martes, 10 de agosto de 2010

Repensar las políticas culturales regionales


Escribe: Alfredo Herrera Flores*

La reciente creación del Ministerio de la Cultura ha generado diversas opiniones entre quienes están directamente vinculados al quehacer cultural en el Perú, desde quienes trabajan con la promoción turística o la conservación del patrimonio arqueológico hasta los jóvenes que empiezan a sufrir las dificultades para publicar sus poemas o exhibir sus pinturas, desde quienes pertenecen al sector burocrático en cualquiera de los niveles y sectores de gobierno hasta los incansables promotores culturales del sector privado, desde los infalibles críticos y analistas culturales hasta los más humildes profesores de las zonas alejadas de este extenso y rico país. Pero muy pocas de estas opiniones han trascendido a los medios de comunicación o se han debatido en espacios en los que puedan participar aquellas personas o instituciones cuyo diario trajinar tiene que ver, precisamente, con la cultura.

Esta inicial mirada nos permite ensayar una primera hipótesis. Que haya o no Ministerio de la Cultura no es un tema que interese mucho a la población, pues ella se manifiesta a través de sus representantes, analistas, críticos y medios de comunicación, y por lo tanto su gestión y resultados no alterará mucho el actual panorama cultural peruano. Otra hipótesis puede tener un sentido más radical: la población, y quienes tienen que ver con la cultura, desconfían tanto de las actitudes políticas del Estado, de este o de cualquier gobierno, que no vale la pena si quiera analizarlo, debatirlo y plantear propuestas para mejorar las condiciones en la que está la cultura en el Perú.

Una mirada más puntual, teniendo en cuenta el proceso de descentralización y regionalización por el que atraviesa Perú, nos lleva más bien a poner nuestra atención justamente en los gobiernos regionales y locales, que son, ahora, los que disponen de los recursos financieros para generar el desarrollo en sus respectivas jurisdicciones, de acuerdo a las condiciones y características especiales de su geografía, población, cultura y riqueza natural, así como de sus necesidades insatisfechas o niveles de pobreza.

Entre las pocas voces que se escucharon cuando se debatía, casi en secreto, la creación del flamante ministerio, éstas se limitaban a preguntar si esta nueva institución aumentaría o no la carga burocrática estatal o se adelantaban a decir que serviría de refugio a los funcionarios que serían nombrados ahora que el partido aprista dejaba el gobierno. Esta miopía analítica no ha permitido que las autoridades regionales y locales (gobiernos regionales y municipalidades provinciales y distritales) se den cuenta de la enorme responsabilidad que tendrán en sus manos desde enero del 2011, fecha en que se asumen sus cargos los nuevos presidentes regionales y alcaldes peruanos. Y la primera pregunta de desconfianza es si no han podido, o no han sabido, administrar sus recursos para obras físicas ¿podrán hacerlo con los recursos que tendrán para obras culturales? ¿lo entenderán?

Cuando artistas, investigadores, promotores culturales, instituciones de conservación y difusión cultural, escuelas, universidades, centros culturales y cientos de interesados en realizar una actividad cultural tocaban las puertas de los gobiernos regionales y municipalidades para solicitar apoyo recibían como respuesta que “no hay plata”, y si lo que pedían no era dinero sino espacios, les decían que volvieran al día siguiente “porque lo iban a pensar”, nunca se amilanaron y supieron resolver sus problemas y necesidades. Lo más probable es que ahora, con nuevo ministerio además, recibirán las mismas respuestas.

El Ministerio de la Cultura ya tiene definidas sus responsabilidades y funciones, ha diseñado su estructura a través de sus dos viceministerios, aún con un esquema y espíritu centralista, pero serán los gobiernos regionales y locales, repito, los que tendrán en sus manos que la cultura en el Perú tenga, por fin, el impulso y fomento que se le ha negado por muchos años, nada más por la corta mirada de sus gobernantes respecto al tema cultural.

No hay que ser tan duros, dirán algunos. Es cierto, no podemos negar importantes avances en temas culturales que se han dado en el Perú en los últimos veinte o treinta años. Importantes descubrimientos arqueológicos nos han puesto en el centro de la atención mundial, los que a su vez han generado que se construyan modernos museos de sitio y las interpretaciones antropológicas se renueven, poniéndose a la vanguardia de las ciencias sociales en América Latina; manifestaciones culturales como la cocina criolla están en su punto más alto de atención internacional; el cine peruano ha tocado las estrellas codeándose con lo mejorcito y pisando tierra sobre alfombras rojas; narradores y poetas en su madurez creativa han recibido importantes premios también internacionales, cantantes y grupos musicales acceden a estatuillas y trofeos de toda forma y tamaño y se estrenan en los teatros más exclusivos, y hasta otros países intentan apropiarse de los licores, potajes, danzas y canciones peruanos, y los canales de historia y cultura mundiales visitan el país en busca de una cultura exótica y natural.

Y añadido a esta suerte de “boom” cultural, los esfuerzos regionales también son importantes. En varias regiones se publican antologías literarias o se edita música de autores locales, se promueven premios de pintura y se organizan encuentros literarios y ferias de libros, festivales de cocina o de cortometrajes, se abren casas culturales y se rescata construcciones coloniales o pre colombinas. En fin, con sus buenas y sus malas, no se ha dejado de hacer y promover cultura, pero vale la pena también decir que mucho de esto se ha logrado gracias al empuje indesmayable de gente e instituciones que no precisamente han estado ejerciendo autoridad o función pública, sino más bien de personas y entidades que han sabido tocar a puerta apropiada en el momento oportuno, hasta que se abran.

Ahora toca repensar las políticas culturales regionales. Toca aprender de gestiones exitosas de otros países y, sobre todo, toca escuchar a quienes tienen en sus manos y su corazón el espíritu vivo de la cultura. Basta estar una semana en Puno, o Cusco, por ejemplo, para disfrutar de una fiesta andina y ver por las calles a personajes venidos desde las más lejanas comunidades sin haber perdido en el camino su identidad. O estar en Arequipa o Trujillo, y toparse con congresos y conferencias o internarse en sus casonas y templos coloniales. O estar en Puerto Maldonado o Iquitos para disfrutar de la naturaleza vivita y coleando. Pero hay que ser intelectualmente tuerto para verlo y no saber qué hacer con todo esto.

*www.lasillaprestada.blogspot.com

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