas lecturas y aptitudes artísticas, y otro largo etcétera de las muchas cosas que se pueden hacer en este campo y no tener que lamentarnos sobre la inoperancia de autoridades y funcionarios.
martes, 6 de julio de 2010
Los indios en el Perú
Escribe: Juan Bustamante Dueñas | Cultural LOS ANDES
Al escribir la historia de las costumbres de los indios del Perú, he tenido por principal objeto, poner de manifiesto el estado de cultura en que se encuentran los pueblos del interior; para que de los hechos se deduzcan as necesidades de la nación, y los poderes religiosos, políticos y legislativos, den leyes adecuadas y adopten disposiciones justas, y sepan el estado de civilización en que se encuentran los individuos para cuyo adelanto se toman providencias muchas veces inconvincentes, extemporáneas, irrealizables.
La nación peruana no es la asociación de los individuos moradores de la costa del Perú, no son esos pueblos solos los que constituyen la república: la nación tiene pueblos numerosos en el interior, esos pueblos son de indios; de indios que tienen necesidades, de hombres, a quienes los gobiernos no deben abandonar sin proporcionarles los medios de que han menester para la realización de sus fines morales, políticos y religiosos. La nación es constituida por un crecido número de indios excedentes a la raza blanca moradora de las costas del pacífico; los indios tanto como los blancos, contribuyen a sobrellevar las cargas del Estado, pero como ellos no gozan de las mismas garantías individuales, de los mismos derechos.
Los indios en el Perú, no han sido, ni son en la actualidad los hombres libres, los ciudadanos de los pueblos; antes sí los esclavos envilecidos de la raza naciente, los parias del Perú, el blanco de los abusos de las autoridades religiosas y políticas, las víctimas humildes del sable del militar. Siempre humillados, siempre despreciados, arrastran la cadena del esclavo que para siempre debiera haber rodado a los pies de la patria en los campos de Ayacucho, sus pueblos arruinados, el embrutecimiento y el atraso; van cada día en peor estado, sus lágrimas no dejan de verterse, sus hogares no han dejado de ser allanados, sus pueblos se explotan y saquean; víctimas de los abusos hasta de sus curas, no pueden considerarse libres: ellos y sus hijos han sido los que el látigo del amo haya cesado de infamarlos: siempre súbditos, nunca gobernantes, han carecido de oportunidad, para expresar sus necesidades; mientras que los mistis han monopolizado todos los puestos públicos.
En situación tan dura, no pueden menos que vivir aguardando el momento de sacudir el yugo; y por eso los vemos luchar encarnizados en cada una de las guerras civiles; por eso los vemos crueles, al castigar a sus enemigos y opresores; por eso han tenido lugar las sangrientas escenas que frecuentemente se han representado, y en cuya realización se han encontrado circunstancias inauditas.
Tristes y abatidos por la humillación, les vemos alejarse del ruido de las ciudades, y de la sociedad de los mistis para sustraer a sus hijos de la esclavitud a que están condenados, sin más que haber tenido la desgracia de nacer indios; huyen de los blancos y van a buscar asilo en lo más profundo de los valles, en las nevadas cúspides de los montes, en los friolentos y mortíferos bofedales de los andes. Allí, abandonados de la sociedad, con la frente humillada, casi desnudos; ahí nacen sus hijos, y mueren sin más idea de nación y de leyes, que las que han podido sugerirles sus padecimientos en el ejército o bajo la tutela de un blanco que se apropia de ellos para reducirlos a la condición de esclavos.
Si tienen propiedades, éstas se hallan a merced de la rapacidad del gobernador, del alcalde y del cura, que de tiempo en tiempo hacen sus incursiones para enriquecerse a costa del sudor y del trabajo de los indios. Sus producciones, acumuladas a fuerza de sacrificios, y para cuya consecución se ven obligados a luchar con la tempestad que atruena cerca de sus solitarias estancias, con las torrenteras que se desprenden iracundas desde las cimas de los montes, contra la perpetua nieve que arrasa sus sementeras y se estaciona en sus campos; esas producciones adquiridas a costa de sufrimientos y trabajos son arrebatadas por sus opresores por una cantidad de dinero que jamás pueden ser el precio de ellas; si la guerra necesita de soldados, ya se sabe que los indios serán los escogidos para el matadero, a que se les obligará a concurrir después de hacerlos pagar algunas sumas para el sostenimiento de la misma guerra.
Ellos, sus llamas, sus paccochas y en suma todo lo que legítimamente les pertenece, están a merced de los ladrones; es decir de los mistis autoridades; de esa falange de pillos descarados que acumulan riquezas y gozan satisfechos del trabajo y de las lágrimas de los indios; a quienes se trata de mantener en la ignorancia vergonzosa, a quienes se humilla y reduce a la condición de brutos.
¿Puede darse crédito a mi narración, cuando la escribo en el siglo XIX, en el siglo de la civilización, del progreso, de la igualdad y de la libertad, en el siglo de la república y de la democracia, en el siglo de las reformas?
Al escribir la historia de las costumbres de los indios, no he podido menos que enjugar lágrimas de compasión, arrancadas de mis ojos al concebir sus padecimientos y el llanto de esos infelices seres a quienes considero iguales a mí. ¡No desprecies lector esas lágrimas; porque si no merecen estimación al desprenderse de los ojos de un peruano; pensad que son las lágrimas del que escribe: y llora con los ojos que vio los padecimientos de los descendientes de un soberbio imperio: yo, cuya vida se deslizado hasta hoy, entre esos desventurados, he tenido el pesar de asistir a algunas de sus fiestas, y presenciar las escenas ridículas de que me ocupo en esta obra; escenas que revelan el estado de atraso y embrutecimiento en que se encuentran!
La tradición y el por qué de sus prácticas han llegado a mí, de los labios de los mismos indios ancianos, quienes me enseñaron a comprender la quichua, en cuyo idioma dulce y sentimental me contaban sus padecimientos, cuando en las friolentas noches solía yo ir a sentarme a la puerta de sus humildes cabañas a solicitar la narración que me hacían, mientras la luna reflejaba su pálida luz, hacía brillar la nieve que cubre las cimas de los montes inmediatos.
Yo he presenciado los bautismos, matrimonios, defunciones, he visto las cárceles habitadas por indígenas a quienes castigaba sin justa causa; he visto talar sus campos, y más de una vez he deplorado como ellos el descuido e inacción de los gobiernos, el despotismo militar, los escandalosos abusos de los mistis-autoridades, y las consecuencias de leyes y disposiciones adoptadas sin previsión, sin conocimiento del estado de los pueblos, sin equidad ni justicia. Por estas razones, y porque en la república existen hombres que como yo han sido testigos oculares, y saben la lastimosa historia de los indios, me creo con derecho a ser creído, y a exigir de los gobiernos la atención que se merecen los padecimientos de los hijos del sol.
Cuando en la primera entrega, relato las costumbres de los curas, deploro sus abusos, no lo hago con el objeto de procurarles sus desprestigio; pretendo sí, que estos procuren reformarse; y que los obispos, atendiendo a la necesidad de una reforma en las divisiones parroquiales, y en el clero, traten de abreviar su realización, para que los pueblos no sufran por más tiempo los abusos de que son víctimas; pido para los pueblos ignorantes, sacerdotes ilustrados; quiero que se difunda por toda la nación el Evangelio, a quien considero como el mejor medio de civilizar al pueblo, y hacerlo dichosos animándolo con la moral y la verdad; quiero que la oscuridad y la ignorancia cedan el puesto a la luz y al progreso a que está llamada la sociedad, anhelo hombres para el mundo, no seres degradados ni embrutecidos; por eso solicito la instrucción.
Como quiera que la historia nos presenta los fértiles campos, enrojecidos con sangre, las encumbradas cimas, las llanuras, los profundos valles, las heladas cordilleras, todo ensangrentado; ¿y con qué sangre? ¿Es acaso sólo la de los tiranos de la patria, es la de los enemigos de la libertad? ¡No! Esos cúmulos de huesos que se alzan sobre los campos de batalla, salvo los que legaron los padres de la patria, y en que se hace difícil enumerar las víctimas ¿son por ventura las pirámides de gloria con que puede honrarse la nación? ¡No! Esos cráneos empolvados, esa sangre que aún humea, es peruana; ha sido derramada en luchas fratricidas, la ambición y la empleomanía han conducido millares de víctimas hasta esos campos; hasta ponerlas bajo el imperio de la muerte.
Los indios han vertido siempre su sangre, pero jamás han recibido la recompensa de su valor y esfuerzos. Oprimidos por las autoridades, han estado aguardando la vez de emanciparse; por esta razón la voz de los revoltosos, las imprecaciones de los demagogos, ha encontrado acogida entre los pueblos; entre los indios que son los soldados del ejército, que son los que en el campo de batalla no tiemblan a presenciar del peligro, y que luchan hasta morir o salir triunfantes.
Los abusos frecuentes y el despotismo de las autoridades subalternas han dado lugar a infinitas y trágicas escenas; de la narración de las que más atención merezcan, por sus trascendencias, me ocuparé detenidamente, suplicando al lector que perdone mis fallos y opiniones, cuando se trata de la calificación de los hechos; teniendo presente que procuraré sólo hacer justicia; sin que el provincialismo, ni el espíritu de partido, puedan hacerme variar de objeto, ni prodigar incienso a los ídolos de mis pasiones. La verdad en la narración, la justicia en la calificación de los acontecimientos: tales son los objetos que me he propuesto.
No pretendo escribir la historia del Perú, para cuya obra son necesarios innumerables documentos, escribo la historia de las costumbres de los indios; y cuando tomo algunas veces la historia de la nación para referir algunos acontecimientos que en ella deben consignarse, lo hago persuadido de que el señor Lorente y otros historiadores les han pasado superficialmente, como se nota en sus obras.
Ojalá que el gobierno, a quien están encomendados la guarda de los derechos de los pueblos, el buen orden público, el porvenir de toda la nación, atendidas las necesidades de los súbditos, acuda a satisfacerlas inmediatamente, procurando adoptar las reglas de gobierno que damos al fin de esta obra, en cuanto ellas merezcan; pues son reglas nacidas de las mismas necesidades y de los mismos acontecimientos que se refieren. De esta manera se conseguirá poner un dique al desborde a que se encaminan los pueblos, se evitará la ignorancia que es uno de los peores males que han afligido y afligen a las sociedades; civilizadas las masas, y conociendo cada individuo sus deberes sociales, las peroratas de la demagogia no encontrarán jamás acogida, el hombre libre, reconocerá sus deberes, aprenderá a cumplirlos; y la felicidad será en adelante el distintivo de la nación.
Preciso, urgente es trabajar por la libertad de la raza indígena; no sólo el gobierno debe procurar esto; todos los individuos que de él dependen deben trabajar incesantemente por unificar su política y sus relaciones con esa raza numerosa; y hacer que los blancos todos, procuren armonizar sus costumbres con las de los indios, destruyendo el error, las supersticiones y los abusos por medio del ejemplo y de la buena doctrina.
Existen muchas razones de conveniencia pública, para obrar en este sentido, y procurar la reforma de las instituciones sociales. ¡Ay de las autoridades que abusan de la situación de los indios, y no modifican su conducta! ¡Ay de los blancos que someten al indio a la esclavitud y al sufrimiento! ¡Ay de los sacerdotes que en posesión de los medios para difundir la moral y formar caritativos corazones, dejan a sus feligreses sumirse en la vergonzosa ignorancia, y dejarse arrastrar por sus torpes instintos, por sus temibles pasiones! ¡Ay, en fin, de los gobernantes que no escuchan las quejas de los súbditos, y los mantienen bajo la tutela de los blancos, sometidos al yugo de los tiranos y a merced de los ladrones!
Cuando los indios cansados de sufrir levantan su abatida frente, cuando al grito de guerra tiemble la costa del Perú, y los muros de su capital se estremezcan, los lugares de recreo se bañen con sangre; entonces sólo se reconocerá el poder de los pueblos, la robustez de la mano indígena, que arrasando los monumentos de la civilización, coloca sobre sus ruinas, y edifica sobre los cráneos de los blancos el trono donde deba reinar en lo sucesivo una libertad salvaje, a quien aún hay tiempo de engalanarla, con la justicia y las reformas de que han menester los pueblos para su engrandecimiento y tranquilidad posterior.
(*) Introducción a la Historia Antigua del Perú. Lima, 1922, Prólogo, p. 83-92. texto de 1867. Seleccionada por el Dr. José Tamayo Herrera en “El Pensamiento Indigenista” Francisco Campodónico F. Editor, Mosca Azul Editores.
Al escribir la historia de las costumbres de los indios del Perú, he tenido por principal objeto, poner de manifiesto el estado de cultura en que se encuentran los pueblos del interior; para que de los hechos se deduzcan as necesidades de la nación, y los poderes religiosos, políticos y legislativos, den leyes adecuadas y adopten disposiciones justas, y sepan el estado de civilización en que se encuentran los individuos para cuyo adelanto se toman providencias muchas veces inconvincentes, extemporáneas, irrealizables.
La nación peruana no es la asociación de los individuos moradores de la costa del Perú, no son esos pueblos solos los que constituyen la república: la nación tiene pueblos numerosos en el interior, esos pueblos son de indios; de indios que tienen necesidades, de hombres, a quienes los gobiernos no deben abandonar sin proporcionarles los medios de que han menester para la realización de sus fines morales, políticos y religiosos. La nación es constituida por un crecido número de indios excedentes a la raza blanca moradora de las costas del pacífico; los indios tanto como los blancos, contribuyen a sobrellevar las cargas del Estado, pero como ellos no gozan de las mismas garantías individuales, de los mismos derechos.
Los indios en el Perú, no han sido, ni son en la actualidad los hombres libres, los ciudadanos de los pueblos; antes sí los esclavos envilecidos de la raza naciente, los parias del Perú, el blanco de los abusos de las autoridades religiosas y políticas, las víctimas humildes del sable del militar. Siempre humillados, siempre despreciados, arrastran la cadena del esclavo que para siempre debiera haber rodado a los pies de la patria en los campos de Ayacucho, sus pueblos arruinados, el embrutecimiento y el atraso; van cada día en peor estado, sus lágrimas no dejan de verterse, sus hogares no han dejado de ser allanados, sus pueblos se explotan y saquean; víctimas de los abusos hasta de sus curas, no pueden considerarse libres: ellos y sus hijos han sido los que el látigo del amo haya cesado de infamarlos: siempre súbditos, nunca gobernantes, han carecido de oportunidad, para expresar sus necesidades; mientras que los mistis han monopolizado todos los puestos públicos.
En situación tan dura, no pueden menos que vivir aguardando el momento de sacudir el yugo; y por eso los vemos luchar encarnizados en cada una de las guerras civiles; por eso los vemos crueles, al castigar a sus enemigos y opresores; por eso han tenido lugar las sangrientas escenas que frecuentemente se han representado, y en cuya realización se han encontrado circunstancias inauditas.
Tristes y abatidos por la humillación, les vemos alejarse del ruido de las ciudades, y de la sociedad de los mistis para sustraer a sus hijos de la esclavitud a que están condenados, sin más que haber tenido la desgracia de nacer indios; huyen de los blancos y van a buscar asilo en lo más profundo de los valles, en las nevadas cúspides de los montes, en los friolentos y mortíferos bofedales de los andes. Allí, abandonados de la sociedad, con la frente humillada, casi desnudos; ahí nacen sus hijos, y mueren sin más idea de nación y de leyes, que las que han podido sugerirles sus padecimientos en el ejército o bajo la tutela de un blanco que se apropia de ellos para reducirlos a la condición de esclavos.
Si tienen propiedades, éstas se hallan a merced de la rapacidad del gobernador, del alcalde y del cura, que de tiempo en tiempo hacen sus incursiones para enriquecerse a costa del sudor y del trabajo de los indios. Sus producciones, acumuladas a fuerza de sacrificios, y para cuya consecución se ven obligados a luchar con la tempestad que atruena cerca de sus solitarias estancias, con las torrenteras que se desprenden iracundas desde las cimas de los montes, contra la perpetua nieve que arrasa sus sementeras y se estaciona en sus campos; esas producciones adquiridas a costa de sufrimientos y trabajos son arrebatadas por sus opresores por una cantidad de dinero que jamás pueden ser el precio de ellas; si la guerra necesita de soldados, ya se sabe que los indios serán los escogidos para el matadero, a que se les obligará a concurrir después de hacerlos pagar algunas sumas para el sostenimiento de la misma guerra.
Ellos, sus llamas, sus paccochas y en suma todo lo que legítimamente les pertenece, están a merced de los ladrones; es decir de los mistis autoridades; de esa falange de pillos descarados que acumulan riquezas y gozan satisfechos del trabajo y de las lágrimas de los indios; a quienes se trata de mantener en la ignorancia vergonzosa, a quienes se humilla y reduce a la condición de brutos.
¿Puede darse crédito a mi narración, cuando la escribo en el siglo XIX, en el siglo de la civilización, del progreso, de la igualdad y de la libertad, en el siglo de la república y de la democracia, en el siglo de las reformas?
Al escribir la historia de las costumbres de los indios, no he podido menos que enjugar lágrimas de compasión, arrancadas de mis ojos al concebir sus padecimientos y el llanto de esos infelices seres a quienes considero iguales a mí. ¡No desprecies lector esas lágrimas; porque si no merecen estimación al desprenderse de los ojos de un peruano; pensad que son las lágrimas del que escribe: y llora con los ojos que vio los padecimientos de los descendientes de un soberbio imperio: yo, cuya vida se deslizado hasta hoy, entre esos desventurados, he tenido el pesar de asistir a algunas de sus fiestas, y presenciar las escenas ridículas de que me ocupo en esta obra; escenas que revelan el estado de atraso y embrutecimiento en que se encuentran!
La tradición y el por qué de sus prácticas han llegado a mí, de los labios de los mismos indios ancianos, quienes me enseñaron a comprender la quichua, en cuyo idioma dulce y sentimental me contaban sus padecimientos, cuando en las friolentas noches solía yo ir a sentarme a la puerta de sus humildes cabañas a solicitar la narración que me hacían, mientras la luna reflejaba su pálida luz, hacía brillar la nieve que cubre las cimas de los montes inmediatos.
Yo he presenciado los bautismos, matrimonios, defunciones, he visto las cárceles habitadas por indígenas a quienes castigaba sin justa causa; he visto talar sus campos, y más de una vez he deplorado como ellos el descuido e inacción de los gobiernos, el despotismo militar, los escandalosos abusos de los mistis-autoridades, y las consecuencias de leyes y disposiciones adoptadas sin previsión, sin conocimiento del estado de los pueblos, sin equidad ni justicia. Por estas razones, y porque en la república existen hombres que como yo han sido testigos oculares, y saben la lastimosa historia de los indios, me creo con derecho a ser creído, y a exigir de los gobiernos la atención que se merecen los padecimientos de los hijos del sol.
Cuando en la primera entrega, relato las costumbres de los curas, deploro sus abusos, no lo hago con el objeto de procurarles sus desprestigio; pretendo sí, que estos procuren reformarse; y que los obispos, atendiendo a la necesidad de una reforma en las divisiones parroquiales, y en el clero, traten de abreviar su realización, para que los pueblos no sufran por más tiempo los abusos de que son víctimas; pido para los pueblos ignorantes, sacerdotes ilustrados; quiero que se difunda por toda la nación el Evangelio, a quien considero como el mejor medio de civilizar al pueblo, y hacerlo dichosos animándolo con la moral y la verdad; quiero que la oscuridad y la ignorancia cedan el puesto a la luz y al progreso a que está llamada la sociedad, anhelo hombres para el mundo, no seres degradados ni embrutecidos; por eso solicito la instrucción.
Como quiera que la historia nos presenta los fértiles campos, enrojecidos con sangre, las encumbradas cimas, las llanuras, los profundos valles, las heladas cordilleras, todo ensangrentado; ¿y con qué sangre? ¿Es acaso sólo la de los tiranos de la patria, es la de los enemigos de la libertad? ¡No! Esos cúmulos de huesos que se alzan sobre los campos de batalla, salvo los que legaron los padres de la patria, y en que se hace difícil enumerar las víctimas ¿son por ventura las pirámides de gloria con que puede honrarse la nación? ¡No! Esos cráneos empolvados, esa sangre que aún humea, es peruana; ha sido derramada en luchas fratricidas, la ambición y la empleomanía han conducido millares de víctimas hasta esos campos; hasta ponerlas bajo el imperio de la muerte.
Los indios han vertido siempre su sangre, pero jamás han recibido la recompensa de su valor y esfuerzos. Oprimidos por las autoridades, han estado aguardando la vez de emanciparse; por esta razón la voz de los revoltosos, las imprecaciones de los demagogos, ha encontrado acogida entre los pueblos; entre los indios que son los soldados del ejército, que son los que en el campo de batalla no tiemblan a presenciar del peligro, y que luchan hasta morir o salir triunfantes.
Los abusos frecuentes y el despotismo de las autoridades subalternas han dado lugar a infinitas y trágicas escenas; de la narración de las que más atención merezcan, por sus trascendencias, me ocuparé detenidamente, suplicando al lector que perdone mis fallos y opiniones, cuando se trata de la calificación de los hechos; teniendo presente que procuraré sólo hacer justicia; sin que el provincialismo, ni el espíritu de partido, puedan hacerme variar de objeto, ni prodigar incienso a los ídolos de mis pasiones. La verdad en la narración, la justicia en la calificación de los acontecimientos: tales son los objetos que me he propuesto.
No pretendo escribir la historia del Perú, para cuya obra son necesarios innumerables documentos, escribo la historia de las costumbres de los indios; y cuando tomo algunas veces la historia de la nación para referir algunos acontecimientos que en ella deben consignarse, lo hago persuadido de que el señor Lorente y otros historiadores les han pasado superficialmente, como se nota en sus obras.
Ojalá que el gobierno, a quien están encomendados la guarda de los derechos de los pueblos, el buen orden público, el porvenir de toda la nación, atendidas las necesidades de los súbditos, acuda a satisfacerlas inmediatamente, procurando adoptar las reglas de gobierno que damos al fin de esta obra, en cuanto ellas merezcan; pues son reglas nacidas de las mismas necesidades y de los mismos acontecimientos que se refieren. De esta manera se conseguirá poner un dique al desborde a que se encaminan los pueblos, se evitará la ignorancia que es uno de los peores males que han afligido y afligen a las sociedades; civilizadas las masas, y conociendo cada individuo sus deberes sociales, las peroratas de la demagogia no encontrarán jamás acogida, el hombre libre, reconocerá sus deberes, aprenderá a cumplirlos; y la felicidad será en adelante el distintivo de la nación.
Preciso, urgente es trabajar por la libertad de la raza indígena; no sólo el gobierno debe procurar esto; todos los individuos que de él dependen deben trabajar incesantemente por unificar su política y sus relaciones con esa raza numerosa; y hacer que los blancos todos, procuren armonizar sus costumbres con las de los indios, destruyendo el error, las supersticiones y los abusos por medio del ejemplo y de la buena doctrina.
Existen muchas razones de conveniencia pública, para obrar en este sentido, y procurar la reforma de las instituciones sociales. ¡Ay de las autoridades que abusan de la situación de los indios, y no modifican su conducta! ¡Ay de los blancos que someten al indio a la esclavitud y al sufrimiento! ¡Ay de los sacerdotes que en posesión de los medios para difundir la moral y formar caritativos corazones, dejan a sus feligreses sumirse en la vergonzosa ignorancia, y dejarse arrastrar por sus torpes instintos, por sus temibles pasiones! ¡Ay, en fin, de los gobernantes que no escuchan las quejas de los súbditos, y los mantienen bajo la tutela de los blancos, sometidos al yugo de los tiranos y a merced de los ladrones!
Cuando los indios cansados de sufrir levantan su abatida frente, cuando al grito de guerra tiemble la costa del Perú, y los muros de su capital se estremezcan, los lugares de recreo se bañen con sangre; entonces sólo se reconocerá el poder de los pueblos, la robustez de la mano indígena, que arrasando los monumentos de la civilización, coloca sobre sus ruinas, y edifica sobre los cráneos de los blancos el trono donde deba reinar en lo sucesivo una libertad salvaje, a quien aún hay tiempo de engalanarla, con la justicia y las reformas de que han menester los pueblos para su engrandecimiento y tranquilidad posterior.
(*) Introducción a la Historia Antigua del Perú. Lima, 1922, Prólogo, p. 83-92. texto de 1867. Seleccionada por el Dr. José Tamayo Herrera en “El Pensamiento Indigenista” Francisco Campodónico F. Editor, Mosca Azul Editores.
Confesión de parte de Jorge Flórez Áybar
Escribe: Jorge Flórez Áybar
Después de haber abandonado el convento, a los dieciséis años, creo que mi primer maestro fue José Carlos Mariátegui. Como él, expongo en mis libros “todas mis pasiones e ideas políticas”. No puedo decir que soy un disidente del marxismo, porque nunca lo fui, pero bebí de sus aguas. Solo el socialismo mágico de Alberto Galindo Flores y José María Arguedas despertó en mí una nueva pasión: el mundo andino. A fin de cuentas, “todos cumplimos consciente o inconscientemente una misión”. Aquí encuentro dos ideas fundamentales: intención e ideología. Por un lado, la intencionalidad es un factor importante en la creación. Por ejemplo, se puede tener un mismo referente: el campesino. Alegría lo verá desde un punto de vista social; Arguedas irá más allá de esas fronteras, al hecho cultural; Morales Arce enfocará el problema desde el predio político. Por eso, cuando interpretamos un discurso literario, el juicio tiene que ser ideológico y el valor estético, también. El equilibrio de estas dos categorías nos dará una unidad indivisible: ideo-estética.
El nuevo concepto de ideología está revestido de valores, tradiciones, lengua, cultura, etc., y no necesariamente del hecho político. Traigo a colación este problema porque a mucha gente se le eriza los pelos cuando oye la palabra ideología. Por supuesto, hasta la década del 80, tuvo una definición eminentemente política. Hoy su concepción es más amplia, es más cultural que política. En todo caso, predomina lo cultural sobre el hecho político. Por lo tanto, no nos rasguemos las vestiduras ante un planteamiento nuevo. El problema radica en que la mentalidad de algunos criticastros no se preguntaba si la nueva teoría –que vendrá sin falta- podría aceptar otros esquemas, más allá de su propio estatuto o canon establecido. Mientras tanto, o a largo plazo, el modelo epistemológico subyacerá y se mantendrá como algo que no se podrá romper. Para ellos, en nombre de la modernidad, siempre habrá una teoría universal frente a lo regional.
Si nos referimos al proceso de mi narrativa, debo confesar que encuentro tres etapas que deben ser potenciadas ulteriormente: a) la primera etapa, obedece a hechos de mi infancia y adolescencia. Esa experiencia vital, focalizada desde mi interioridad, especie de alter ego, está teñida de melancolía, de tristeza, de pesimismo, incluso de ideas suicidas. Vargas Llosa en un breve ensayo: Cartas a un novelista, se refiere al Catoblepas, un ser mítico que se devoraba a sí mismo para seguir viviendo; el mismo Vargas Llosa manifiesta que el escritor es algo parecido o similar al Catoblepas, vive de su experiencia vital. Esto sucedió conmigo. Me fui devorando a mí mismo para continuar escribiendo (o viviendo). Escarbé cada rincón de mi piel, hasta expulsar el último sargazo. Esos relatos lo encontramos en la primera parte de La danza de la lluvia, que fueron escritos, gran parte de ellos, en la comunidad de Umuturo, al norte del Cusco
Me parece que La danza de la lluvia, me refiero al último relato de esa primera parte, es el antecedente no solo de Más allá de las nubes, sino de La agonía de Kamáchiq, porque rompe con los esquemas establecidos en mis narraciones iniciales. No solo es un tránsito geográfico porque sus universos se desarrollan en ámbitos de Arequipa, Puno y Cusco, sino porque es eminentemente cultural: cargado de un arsenal de sentimientos encontrados. Sin duda que hay un fondo ideológico, donde la palabra alcanza una belleza inusitada en mí, que me embarga, que me emociona, que me deleita en su vasta dimensión. Y creo que agonizo escribiendo mi cercana muerte. Busco desesperadamente equilibrar el fondo y el contenido, poniendo en práctica mi concepción ideo-estilística. Así mismo, por la naturaleza de su estructura hubo una mayor preocupación en la elaboración de la intriga, donde el universo narrativo es invadido por diferentes voces y tonos que van más allá del mismo narrador, donde Alexánder Petrova es el protagonista –casi en la totalidad de mis narraciones-. Son en sí un inventario de recuerdos: políticos, sociales y culturales. El hilo argumental es la corrupción. En las sucesivas entrevistas que me hizo el joven escritor, José Luis Velásquez Garambel, que fueron publicadas en el diario Los Andes, se encuentran mis puntos de vista sobre ambas novelas.
Aquí cabe una pregunta: ¿Cómo nació Alexánder Petrova? Debo confesar que en la década del 70 ocurrieron dos hechos: por un lado, cayó en mis manos la novela El archipiélago Gulag de Alexánder Solyenitzin (en esa época no solo fui rebelde sino un lector compulsivo que me viene desde el monasterio), admiré su desidencia, su libertad por expresar lo que sentía. Y por esa misma época estuvieron de moda Alain Delon y Sonia Petrova. Vi todas las películas de Sonia Petrova hasta provocarme orgasmos mentales. Sonia Petrova era una mujer muy hermosa. Entonces opté por el nombre del escritor y por el apellido de la actriz. Así nació Alexánder Petrova, sin imaginar que allí se encontraba la semilla (el embrión) de mi concepción ideo-estética. Hoy que escribo estas cuartillas, dándome cierto respiro por lo que encontré, me fui hasta el espejo de mi atelier para mirarme a los ojos fijamente. Me sentí seguro de mí mismo, de todo cuanto dije y diré aún. Así lo comprendí en ese momento y creo que el tiempo me está dando la razón.
Entre ambas novelas, Más allá de las nubes (1999) y La agonía de Kamáchiq (2009) hay un espacio prolongado. Casi diez años. En ese lapso publiqué: el poemario Las huellas del tiempo (2000), Más allá de las nubes (segunda edición), los ensayos: Literatura y violencia en los andes (2004) y 10 años de literatura puneña (2006); y en ese período dirigí la revista de literatura y arte, Apumarka (1997-2009).
b) Después de la presentación de La agonía de Kamáchiq, en el mes de agosto del 2009, no tuve ningún proyecto a la vista y decidí escribir algunas narraciones, 11 en total, desde agosto hasta marzo del 2010. Estuve al borde de la locura. Nadie me vio en la ciudad, algunos amigos pensaron que me había ido hacia la Argentina, donde tengo unos familiares. Estuve acuartelado en mi atelier. Sin salir.
Me preguntaba, permanentemente, sobre el proceso de mi narrativa. Creo que la segunda y tercera parte de este libro responde a esa inquietud, pues los referentes corresponden al influjo de la transculturación, sobre todo la segunda parte. Una vez caí enfermo y me iba deshidratando cada vez más, así me sentí cuando empecé a escribir estas narraciones, pues mi organismo resumía otros recuerdos que pertenecen a la primera parte y hoy, cronológicamente, pertenecen a la segunda parte. No pude sacudirme de esa primera experiencia vital.
Se ha dicho que el pensamiento europeo intenta destruir nuestra cultura, pero creo que las sociedades del mundo piensan de otro modo. En ellas se agitan diversas tendencias, a veces, de defensa o de confrontación. Aquéllos que no nos quieren cambian de táctica, ahora buscan apropiarse de nuestros elementos culturales y darles otro sentido. Juega papel importante el factor ideológico. Es por esa razón que hay que buscar nuevas alternativas de creación poética (como lo hizo recientemente el poeta Boris Espezúa Salmón) y narrativa. La segunda y tercera parte de este libro es un intento. Son textos construidos con la misma argamasa, extraídos del mismo contexto.
c) La tercera parte de La danza de la lluvia me parece una buena opción, si bien está cargada de historia, pero es una libre interpretación de los hechos. He buscado reconstruir la imagen del otro. Su historia se ha ficcionalizado en un contexto no real. Y la recreación histórica es una vía que nos permite redescubrir el pasado. Es una veta no solo rica, sino variadísima: el tono, el tema, el estilo. Significa esto: ¿encerrarnos en nuestras raíces culturales? En mi caso, significa comprender el pasado con el fin de interpretar el presente y prever el futuro. Por supuesto que estoy convencido que esas formas bellas, que surgen desde el fondo de nuestras raíces, tienen un contenido ideo-estético. Es algo inherente. Algo más que un simple relato o cuento. En todo caso, es la toma de conciencia de mi realidad frente a la desintegración cultural latinoamericana.
En este manifiesto personal, me gustaría exponer algunas ideas básicas que serán en el futuro el sustento de mi creación literaria:
Por un lado, si damos un vistazo general a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX y la primera década del XXI, en la región del altiplano puneño, nos dará una idea del auge que tuvo el cuento y la novela (incluso la poesía y el ensayo). Hubo una especie de florecimiento de la visión y práctica de narrar. Por supuesto, en sus inicios, fue pedestre, casi primitivo, intuitivo: con rara excepción, Kilisani de Ernesto More. El corpus de casi toda la novelística se halla en los ensayos: La novela puneña en el siglo XX y en 10 años de literatura puneña: 1996-2006. Actualmente se habla de una narrativa neo-regionalista o de la transculturación. Y en una concepción mucho más amplia de regionalismo latinoamericano podríamos citar a algunos autores, cuyas obras están enraizadas en la América morena: Juan Rulfo, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Alcides Arguedas, Joao Guimaraes Rosa, Mariano Azuela, etc. Bajo estas sombras me refugié, porque ellos, como yo, presentimos la muerte física y cultural de los pueblos indígenas de América. Esa es la razón de mi filiación y fe.
Un segundo punto, se refiere a mi creación literaria. La crítica apunta a la descripción que hay en mi narrativa. Por ejemplo, la descripción de mis personajes no es tan repulsiva como sucede frecuentemente en gran parte de los cuentos o novelas. Lo que sucede con mis personajes, no niego que cada uno tiene algo de mí, es que cada uno forma parte de una convicción arraigada en el contexto donde habito o transito. No existe una camada nueva de personajes, son casi los mismos. O sea, los diferentes personajes no son sino piezas de un mismo ser, una suerte de personaje único, incluso las femeninas. Quisiera concluir este punto con las palabras de Flaubert: “Mis personajes imaginarios adoptan mi forma, me persiguen, por mejor decirlo, soy yo quien está en ellos. Cuando escribí el envenenamiento de Emma Bovari tuve en la boca el sabor de arsénico con tanta intensidad, que me sentí yo mismo tan auténticamente envenenado, que tuve dos indigestiones, una tras otra”. No solo eso, a veces, termino en llanto incontenible. Una vez, el poeta Ricardo Vírhuez, refiriéndose a mi novela Más allá de las nubes me dijo: “Parece que escribieras llorando”. Algo más, sobre la descripción. Es muy notorio en mis cuentos y novelas ese tránsito que va de la descripción a la narración; la primera, me permite crear un espacio y la narración me sitúa en el tiempo. Es algo que otros escritores desdeñan esta configuración porque presentan procesos y grados de complejidad estructural en la creación de sus obras.
Como punto final de esta confesión, no reniego de las técnicas modernas que vienen de fuera. Reniego la intención solapada que busca cambiar mi rostro. Gracias a esas técnicas puedo alternar el tiempo mítico y el tiempo histórico. Mis personajes pueden transitar libremente en ambas dimensiones. Puedo alternar episodios o segmentos, pero jamás se opondrán. A veces hago uso del retardamiento de las acciones, entonces incluyo cuentos, poemas, epístolas como sucede en mis novelas. Sé que no ha quedado nada en mí, siento un gran vacío. Mi experiencia vital se acabó. Aunque tú y yo sabemos que en las ficciones más subjetivas, el novelista no puede prescindir de la realidad, de mi realidad como poeta o pensador. Entonces me convertiré en el buscador de otras historias y espero la tuya para ser contada a mi manera.
Finalmente, no puedo dejar en el tintero mi agradecimiento a la escritora, Julia Chávez Pinazo. Ella transcribió los manuscritos de casi todos mis libros; porque soy un grandísimo renuente a escribir sobre una pantalla que me enceguece y me nubla; sus sugerencias, comentarios y corrección de estilo enriquecieron mis obras. Similar trabajo grupal o colectivo lo hacíamos antes, en la década del 80, con los escritores Feliciano Padilla, Luis Gallegos y Alberto Cáceres Gómez. Crecimos tanto, que pensamos que ya no eran necesarios esos coloquios. Verdaderas tertulias. Fue una experiencia inédita. Gracias.
1 comentarios
Juan Garcia Pineda
Con el debido respeto...
¿Como debemos entender que su personaje fetiche sea Alexander (en homenaje al ruso Solzhenitsyn y no "Solyenitzin" como ud escribio) y que apellide Petrova (en homenaje a su ideal de mujer, la francesa Sonia Petrovna y no Petrova)? ¿Donde esta lo ANDINO? ¿Donde queda su opcion por Más » el mundo quechua aymara? ¿Sera verdad aquello que Puno no tiene ni tuvo un narrador a la altura de Ciro Alegria o Jose Maria Arguedas que pueda NARRAR nuestra historia puneña que es mas POTENTE que lo que narró Arguedas y Alegria? ¿Sera que no reconocen algunos que TODAVIA su ideal es occidente? Todo con respeto señor Flores Aybar, no sea que se nos enferme...de la impresion
domingo, 4 de julio de 2010
Malditas y sagradas escrituras
Por Eloy Jáuregui
Con la injusticia de mi egolatría, escribo esta columna días antes de apadrinar el Nuevo Edificio de la Escuela Académico Profesional de Comunicación Social de la Universidad Nacional del Santa de Chimbote. ¿La razón? Me explicaron porque soy buen periodista y un profesor que tiene escasos enemigos. Lo segundo no creo. Cuando niño, yo creía que los diarios que se exhibían frente a mi casa los producían máquinas y no hombres. Luego, viviendo mi edad del plomo, pasé mi pubertad en medio de tinta, galeras y rumas de periódicos. Ya de joven llegué a la conclusión de que los matutinos eran una maldición para una persona “normal”. Que se trabajaba los domingos de noche, se dormía de día, que el pisco era nuestra vitamina y que si no tenías amantes, no vivías las noticias. Felizmente ya no es así, muchachos.
Un libro, no obstante, me desahuevó. Lo había escrito Víctor Montero en 1976, “Ahí viene la Sonora Matancera”. Nada de lo que había leído antes, se parecía. Yo había ingresado a la Escuela de Periodismo y en aquel tiempo me enamoraba de cualquier cosa que tuviese tetas. El libro de Montero fue más que un descubrimiento, un deslumbramiento. Ya no se escribe así. Fue mi libro de cama más que de cabecera. Texto obligado para los amantes de la música y para las amantes de los amantes.
De estructura axial, se narran los sucesos que ocurren en ese julio de 1957, cuando en su mejor momento la Matancera llega a Lima y desde el aeropuerto de Limatambo hasta el sexto piso del Hotel Bolívar, la multitud de seguidores apenas si los dejan respirar. Historiografía comparada. Aparecen los modales del teniente seductor, así llamaban al presidente Manuel Prado y como un gol de taco de Toto Terry provocaba orgasmos. Se explica porque Anakaona rompía las leyes de la física con un golpe de nalga en el Cine Monumental, mientras se calentaba la Guerra Fría. El Perú ya tenía Miss Universo, Gladis Zénder y el bonito no costaba más de un Sol.
Miento si digo que Montero no fue mi inspirador para que yo construyera un estilo y una devoción. Texto de rigor histórico. Hay pesquisa e inmersión como la entienden los periodistas de raza y no aquellos que dicen ser ‘higiénicos’ y se regodean con la miasma del escándalo. Montero fue intuitivo porque la historia destruye el olvido y con ella su música aun suena en mis orejas erectas. Y cierto, la escritura tiene música. Montero así conducía al mediodía en Radio Libertad el programa “Ritmo y Sabor con la Sonora Matancera” junto al recordado Javier Chávez y otras voces de la radio que crearon un pretexto sonoro para hacernos felices.
Hay música para olvidar o morir y otra solo para vivir, sentenció alguna vez el recordado poeta Cesáreo “Chacho” Martínez apenas apuró el primer vaso de cerveza azul como solía decirle al líquido dorado y espumoso según había aprendido del maestro y también poeta, el chileno Jorge Teillier. Estoy escuchando “Los aretes de la luna” en la voz de Vicentico Valdez en el bus cruzando los arenales de Casma y sé que el periodismo fue creado para dar voz a los que Eduardo Galeano llama “Los nadies”. Y ahora mi nombre está grabado en las flamantes paredes de un edificio que los vientos chimbotanos ojalá lo perpetúen.
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